CULTURA › PIDEN NORMATIVAS PARA REGULARIZAR Y FOMENTAR LOS CENTROS CULTURALES
El Movimiento de Espacios Culturales y Alternativos (MECA) presentó dos proyectos de ley en la Legislatura porteña, ya que hasta ahora en la legislación no se reconoce este tipo de sitios y por lo tanto no pueden recibir las habilitaciones necesarias.
› Por Gustavo Ajzenman
Los centros culturales no existen, pero que los hay, los hay. O por lo menos así lo considera la legislación de la Ciudad de Buenos Aires, que no contempla este tipo de espacios y por lo tanto les niega la posibilidad de recibir una habilitación. Para la mayoría, la solución es esconderse, evitar la difusión de sus actividades y reservarse para los pocos conocidos que saben qué timbre hay que tocar para ingresar. Siempre, con el temor latente de ser clausurados. Otros prefieren tramitar un permiso en un rubro distinto, pero lo suficientemente cercano –tal vez como teatro independiente o club de música–, resignándose a dejar parte de su identidad afuera. Sin embargo, algo comenzó a cambiar en los últimos meses y se cristalizó el miércoles pasado con la presentación oficial de dos proyectos de ley elaborados por el Movimiento de Espacios Culturales y Artísticos (MECA), uno para regularizar la situación de los sitios de cultura alternativos y otro para que se fomente la actividad desde el Estado.
El lugar elegido para el acto fue Casa Brandon. No se trató de un hecho azaroso, porque el gran salón principal del “club queer” lleva inscriptas en sus paredes dos palabras que se repetirían durante toda la presentación: identidad y visibilidad. La idea principal que reunió a los quince espacios que conforman MECA es lograr ser reconocidos por lo que son: centros culturales autogestionados, en los que conviven distintos lenguajes artísticos. “Nuestra actividad es sin fines de lucro, no somos bares ni boliches ni locales comerciales. Somos los espacios que hacen que Buenos Aires sea una de las capitales culturales del mundo”, resume el manifiesto del movimiento, que busca funcionar como alternativa al circuito artístico oficial.
Según calculan los organizadores, que se reúnen semanalmente desde el año pasado, en la ciudad existen entre 40 y 60 centros, que funcionan a puertas cerradas, sin habilitación. Esta situación obliga a que no puedan promocionar sus actividades y muchos tengan que restringir el acceso solamente a amigos y conocidos. Esto afecta seriamente sus posibilidades de subsistencia económica, pero no necesariamente evita las clausuras. “No-sotros estuvimos cerrados durante casi un mes, hasta la semana pasada. En el acta de inspección se constataba que había veinte personas leyendo poesía”, relató Florencia Minici, de La Usina Cultural del Sur. Juan Manuel, de Salamanca, se indignó: “Tenemos que escondernos como si fuéramos delincuentes, cuando lo único que hacemos es arte. Organizarnos es un riesgo, pero vale la pena porque si no, nuestro lugar está condenado a desaparecer”.
La presentación estuvo a cargo de seis representantes de distintos espacios ubicados en una mesa larga frente a un público heterogéneo, como el que suele asistir a los centros culturales. El mate pasaba de mano en mano y los artistas se preparaban a los costados del escenario para el espectáculo de cierre. El primero en tomar la palabra fue Juan Manuel Aranovich, del Club Matienzo, que hizo un recorrido por la historia del movimiento, que todos reconocen como consecuencia directa del efecto de la tragedia de Cromañón en la vida artística de la ciudad. “En ese momento todos los artistas, productores independientes y espectadores nos quedamos sin sitios para expresarnos y empezaron a surgir estos centros”, recordó. La mayoría abrió hace no más de cinco años, en la casa de alguno de sus fundadores, con unas pocas actividades, y luego fueron expandiendo su oferta.
Como ocurrió con los clubes de música en vivo, otra tragedia puso en alerta al movimiento. A partir del derrumbe del entrepiso del boliche Beara, que causó la muerte de dos jóvenes, los controles se hicieron más intensos. Por eso, la discusión por la seguridad de los establecimientos es una de las posibles trabas que ven los organizadores para la sanción de las nuevas leyes. “La idea es tener la posibilidad de ser habilitados y abrir nuestras puertas para que el Estado nos controle y también nos ayude”, se anticipó Claudio Gorenman, miembro de Matienzo y uno de los abogados encargados de la redacción de la norma. “La seguridad es una de nuestras prioridades. Se trata del cuidado de nuestros lugares, de nuestros artistas y de nuestros espectadores”, subrayó. Los dos proyectos de ley, a los que tuvo acceso Página/12, fueron enviados la semana pasada a la Legislatura y esperan ser tratados en la Comisión de Cultura. El primero tiene como objetivo incorporar al Código de Habilitaciones y Verificaciones la figura del Centro Cultural y Social. Los establecimientos podrán contar con capacidad para hasta 500 personas, según la categoría, y estarán obligados a respetar una series de condiciones de salubridad, ventilación, previsión contra incendios e instalación eléctrica, entre otros requisitos.
La otra preocupación de los organizadores es la subsistencia económica de sus espacios. Al tratarse de propuestas no comerciales, que admiten expresiones de distinto tipo –y no todas igualmente convocantes–, pagar el alquiler todos los meses a veces no es sencillo. “Nuestra tarea debería ser pensar en cómo programar una agenda interesante y hacer una ciudad culturalmente más rica. No a qué precio poner la empanada”, ironizó Lisa Kerner, de Casa Brandon. “Es una pérdida de tiempo y energía; los centros estamos para otra cosa”, enfatizó. La segunda propuesta incluye la creación de un registro unificado para estos establecimientos en el ámbito del Ministerio de Cultura de la Ciudad. La idea es que los inscriptos sean eximidos del pago de impuestos municipales, y reciban asesoramiento técnico, y asistencia legal y económica por parte del Estado, entre otras cosas, para adaptar sus instalaciones según las nuevas normas.
Luego de la experiencia positiva que significó la reglamentación del Régimen de Concertación para la Actividad Musical y la sanción de la ley que regularizó la actividad de las salas de teatro independiente, los integrantes de MECA confían en que sus proyectos podrían hacerse realidad antes de terminar el año. Mientras tanto, haber conseguido organizarse para trazar un camino conjunto y comenzar a salir de la clandestinidad, para muchos, fue un logro en sí mismo.
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