CULTURA › ENTREVISTA AL HISTORIADOR INGLES DANIEL JAMES
La reciente reedición de su libro Resistencia e Integración permite volver a debatir sobre la relación entre clase trabajadora, burocracia sindical y peronismo. James está ahora desarrollando una investigación, junto a Mirta Lobato, sobre la comunidad obrera de Berisso.
› Por Cristian Vitale
Pasar por alto Resistencia e Integración implicaría darle la razón a Jauretche. Un inglés, nacido, criado y formado entre Londres y el País de Gales, y radicado en Indiana (EE.UU.) desde 1981, no podría descifrar con tanto tacto, profundidad y categorías “periféricas” la relación entre la clase obrera, el sindicalismo organizado y el peronismo en Argentina. Así sería, en parte, si no fuera porque ese inglés, nacido, criado y formado entre Londres y el País de Gales, con estadía actual en Indiana, es Daniel James, el que escribió Resistencia e Integración, material inevitable para la comprensión histórica del peronismo obrero. “Entiendo lo que decían ciertos pensadores argentinos, pero en mi caso me resisto a pensar en términos de nacionalidades. En general, no me interesan”, dice él, en un castellano que roza lo perfecto.
El regreso de James a la Argentina (llegó en mayo) obedece a los seis meses sabáticos que le deja la Universidad de Indiana, donde actualmente enseña historia latinoamericana. Ese tiempo le sirvió para seguir con la extensa investigación que está desarrollando junto a su colega argentina Mirta Lobato sobre la comunidad obrera de Berisso. “Usted se preguntará qué hago yo en Berisso”, se ríe el británico. “Bueno, es un lugar clave para cualquier historiador que se interese por el devenir de la clase obrera industrial y su sindicalización. En su época de gloria, la industria frigorífica tenía dos fábricas, una al lado de la otra, que daban trabajo a 20 mil personas. Y también es un laboratorio ideal para estudiar la inmigración. Por algo le dicen la capital del inmigrante.”
–Y el epicentro, visto en perspectiva histórica, del 17 de octubre de 1945. De allí partieron las columnas que organizó Cipriano Reyes para pedir por la liberación de Perón y de allí usted tomó los testimonios concretos para empezar a contar la historia de Resistencia e Integración. –Testimonios centrales porque ahí es donde detecto que el peronismo no implica solamente, como decían Murmis y Portantiero en su estudio sobre los orígenes del peronismo, una forma “normal” de integración de la clase obrera al sistema político y económico, sino que está sustentado en una retórica, en un discurso político específico y creíble, que interpela e identifica al obrero como un ciudadano con derechos y características propias. Es una idea que saqué de Bourdieu y la trasladé: el peronismo logra expresar y representar los intereses de la clase obrera. Y esto se nota especialmente en la esfera cultural.
James empieza a desandar así una de las arterias centrales de su libro, publicado por primera vez en Argentina en 1990 y reeditado recientemente, dadas las demandas provocadas por los cambios políticos, por Siglo XXI. Resistencia e Integración implica un sesudo estudio basado en la perspectiva de los actores a través de documentos, diarios, revistas, anuarios y entrevistas, útiles para desentrañar –esquivando “presupuestos” y versiones maniqueas– el papel de los sindicatos como principales interlocutores entre la sociedad civil y el poder político. “El tema principal del libro es la relación entre la llamada burocracia sindical y las bases obreras. Y una de las críticas que siempre recibí fue: ‘este es un libro vandorista’”, se ríe el inglés.
–¿Cómo reaccionó? Vandor, en general, no ha tenido buena prensa entre los sectores militantes...
–Entiendo la crítica, porque lo que hago es tratar de entender el surgimiento y el desarrollo de la burocracia sindical en términos de su relación con las bases, y no sólo en términos de coerción, porque intento colocar el proceso de burocratización en un contexto histórico social, y concluyo en que, bueno, la burocracia sindical es fruto de la propia injerencia de las bases obreras. No es un bicho raro que viene desde afuera para imponerse sobre una clase obrera revolucionaria, me animaría a decir que ni siquiera hubo una clase obrera militante, porque siempre tuvo una relación simbiótica con sus dirigentes. El foco está en las reformas de la clase obrera organizada en los años de Frondizi, un proceso de desmovilización de la resistencia peronista. De ahí surgen las críticas, pero lo que yo observo es que muchos de los burócratas tenían su historia como partícipes de la resistencia.
–Una crítica que es contemporánea al hecho y se exacerba con la aparición de las organizaciones armadas.
–Yo digo explícitamente que las organizaciones armadas y la Juventud Peronista en general provienen de afuera del movimiento. Son parte de la radicalización de ciertas capas de la clase media y el estudiantado. Y, por tanto, ni entienden ni conocen la esencia del movimiento, aunque sí ocupan el vacío que deja la desmovilización de las bases. Otro aspecto que abordo es tratar de entender la vida obrera en las fábricas, pero también una cultura obrera más amplia.
–Lo que usted, espejándose en Richard Moseley Williams, llama “estructura del sentimiento”.
–Claro. Y esto provoca otra crítica, influida por el culturalismo marxista thompsoniano. Se me critica por darle una importancia exagerada a la influencia de la cultura. No estoy de acuerdo pero entiendo de dónde viene.
–Si no le interesan, como dijo, los nacionalismos, ¿por qué se apasionó por un movimiento del tercer mundo con esa impronta y que, para colmo, colisiona en esencia con la cosmovisión política que podría tener un historiador formado en el mundo académico inglés?
–A ver: las razones por las cuales me sigue interesando el peronismo como fenómeno histórico son diferentes de cuando escribí el libro. Cuando llegué acá en 1972 fue para iniciar una investigación para mi tesis de doctorado, con un interés general por la historia de la clase obrera vista por historiadores británicos. Y empezaron a pasar situaciones subjetivas y generacionales: el interés de mi generación por el Che y la Revolución Cubana, por ejemplo. Yo me metí en la historia latinoamericana especialmente por eso, y por razones más puntuales como las becas especiales que daba el gobierno británico para los estudios regionales y, como mi interés era por el movimiento obrero, di con la realidad de que el más fuerte estaba acá.
–¿Cuál fue el impacto concreto cuando llegó al país, en 1972?
–Era una sociedad convulsionada, fervorosa. Llegué en octubre, un mes antes que Perón y aunque no tuve el mismo recibimiento (risas), me enamoré de Buenos Aires, una ciudad maravillosa, excitante, todo lo contrario de lo que había dejado en Inglaterra. Me encantó y además, debo confesarlo, vivía como un señor con una beca muy modesta. Pude alquilar por primera vez un apartamento, cuando en Inglaterra, como graduado, tenía que compartir una casa con cinco o seis personas. Esto también tuvo su influencia.
James permaneció en Buenos Aires hasta junio de 1974, un mes antes de la muerte de Perón. Volvió en 1976, estuvo ocho meses, y se fue obligado por las circunstancias políticas para regresar, con el fin concreto de concluir el libro, en 1985. En el medio, dictó clases en las universidades de Cambridge y de Brasilia, y luego se radicó en Estados Unidos, donde trabajó en las de Yale y Duke. Ha publicado, además de Resistencia e Integración, la colección de ensayos The Gendered Worlds of Latin American Women Workers, en 1997, y Dona Maria’s Story: Life History, Memory and Political Identity, en 2001, además de dirigir el tomo 9 de Violencia, proscripción y autoritarismo, de la Nueva Historia Argentina (2002). “Cuando llegué acá era un extranjero ingenuo y hoy siento que logré comprender la pasión, la ambigüedad y la tragedia de la historia de la clase obrera argentina”, subraya.
–¿Cómo reactualizaría su mirada histórica sobre el peronismo y su relación con la clase obrera, bajo el contexto actual kirchnerista, y el pasado reciente encarnado en el menemismo?
–Acá puedo opinar como interesado y no como investigador exhaustivo. El peronismo de hoy tiene una relación muy diferente con la clase obrera, y esto se nota en el papel diferente de los sindicatos. Es difícil imaginar a alguien hoy diciendo que el movimiento sindical es la columna vertebral del peronismo, y esto es el resultado de la victoria del neoliberalismo durante el ciclo de Menem. No solamente ha cambiado el peronismo como movimiento social y político, sino también la clase obrera. Hoy el peronismo interpela a la clase obrera a través de sus aparatos políticos, algo que es casi imposible de pensar antes del ’76, cuando el intermediario entre la clase obrera y los dirigentes políticos era el sindicato. Kirchner logró su ascensión dentro del movimiento por haber reconocido ese hecho y haber tomado medidas para construir una base amplia y legitimarse.
–¿Ve una vuelta a las raíces reformistas, en el sentido político?
–Sí. Pero ser reformista en una economía de pleno empleo como fue este país entre los ’40 y los ’70 no es lo mismo que en la situación post 2001. El espacio de maniobra de este gobierno ha sido, en parte, generado por la exportación de la soja, y los altos precios de otras materias primas. Ahora, esto sólo le da para mantener alejados los fantasmas del 2001, y el gobierno lo ha dicho con sensatez pero, ¿podrá superarse eso?, ¿es posible llegar a un tipo de reformismo que implique no un ataque fundamental a la injusticia social, pero al menos alguna reforma como la del sistema impositivo, un repensar la distribución de la renta en Argentina? Es un peronismo reformista en contraste con el de Menem, sí, pero lo es, para mí, en otro sentido.
–Bien, pero ha habido problemas graves como el enfrentamiento con sectores rurales por la ley 125. Siempre que se plantean reformas más osadas, como las retenciones, la escena social y política se “crispa”.
–Estoy de acuerdo. Incluso, el gobierno ha confesado como error la imposibilidad de movilizar sectores rurales como aliados durante el conflicto con los sectores rurales, y ese mal manejo hizo que la gente del campo se encolumnara tras los sectores más poderosos. Esta es parte de la explicación, pero yo pienso también que si vas a tener una batalla de tanto peso, tan costosa en lo político, tendría que ser por algo más importante, que sería una reforma sobre la renta de la tierra. Y eso no pasó. Si te van a matar por la mitad del pancito, que te maten por el pan entero, aunque es cierto que la propia sociedad tampoco obliga a realizar cambios mayores...
–De ahí que la lucha se dé en otro terreno, que es el de conquistar el imaginario. La ley de medios es clave en este sentido. Hay que ver hasta qué punto la opinión pública apoyaría una reforma radical del sistema impositivo.
–Por eso está planteada la lucha por los medios, sí. Hay que pensar que este gobierno está trabajando en un proyecto de largo plazo, porque esta sociedad es heredera de la victoria decisiva que tuvo el neoliberalismo; es una batalla compleja para este gobierno, lo entiendo. Me acuerdo de haber visto en Berisso a obreros llorando porque estaban vendiendo las empresas estatales casi a precio de chatarra. Lo vivían como una realidad imposible de cambiar. Tal vez las nuevas generaciones lo puedan hacer.
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