CULTURA › SIGUEN RESCATANDO Y PUBLICANDO MATERIAL DE FERNANDO PESSOA
El escritor había dejado 25 mil documentos inéditos. Un flamante libro recupera algunos de ellos, reunidos por referirse a la “dimensión mítica de la nacionalidad portuguesa”.
› Por Silvina Friera
El futuro descubre joyas inéditas y las exalta. O el presente persiste en mantener la antorcha encendida de un baúl mágico. Textos inclasificables, letra encriptada como una garrapata en cientos y miles de páginas; poemarios, cuadernos, cartas, carpetas con proyectos de libros pendientes, diarios –o algo parecido–, reflexiones encapsuladas, confesiones, estrofas esparcidas por aquí y por allá. ¿Cuántas vidas es posible vivir para dejar más de 25.000 documentos inéditos en apenas 47 años de vida? El interrogante no hace más que echar leña al fuego del mito. ¡Bienvenidos al caos creativo de Fernando Pessoa! Hay más en este arcón pantagruélico: el comienzo de una novela policial que el escritor portugués no terminó, inspirada en un episodio real. En 1930, cinco años antes de su muerte, ayudó a un famoso mago de la época a fingir un suicidio para que pudiera recuperar a su mujer. Durante décadas se cultivó una liturgia. Los investigadores peregrinaban hasta la casa de la hermana de Pessoa en busca de esos tesoros literarios a descifrar. Esta herencia inagotable fue ordenada por la Biblioteca Nacional de Portugal en 1979. Dos especialistas –Jerónimo Pizarro y Jorge Uribe– acaban de editar Sebastianismo e Quinto Império, un libro que cuenta con medio centenar de textos inéditos sobre la “dimensión mítica de la nacionalidad portuguesa” escritos por el creador de ese big bang de enigmáticos heterónimos integrados por Alberto Caeiro, Ricardo Reis, Alvaro de Campos y Bernardo Soares, entre otros que quizá todavía están cautivos en “ese baúl lleno de gente”, en palabras de Antonio Tabucchi.
Pessoa (1888-1935) y su constelación de máscaras construye puentes con el presente, como si pudiera multiplicarse ad infinitum en los otros, anulando una discreta nostalgia. Pero siempre hay un maldito adversativo que empantana la cancha de las expectativas. Los estudiosos de la obra tienen que lidiar con una suerte de agujero negro: la dificultad para descifrar y catalogar los papeles del autor de Libro del desasosiego. En una misma hoja –por ejemplo– el poeta solía garabatear un poema –con esa caligrafía tan inasible como un piojo–, y al lado esbozaba un ensayo o una carta. Para complicar más el asunto, en el dorso de la misma hoja corregía o reescribía el poema. Richard Zenith, uno de los más prestigiosos especialistas de Pessoa, confirma que hay muchas páginas inéditas en prosa, especialmente referentes a la política, y menos en verso. “El problema es clasificarlo todo. ¿Cómo ordenás esas hojas que están imbuidas de ese caos creativo en el que vivía Pessoa, en donde hay mezclados textos disímiles y, a veces, tal vez, escritos por heterónimos distintos? A él le gustaba estar en movimiento y su obra parece responder a ese movimiento continuo también”, plantea Zenith.
Un apellido cosquillea por esos caminos donde los infatigables espíritus se entregan al placer de las contingencias. La raíz etimológica se presta a un juego de palabras. Pessoa representa “o enigma em pessoa”, un enigma en Pessoa y un enigma en persona, valga –por esta vez– la redundancia de la arquitectura sonora de la frase. Los expertos intentan resolver el obstáculo del ordenamiento de ese caudal insólito de materiales inéditos. Apasionante empresa –no exenta de amarguras y minucias ingratas– que compromete el paraíso de los lectores del porvenir. No hay dudas de que fue, es y será el poeta más importante de la lengua portuguesa. La Fundación Gulbenkian ha inaugurado en Lisboa una exposición, Pessoa, plural como o universo, donde reúne parte de esos cuadernos inéditos que empezaban como diarios y poemarios y terminaban en algo así como un libro de contabilidad, donde consignaba las deudas de las casas comerciales para las que el escritor trabajaba. No podía faltar –en esta muestra– referencias a los heterónimos, a los poetas a quienes les inventó una biografía, carácter y estilo.
La génesis de esa constelación de heterónimos se inició en marzo de 1914. El demiurgo Pessoa escribió de pie más de 30 poemas, impulsado por el imán de un título: “El guardián de rebaños”. “Lo que siguió fue la aparición de alguien en mí, al que inmediatamente llamé Alberto Caeiro. Perdóneme lo absurdo de la frase: en mí apareció mi maestro.” Después emergieron los discípulos de Caeiro, un campesino de escasa instrucción, cultor de una poesía bucólica, limpia de afectación. Pessoa rescató de su cofre imaginario a un poeta que había concebido antes, Ricardo Reis, latinista y acérrimo monárquico educado por jesuitas, que emigró a Brasil. A continuación, intempestivamente, surgió de un solo trazo la “Oda triunfal” de Alvaro de Campos, el más camaleónico y desmesurado, que se vistió con los ropajes del decadentismo, el futurismo y el nihilismo. En una de las vitrinas de Pessoa, plural como o universo –quizá nunca se sepa si la frase que da título a la exposición fue una estrofa truncada, un aforismo o un libro que no pudo ser–, figura el último poema que escribió, apenas treinta días antes de su muerte, el 1º de noviembre de 1935: “Qué triste la noche sin luna”, reza el primer verso.
El gran simulador guarda en su baúl mágico las saudades del mañana.
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