CULTURA › PáGINA/12 PUBLICA MAñANA RODOLFO WALSH. LA PALABRA Y LA ACCIóN
En esta segunda edición, corregida y aumentada, el autor Eduardo Jozami desmenuza la vida y la obra de Walsh y pulsa las teclas de asuntos conflictivos, como sus ambivalentes posiciones frente al peronismo y sus divergencias finales con la conducción de Montoneros.
› Por Silvina Friera
Ese hombre fue un gran escritor hasta el final de su vida, cuando lo secuestraron y mataron. “No era un pequeño burgués que abandonó la práctica de la literatura cuando decidió convertirse en un militante revolucionario”, subraya Eduardo Jozami, autor de la biografía intelectual Rodolfo Walsh. La palabra y la acción, segunda edición corregida y aumentada que Página/12 publicará mañana junto con la editorial Norma. El lector se encontrará con una grata sorpresa: un cuento inédito, de manifiesta influencia borgeana, titulado “Quiromancia”, desconocido por los lectores de habla hispana (ver recuadro). Y un dato inesperado, una información de innegable valor simbólico, que no había sido recogido en ningún libro: Walsh habría metido “las patas en la fuente” el 17 de octubre de 1945, parafraseando al poeta Leónidas Lambor-ghini. En el minucioso recorrido por la trayectoria periodística, literaria y política walshiana, Jozami pulsa las teclas de asuntos conflictivos como las ambivalentes posiciones frente al peronismo y las divergencias finales con la conducción de Montoneros.
En una entrevista en Nuevo Hombre, en 1971, Walsh confirmó que estuvo en la Plaza de Mayo el 17 de octubre de 1945. “No tiene nada de sorprendente –advierte el biógrafo–, porque en esa época militaba en la Alianza Libertadora Nacionalista y los nacionalistas participaron de los enfrentamientos que hubo al terminar la jornada. Antes no existía la certeza de que Walsh hubiera estado presente, con todo lo que tiene de simbólico el 17 de octubre y lo que habrá significado en un joven como Walsh esa aproximación al peronismo.” Jozami revela que, en esa entrevista, el autor de ¿Quién mató a Rosendo? despliega una mirada sobre el rol del intelectual en una de las pocas veces que muestra una influencia notable de Gramsci. “Walsh se sentía cómodo en el rol de un intelectual que se pone al servicio de la clase trabajadora”, sintetiza el biógrafo, también escritor, periodista y militante político.
–Cuando se publicó esta biografía había varias mitificaciones en torno de la figura de Walsh. ¿Cree que cambió esa tensión que había entre el escritor y el militante montonero?
–Creo que sí; con cierta inmodestia, a veces pienso que mi libro fue un pequeño aporte en este sentido. Se sigue trabajando a todos los niveles el Walsh periodista, el militante, el escritor; pero empieza a verse con más integralidad. Los que escriben de Walsh escritor hoy ya no necesitan ignorar que fue un militante político que estuvo comprometido con Montoneros; ideas como que arriesgó su vida y la perdió porque escribió la Carta de un escritor a la Junta Militar me parece que están desvirtuadas. Hay una mayor comprensión hacia Walsh, un hombre de facetas muy diversas. Fue un gran escritor, un hombre que marcó caminos en el periodismo argentino y un militante político que, aunque no ocupó posiciones de dirección, cumplió una tarea muy importante.
–A Walsh se lo suele invocar en estos días cuando se debate acerca de los medios de comunicación y el periodismo “militante”. ¿Qué opina usted?
–Lo interesante de Walsh es que sólo tenía compromisos con sus convicciones políticas y con la verdad. En los últimos años, al calor del proceso que se inicia en 2003 con el kirchnerismo, sobre todo notablemente a partir de la muerte de Néstor Kirchner, hay una recuperación de los valores de la militancia política. Dentro de ese proceso se habla mucho de periodismo “militante” y, necesariamente, Walsh es una referencia; pero hay que tomarse el trabajo de leer lo que Walsh decía y no caer en expresiones muy simplistas de lo que es el periodismo “militante”. Vale la pena analizar las condiciones reales en las que se desarrolló la prensa durante la dictadura, para no generalizar la crítica al conjunto de los periodistas; Walsh, por el contrario, valoraba muchísimo a gente que a lo mejor se jugaba la vida con actos anónimos de informar. El periodismo “militante” no es simplemente cualquiera que se identifica con una postura política. Se supone que lo valioso de Walsh es que tenía un compromiso con la política, por supuesto, pero también con la profesión, con lo que escribía, con el lenguaje, con la verdad y el respeto por los lectores. Si uno quiere tomar el término periodismo “militante” en un sentido que vaya más allá de la lucha política inmediata, me parece que tiene que hacerse cargo de ese legado más complejo de Walsh. Hoy estamos pensando en recuperar esa identificación con los intereses populares, recuperar la idea de participación en el producto y en las iniciativas periodísticas, pero en un contexto bien distinto.
Aunque toda biografía está amenazada por la admiración, Jozami no omite bolillas espinosas de la trayectoria de su biografiado, ni eso que se llama “pecados de juventud”. Walsh se incorporó en los años ’40 a la Alianza Libertadora Nacionalista (ALN), ese grupo de choque que en el ’45 afiló sus puños a trompada limpia por las calles de Buenos Aires. “Walsh no aprobó los bombardeos del ’55 a la Plaza de Mayo, aunque quizás íntimamente los haya celebrado –conjetura–. No hay duda de que apoyó la llamada ‘revolución libertadora’. En el primer prólogo de Operación masacre reconoció que fue partidario de la ‘revolución libertadora’; después no escribió mucho sobre este tema. Evidentemente no le simpatizaba demasiado el recuerdo. Se puede suponer que a partir de la caída de Lonardi, Walsh tuvo una visión más crítica o por lo menos tomó distancia; pero de ninguna manera modificó su juicio sobre la necesidad del golpe del ’55.”
–¿La Revolución Cubana influyó en el gradual acercamiento de Walsh al peronismo?
–En realidad, la relación de Walsh con el peronismo fue muy curiosa. La gran mayoría de los escritores e intelectuales argentinos no fueron peronistas, pero muchos terminaron acercándose al peronismo en los ’70. Sin embargo, Walsh fue el primer peronista porque fue peronista en el ’45, por el lado menos simpático del nacionalismo. Pero estuvo en el 17 de octubre; y sin reivindicar de ninguna manera lo que fue la Alianza Libertadora, un grupo execrable, frente a la actitud tan criticable que en general tuvo la izquierda cuando surgió el peronismo, para muchos jóvenes como Walsh la Alianza fue un modo de apoyar al peronismo. Después fue antiperonista, estudió en la Universidad de La Plata, participó en algunos grupos estudiantiles y en una revista literaria. La mayoría de los estudiantes universitarios con inquietudes literarias eran antiperonistas. Walsh tardó mucho en acercarse definitivamente al peronismo. Cuando le ofrecieron ingresar a las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP), Walsh se preguntó cómo iba a entrar a una organización que se llamaba peronista si él no era peronista. “Bueno, lo disimulás mucho –le dijo Raimundo Villaflor–, porque hace dos años que venís trabajando con nosotros.”
Walsh descubrió lo que significaba la figura de Eva Perón para los peronistas y para el pueblo, y entendió lo que representaba el antiperonismo como ideología reaccionaria y antipopular. No nos olvidemos que entró al peronismo con el sector más radicalizado y distante de lo que podían ser las tácticas de Perón, el Peronismo de Base y la FAP. Incluso en el ’73 algunos de estos sectores no participaron de la movilización por el retorno de Perón; por eso Walsh rompió con las FAP y decidió incorporarse a Montoneros a comienzos del ’73. ¿Qué tuvo que ver la Revolución Cubana con esto? Leopoldo Marechal, que era el más peronista de todos los escritores, fue a Cuba y se enamoró de la Revolución Cubana porque redescubrió muchas cosas del peronismo, como la relación entre Fidel (Castro) y la gente. Desde este punto de vista, la experiencia cubana acercó a Walsh al peronismo. Pero no me animaría a decir que tuvo mucho que ver, aunque estoy convencido de que lo acercó a la idea de revolución.
–David Viñas solía decir, citando a Jauretche, que los intelectuales argentinos se suben al caballo por la izquierda y se bajan por la derecha. Walsh sería el caso inverso: se subió por la derecha y se bajó por la izquierda.
–Por eso Walsh es tan entrañable; porque en general los intelectuales que se suben por la izquierda y se bajan por la derecha, más allá de su valor como escritores, uno los recuerda con cierta visión cuestionadora...
–Quizás uno de los momentos más interesantes y dramáticos es cuando Walsh condena el militarismo de Montoneros y comienza a tomar distancia. Sin embargo, esos textos a la conducción a veces son utilizados para calificar a la militancia de los ’70 en bloque como “enloquecida”. ¿Por qué cree que se produce este “malentendido”, por llamarlo de alguna manera?
–Walsh participó en la experiencia de Montoneros a partir de 1973 y sería muy equivocado utilizar su nombre para cuestionar las formas de militancia contra la dictadura militar. No sólo no hay textos de Walsh que justifiquen eso sino que la misma práctica de Walsh lo desmentiría. Los textos que Walsh envió a la conducción de Montoneros son de amplio margen de interpretación. Un punto que plantea debates es que Walsh señalaba que había que ofrecerle a la dictadura una tregua y que había que convocar a elecciones en 180 días. Yo creo que Walsh no creía que iba a haber elecciones; era muy difícil que la dictadura aceptara una negociación de ese estilo. Ahora tampoco me parece que esta propuesta fuera inocente; alguien que era tan cuidadoso como Rodolfo con lo que escribía estaba dando una señal. Walsh estaba vislumbrando que pronto volvería a estar presente la democracia política. Hay quienes dicen que fue simplemente una jugada táctica, pero podía haber sido otra cosa. Cuando criticó la política de la conducción de Montoneros, no dijo que había que abandonar la lucha sino que estaba planteando otra forma de resistencia. Por eso no se fue del país; pensaba en una resistencia más descentralizada, con menos aparato y con más iniciativa de los militantes, donde la propaganda jugaría un rol fundamental. Pero la que estaba pensando en ese momento seguía siendo una militancia clandestina y una salida revolucionaria.
–Pero si se toma como válida esta lectura de la tregua a la dictadura, lo más significativo es que Walsh, a contrapelo de cierto exitismo de Montoneros, estaba muy solo, ¿no?
–Sí, estaba muy solo, es cierto. Pero también en esos textos se refería al tema de los derechos humanos, un tema que hasta entonces no había tenido importancia. El decía que nosotros teníamos que ser coherentes con nuestra práctica militar para poder reivindicar los derechos humanos. Había que mostrarle a la población una preocupación muy especial porque no hubiera daños innecesarios o muertes que se podrían haber evitado. Walsh no estaba anticipando la democracia de (Raúl) Alfonsín sino que continuaba pensando en transformaciones muy profundas de la sociedad argentina en términos de revolución. Y sin embargo, creo que vislumbra que para la gente la idea de democracia es importante. Y la defensa de los derechos humanos también. Pero necesito aclarar que no quiero hacerle decir a Walsh lo que yo pienso hoy. Y obviamente no pienso igual que en los ’70.
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