CULTURA › REMO BIANCHEDI ACABA DE PUBLICAR EN RIMBAUD TILCARA
El poeta y artista plástico inauguró una casa-estudio de arte en Cruz Chica, en las sierras de Córdoba, donde vive. Desde allí habla de su más reciente poemario, que arranca con un diálogo en el que Sócrates y Rimbaud se sacan chispas.
› Por Silvina Friera
Un compañero que sabe compartir el pan de la palabra en el camino. Después de leer En Rimbaud Tilcara (Letranómada), su último poemario, Remo Bianchedi es tan “santo” como el poeta francés invocado en el título, un dios desacatado de su propio credo, como otros “santos” compañeros interpelados en ese viaje: Leonard Cohen, Bob Dylan, Tom Waits y Patti Smith. ¿Cómo no rendirse, hacia el final, ante esa especie de “ritual de purificación” de una voz poética que trenza conjuros –el conjuro de la mañana, el conjuro para las primeras imágenes, el conjuro de los primeros sonidos y más conjuros– hasta que el viento esparce esas palabras de su garganta para hablar en otros lugares? La voz del poeta y artista plástico que desacata “su propia gravedad” llega desde la Sala Cochinoca, “un aspecto del cuerpo de mi hogar”, como define en diálogo con Página/12 a esa casa-estudio de arte de Cruz Chica que acaba de inaugurar, en las sierras cordobesas, donde vive y trabaja. Libro ensamblado con elementos heterogéneos –desde un viejo poema hasta nuevos textos y algunas anotaciones de sus libretas–, la prodigiosa mezcolanza de tonos, registros, géneros y voces, como el desopilante diálogo inicial entre Rimbaud y Sócrates, “desacata todo lo previsible con un humor y una inteligencia desbordantes”, plantea la editora María Eugenia Romero.
–¿Por qué ese diálogo entre Sócrates y Rimbaud, a modo de obertura donde, por cierto, se sacan chispas?
–El diálogo se inició aquí en Cruz Chica. Tarde de domingo, asado crepitante, fernet con coca. Sócrates recién llegado lo increpa a Rimbaud. ¡Imaginate la situación! (risas). Lo único que se me ocurre es anotar sin opinar lo que esa tarde escuché. Después, al leer lo que resultó, caí en la cuenta de que era un diálogo entre alguien que define la felicidad como el bienestar del alma y otro que asegura categóricamente que “yo es otro”, una reflexión acerca de cómo cada uno desea ser que estaba instaurada. Ellos se enojan, se “sacan chispas” como bien decís, comparten el alimento y son diferentes aspectos de la misma cosa: el comportamiento humano. Pero también son ejemplo de otras posibles maneras de ser humanos, sin obedecer tan mansamente al reglamento que más brille. Sócrates prefiere no vivir en una Atenas carente de democracia. Rimbaud prefiere abandonar antes que morir tan pronto. Claro, Bartleby es un caso extremo, aunque Duchamp compensa optando de una por ser feliz. En cuanto al porqué del diálogo, recordé algo lindo de Hölderlin: “Desde que somos un diálogo...”
–Hay una frase que le dice Rimbaud a Sócrates por donde tirar del hilo: “Poeta es vidente en cuya boca de calcáreas celosías cobra forma eso que no es él pero que lo constituye”. ¿De qué modo lo constituye la escritura, la poesía?
–La respuesta es la palabra, eso es la palabra humana que se conforma al atravesar la dentadura de una boca que se abre para hablar. Este decir las cosas sin verosimilitud es hacer poesía. La escritura no me constituye, tampoco la pintura, tampoco mi apariencia. Quien me da forma y determina las manifestaciones de esa forma es mi espíritu. Según él, según su voluntad, pinto, escribo, respiro. Nadie más me dice qué debo hacer.
–Hay una suerte de hilo no tan invisible que atraviesa a En Rimbaud Tilcara que tiene que ver con cierto pudor o cierta imposibilidad de “decir” el dolor, ¿no?
–No, imposibilidad no porque durante cuarenta años de actividad artística en el mundo del arte lo único que hice fue manifestar dolor. Fue mi época fascista que como tal pensaba que “por lo áspero a las estrellas” (“per aspera ad astra”) era la manera “correcta” de vivir. Dolor encarnado en cada persona, dolor como atributo de salvación. ¡Ja! ¡Cómo nos engañaron! Nadie nos dijo que ése era uno de los aspectos del vivir, uno de tantos. Nos engañaron convenciéndonos de que era el único. Al azar me encuentro con Duchamp y él, ante una tonta pregunta mía, responde: “Mi mejor obra fue ser feliz”. Además, ignorar representaciones del dolor humano en un mundo en donde el arte contemporáneo, obediente de su Zeit Geist, vende a valores inusitados meras imágenes de un dolor realista, casi Courbet, es una acción guerrillera, un acto de contracultura. Todos sabemos que estamos dolidos.
–Sin embargo, es notable un lema que se disemina en el poemario, que se podría resumir en el verso: “¡Desacate sin motivo!”. Lo que duele deviene, interpretación probable –acaso disparatada–, desacato. “Observar es desacatar/ No hablar pero observar es desacato/ Pensar antes de actuar es desacato/ Hablar en poema es desacato.” ¿Por qué le confiere a la poesía, o mejor dicho a hablar en poema, el atributo del desacato?
–Convengamos que nadie observa nada. Todos miran pero no observan. Todos hablan sin ver, sin tomar distancia, sin perspectiva, “con la ñata apretada contra el vidrio”. Todos actúan antes de pensar, y así estamos. Todos opinan, pocos hacen poesía sus palabras. Hacer lo contrario es desacato, una manera de compensar. Hacer poesía es construcción de verdad. Hoy hablar de verdad es desacatar, desacatar el “propio gusto”, desacatar todo aquello que me impida ser pájaro y volar. Desacato mi propia gravedad.
–“Pretendo un arte comprometido conmigo mismo/ Es tiempo de liberar las imágenes”, se lee en otros versos de En Rimbaud... Quizá sea complejo liberar la palabra “compromiso” de ciertas cristalizaciones que han generado equívocos, ¿no?
–¡Si ves algo fácil, desconfiá! Nada es gratis, ni siquiera el aire. No se desacata a medias como nadie está embarazado a medias. Difícil decir que no a todo aquello que la gran mayoría aprueba, acata y hace suyo. Difícil porque también es necesario ubicar dentro de uno al equívoco, en qué lugar de uno hecha raíz y se expande y convence que está todo bien. Por eso –perdón por mi insistencia– desacatar trae felicidad.
–Si volver a través de la escritura es “volver a comprender”, ¿qué nuevas comprensiones le aportó este “regreso” de En Rimbaud...? Y por qué no, también, ¿qué nuevas preguntas le hizo transpirar ese paisaje?
–Volver a comprender es volver a encontrar lo que se perdió. Encontrar lo que pasó pero de otra manera. También cada vez que pinto vuelvo a comprender, cada vez que me despierto o entro en sueño, cada vez que me alimento, cuido, conservo. ¿Nuevas preguntas? Varias. ¿Qué voy a cocinar esta noche? ¿Lloverá mañana? ¿Habrá logrado Rimbaud juntar unos pesos para llegar a Marsella (risas)?
–Podría ampliar lo que insinúa cuando se lee: “Escribo con la voz, con la uña, sobre la piel escribo”. O: “Soy un cuerpo que escribe”. ¿Cómo fue la experiencia de escritura de este poemario?
–¿Cómo escribo? Se aproxima más a un ritual de sanación que al acto de hacer literatura, cosa que no es la que deseo hacer cuando escribo. Comienzo cuando la tarde casi se hace noche. Aparece una oración: “soy un cuerpo que escribe”. A partir de allí abandono mi yo civilizado y voy ordenando por tonos las palabras, las dibujo a lápiz sobre el papel de mi cuaderno, voy dejando que se asocien en libertad, por afinidades, que se multipliquen como bacterias que al entrar en el torrente sanguíneo se multipliquen de instante en instante. En Rimbaud... se origina en la propuesta de Letranómada de reunir en un libro textos, sin hacer referencia alguna a mi trabajo como pintor y dibujante. Un libro en donde la palabra sea imagen. María Eugenia Romero, editora de Letranómada, es la persona que da cuerpo a esta voz que habla en el libro, seleccionando y organizando la manera en que escritos dispersos, distraídos de sí, terminen conformando un cuerpo. En Rimbaud... es un lugar de reunión, la posibilidad que a los 62 años me otorgo con derecho y en pleno uso de mis facultades de vivir tal cual deseo vivir.
–Desde Cochinoca, la sala que inauguró y donde presentó el libro, ¿el mundo se percibe mejor?
–Sala Cochinoca es un aspecto del cuerpo de mi hogar, de mi casa aquí en las sierras, un modelo también de desacato. Desde aquí el mundo se puede apreciar como algo que definitivamente dejé de habitar. Vivo en la tierra, como decía Javier Heraud, “rodeado de árboles y pájaros”, lejos de ese escenario que los hombres inventaron y que al hacerlo se vieron obligados a reglamentar. Vivo con los pies en la tierra. Desacatar es también la exquisita posibilidad de inventar alternativas. La acción conjunta de Sala Cochinoca y de Letranómada al presentar En Rimbaud... aquí es mostrar lo que genera gestos de autonomía, rebeldes, descentralizados.
–En el poemario se invoca a Leonardo Cohen, Patti Smith, Bob Dylan y Tom Waits. ¿Qué representan estas voces, estas gargantas?
–Leonardo, Patricia, Roberto y Tomás son músicos en verdad, pero para mí además son santos, como tan santo es Rimbaud. Son dáimones, la otra mitad sagrada de uno. Como tales guían, acompañan, abrazan, consuelan, comparten, instigan. Son compañeros que saben compartir el pan en el camino. No son gargantas que cantan, son los que aún no olvidan otro sentido de humanidad. Ellos hacen más llevadero el luto que soportamos por “la muerte metafísica de dios”. ¿Se comprende entonces que los invoco como dioses, dioses desacatados de su propio credo, dioses a nuestra imagen y semejanza?
–Hacia el final del poemario hay una serie de conjuros, una suerte de ritual de purificación. Se podría pensar todo En Rimbaud... como un gran conjuro. ¿Qué tipo de potencia hay en esta idea del conjuro?
–¡Ja! Si supieras lo que estás invocando con “ritual de purificación”... Escribí los conjuros en pleno trance de ayahuasca cuando tenía 18 años y vivía en Yarinacocha, selva amazónica peruana. Llegué allí desacatando el mundo que me estaba anunciado como hijo de una clase media argentina que aún creía que se descansaba después de trabajar. Allá purifiqué mi espíritu y di forma a mi cuerpo. Ofrendé como sacrificio una vida asegurada en reglamentos ajenos, quemé hierbas, bailé alrededor del fuego pintado de colores. Al regresar me distraje en el mundo y sin darme cuenta comencé a hacer aquello que no deseaba pero que los otros requerían de mí. Cuarenta años anduve distraído por el mundo hasta que en 2010 regreso a Tilcara, espacio que me devuelve a mí cual daimon que extendiendo su mano me saca del mar embravecido y me devuelve a esta otra orilla. Después comprendo que vivir consiste en saber, en ser libre después de saber, en ser feliz después del dolor. ¿Se comprende?
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