CULTURA › RAFAEL WOLLMANN Y SU MUESTRA EN EL PALAIS DE GLACE SOBRE PASADO Y PRESENTE EN LAS ISLAS
El fotógrafo estuvo allí 30 años atrás, cuando las islas fueron recuperadas. Registró imágenes imperdibles, pero no se quedó en eso. Aquí retrató a ex combatientes y en viajes posteriores a las Malvinas captó cómo se fue desarrollando la vida después de la guerra.
Las primeras fotos muestran lo cotidiano de un pueblo frío pero apacible. Muy colorido. Están los invernaderos de Puerto Argentino. Hay un flash al interior de las casas que muestra la vida de ciertas personas, entre las 1800 que lo poblaban entonces, cualquier día común. También imágenes de las turbas que hacían funcionar unas cocinas muy económicas, de la escuela –muy precaria–, un partido de fútbol a tierra pelada, el jefe de policía fumando pipa, que parece una caricatura bizarra de Scotland Yard. Y dos fotos simbólicas: un marine observando el avión de la Fuerza Aérea argentina que aterrizaba cada día para proporcionar víveres continentales a los isleños, y las garrafas que Gas del Estado les proveía, antes que estallara el conflicto. Rafael Wollmann voló a Malvinas el 23 de marzo de 1982 –el mismo día de su cumpleaños– y todas esas fotos eran parte de un gran álbum que el fotógrafo argentino había propuesto a la agencia francesa Gamma para retratar la geografía de Malvinas y las historias cotidianas de sus gentes. “Se estaba hablando mucho de las islas, y se me ocurrió que era un momento propicio para trabajar en ellas, no sé”, empieza a relatar el hombre al que, de repente, se le dio vuelta el mundo. Sabía, sí, que había un foco de lío en las Georgias. El boca en boca hablaba de unos argentinos que habían entrado a esas islas (1300 kilómetros al sudeste de Malvinas) sin pasaporte y por la puerta de atrás. Que se habían puesto a desarmar una ballenera y que los ingleses estaban algo inquietos. “Pero las Georgias estaban lejos, y nadie imaginaba realmente lo que iba a venir”, evoca, “Nadie tenía mucha idea, e incluso yo estuve a punto de viajar hasta allá con dos periodistas ingleses, pero era un viaje de siete días en velero y reculamos... menos mal que no fui”, sonríe.
No fue, y el 1º de abril la noticia le cayó helada. Dos días antes, había mandado aquel inocente material fotográfico vía LADE y se enteró de que el comandante había desviado las fotos hacia gente de la Fuerza Aérea. “Las revelaron, miraron que había ovejitas y las devolvieron, pero me preocupó. Lo pensé mucho y el mismo día el gobernador (Rex Hunt) interrumpió la transmisión de radio para decir, en tono seco, ‘los argentinos van a invadir las islas... esta noche’. ¡Y todos me miraron a mí!”, evoca. Wollmann estaba parando, junto a los dos periodistas ingleses, en la casa del chofer de Hunt. La Inteligencia inglesa olfateaba el desembarco argentino y había mandado 40 marines para preparar a otros 40 nacidos en la isla para intentar la resistencia, y todos se concentraban en su casa. “No podíamos salir de la casa del chofer porque los marines tenían la orden de tirar a matar. La radio transmitió toda la noche, la gente llamaba por cualquier cosa y de repente empezamos a oír que los gritos en inglés se mezclaban con gritos en castellano. Era todo muy confuso. Con las primeras luces del 2, se le pidió la rendición a Hunt, Hunt dijo que de ninguna manera se iba a rendir ante ‘los malditos argentinos’, pero al rato tuvo que hacerlo”, evoca el fotógrafo, que no acababa de caer en una situación que iba a marcar la gran bisagra en su vida profesional y emocional: estaba en el lugar preciso, en el momento preciso: la hora cero de la guerra de Malvinas, y con una cámara profesional en la mano.
Cuando Wollmann pudo salir de la casa –los colegas ingleses, astutos, lo hicieron salir a él– lo primero que vio fue a los marines británicos saliendo de detrás de los árboles con las manos arriba y yendo a entregar las armas a la casa del gobernador. Así comenzó la serie de fotos que horas después recorrería los medios más importantes del mundo, y que desde anteayer hasta el 22 de abril se exponen en el Palais de Glace (Avenida del Libertador 1248), bajo el nombre Malvinas: arte, documento, historia, memoria y actualidad de nuestras islas. “Mi idea es corporizar Malvinas, que se vea cómo vive la gente, cómo es, cómo es la tierra, quién vive, qué carteles ponen los kelpers y darle un poco de vida a esa cosa que aparece como abstracta. Como el 99 por ciento de los argentinos no conoce las islas, las estoy trayendo para que las vean, las conozcan y las sientan, más allá de lo específico de la guerra. Las Malvinas acompañaron y marcaron toda mi vida y la idea es que dejen de ser una frase y adquieran cuerpo y alma”, sostiene el principal expositor de la muestra, que también incluye instalaciones de Teresa Pereda y Daniel Ontiveros, obras de Oscar Smoje, retratos de ex combatientes por Juan Travnik y una selección de humor gráfico argentino y británico del período de la guerra.
De aquella serie de fotos única, exclusiva e inesperada, Wollmann expone un puñado: los marines con las manos en alto, entregando armas o tirados en el piso (imágenes de las que el L’Espresso de Italia dirá “¡Manos en alto, Inglaterra!” y el VSD francés traducirá como “La Inglaterra humillada”); la bandera argentina flameando en la casa del gobernador recién abdicado donde hacía minutos estaba la inglesa; Hunt retirándose de las islas con un traje de gala con plumas; soldaditos argentinos sonriéndose; una abuela kelper con el bebé en un carrito pasando frente a una fila de tanques; y la gente yendo de compras con la isla sitiada. “Habré hecho unas 40 fotos, porque tenía que pasar desapercibido. No podía engolosinarme porque, con el antecedente de las fotos secuestradas por la Fuerza Aérea, corría el riesgo de caer preso. Hacía dos fotos y me iba; una foto, y me iba; y así”, cuenta el reportero, que hasta el 31 de diciembre de 1981 había trabajado en la revista Gente, y cuatro meses después se encontraba tomando una radio kelper. “También estuve ahí, sí, en la radio de Malvinas. Este es el momento en que un argentino le anuncia al conductor que estábamos tomando la emisora. Me acuerdo que el kelper le dijo que saque el arma porque no iba a aceptar nada bajo presión y nos dejó el micrófono. Me acuerdo que cometimos la tontería de empezar a hablar directamente en castellano, ¡una locura!... había que explicar, sí, que éramos argentinos y que estábamos tomando Malvinas ¡pero en inglés!”
Wollmann fue testigo directo de la espontaneidad del choque de culturas, que obligó a resolver problemas urgentes. De repente lo cotidiano dio una vuelta de 180 grados y resultó que ingleses y argentinos manejaban por el mismo carril, o que la gente protestaba porque los tanques argentinos estaban rompiendo las calles. “Los kelpers no tenían una dimensión concreta de lo que estaba pasando y, obviamente, no estaban de acuerdo con nada. A mí, como hacía diez días que estaba ahí, me habían tomado como nexo. Alguien me preguntaba si podía ir a ver a la hermana con una bandera blanca, en fin, cosas así”, cuenta el fotógrafo, cuya estadía en Malvinas duró algunas horas, las más intensas y festivas para los argentinos. El 2 a la noche empezó a pensar en cómo mandar el material al continente. Al otro día, vio que varios aviones Hércules iban y venían, y se coló en uno de ellos. “Tipo dos de la tarde vi que aterrizó un avión con reporteros gráficos... me enteré de que a las seis volvía y me mandé.” Desembarcó en Comodoro Rivadavia y se encontró con decenas de corresponsales de todo el mundo que le prometían el oro y el moro a cambio del material, pero ganó la Editorial Atlántida (fiel al régimen), que lo proveyó de un avión privado con destino Buenos Aires, un laboratorio color y otro blanco y negro apto para revelar, duplicar y entregar todo el material rápido para un medio francés. “Dos o tres días después me llamó García de Crónica y me dijo ‘por qué no me llamaste a mí, te pagaba el doble’”, se ríe.
La secuencia, claro, no termina cuando Wollmann se vuelve. La muestra del Palais desemboca en una serie de fotos en blanco y negro tomadas en plena guerra por corresponsales argentinos que cubrieron el conflicto, y en un sesudo trabajo a posteriori que el reportero continuó sistemáticamente, con un mojón temporal cada diez años. En 1992 no voló a las islas –como hizo en 2002 y 2012–, pero sí fue a atestiguar el estado psicológico, económico y social de ciertos ex combatientes. Propuso la idea a la revista Noticias, fue aceptada y viajó por el país entrevistando ex combatientes. Entre ellos, a Oscar Poltronieri, el soldado más condecorado por su valentía, posando junto a su familia –y lleno de medallas– en el frente de una casa derruida. Está Ramón Alvarez frente a su casa de caña y ladrillos en el Chaco; y Juan Fernández del BIM 5, el regimiento que más resistió, cuya mujer cuenta que ciertas noches él oye gritos y sale corriendo de su hogar. “Se ve claramente cómo están ellos diez años después, ¿no?... cuando les deberíamos haber dado, en el mismo momento de terminada la guerra, asistencia psicológica, obra social y vivienda, como mínimo. El tema, entonces, estaba demasiado reciente, lastimaba mucho y nadie hablaba”, dice el fotógrafo.
El tercer mojón –otro módulo en la muestra– fue en 2002. Wollmann regresó a las islas. Vio mejores casas, escuelas y caminos. Registró frecuencias de la veta turística (vida salvaje, sin cables, antenas ni caminos) y la conservación de una especie de patrimonio histórico de la guerra, que los kelpers usufructúan con fines turísticos: un galpón con la llamativa inscripción “Depósito, Fuerza Aérea”; un cartel que duele colgado en una ventana en la calle principal (“A la Nación Argentina y su gente, serán bienvenidos a nuestro país cuando bajen su reclamo de soberanía y reconozcan nuestros derechos a la autodeterminación”); la calle dedicada a la Thatcher; gente tomando cerveza en pubs nocturnos; campos minados ubicados en lugares de desembarco; el museo de Puerto Argentino con víveres que mandaban los argentinos a sus soldados y campos de batalla. El otro viaje, dicho está, fue en 2012, un módulo que presenta el estado actual de Malvinas: un mástil con los kilómetros que hay entre las islas y el resto de las ciudades del mundo (no figura Buenos Aires), las casas coloridas con sus invernaderos, cabinas, buzones, micros de dos pisos y una vista aérea de Puerto Argentino. Pero lo más impactante deviene del panel que el reportero dedicó al factor emotivo: un homenaje a los caídos en Malvinas. Wollmann tomó al desolado cementerio argentino desde la parte de atrás, un día lluvioso, y ensambló la sorda soledad de las cruces blancas con las nubes oscuras, turbulentas. “El cementerio está solo, en el medio de la nada y a merced de un clima hostil. Esta foto la tomé con un trípode desde el techo de una camioneta. Todo tiene que ver con la emoción ¿no?: los abrazos, los regresos, las muertes, y una foto que dice: ‘Soldado argentino sólo conocido por Dios’, si mirás esta foto en ese lugar –Wollmann señala la que retrata la vista casi aérea del cementerio– te da algo increíble. Más allá de tus creencias, estar en ese cielo, y con ese vacío, te hace sentir de alguna manera que tu dios está ahí mucho más que en un departamento o en el Palais de Glace”.
El periplo de imágenes concluye en un hoy político centrado en ejercicios militares que se hacen habitualmente en Malvinas, otro cartel que dice “Británicas y orgullosas de serlo” y –data clave– la plataforma de aprovisionamiento para los barcos ingleses que están explorando petróleo en alta mar, y que el reportero descubrió a través de una excursión. “El gran tema hoy en Malvinas es el petróleo, porque hasta ahora los kelpers cobraban licencias de pesca y esas licencias nos molestan, sí, pero estamos hablando de 15 millones de dólares que para tres mil personas es mucho, pero para un país como Argentina es poco. De petróleo no, de petróleo se habla de billones de libras esterlinas. Digo, hay un cambio fuerte que se viene por este tema.” Wollmann pudo comprobar, por la confianza que tiene con ciertos lugareños, que muchos no están de acuerdo con la avanzada petrolera, que quieren mantener al pueblo detenido en el tiempo. “Pero si permiten que estas empresas exploren, encuentren petróleo y vendan sus inversiones en la Bolsa, inevitablemente van a tener que llegar nuevos hoteles, nuevos aeropuertos, nuevos shoppings y nuevos caminos”, señala.
–¿Y qué piensan ellos de nosotros?... Ciertos argentinos que miran lo argentino con lente ajeno están preocupados por eso.
–Bueno, los kelpers dicen que el conflicto es un partido de fútbol entre Inglaterra y Argentina, y que ellos son la pelota. No les gusta. Quieren negociar, pero no quieren ser independientes. Incluso, hay gente muy extrema que te dice “si quieren cortar el único vuelo semanal que hay, háganlo, pero los argentinos que quieran venir a ver sus seres queridos enterrados aquí, van a tener que ir vía Londres, y les va a salir cinco veces más”.
–¿Y las frutas y verduras que llegan en el avión?
–”No las comeremos”, te dicen, “comeremos todo en lata”.
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