Lun 10.06.2013
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CULTURA › RODOLFO SANTULLO, DE LOS CUADRITOS AL POLICIAL NEGRO

“Es lo mismo escribir novelas, guiones de historieta o prensa”

Periodista, escritor, guionista y editor de historietas, dice que cuando le preguntan a qué se dedica dice: “escribo”. Entre sus trabajos, en Etchenike adaptó una novela de Juan Sasturain, y en Zitarrosa abordó una leyenda de la cultura popular uruguaya.

› Por Andrés Valenzuela

No es el primero ni será el último uruguayo en ser adoptado como propio por la cultura argentina. Casi todas las disciplinas tienen alguna figura especialmente destacada que nació al otro lado del charco pero hizo carrera en el margen occidental del Río de la Plata. Lo curioso de Rodolfo Santullo es que se consolidó en la historieta argentina sin dejar de vivir en Montevideo y oficiando a la vez como figura central del noveno arte “oriental”. De este lado ganó el premio al mejor guión en los Premios Solano López de 2010, por Cena con amigos, y tiene muchos otros libros editados. Entre ellos, Etchenike, junto al entrerriano Lisandro Estherren sobre la novela Manual de perdedores de Juan Sasturain, y Zitarrosa, junto a Max Aguirre. Además, publica todos los meses en la revista Fierro junto a Dante Ginevra y buena parte de ese material verá la luz en forma de libro en algún punto entre este año y el siguiente. Tomando el ferry y diciendo botija, lleva la editorial especializada más importante de Uruguay y fue el primer presidente de la AUCH, su asociación de historietistas.

Cuando Página/12 lo encuentra en su casa, está haciendo números y trazando planes con uno de sus socios argentinos, el dibujante y editor Marcos Vergara, de LocoRabia. Juntos coeditaron varios libros y consolidaron un mecanismo de trabajo que impulsa la presencia de ambos en sus países. Hay café en la mesita ratona y la puerta queda abierta, para que entre la brisa de las primeras horas de la tarde de otoño. Por allí se acumulan los Etchenikes publicados en Argentina que irán luego a una convención de cómics y eso abre la entrevista.

–Eso fue un encargo. Guillermo Höhn, de Pictus, me pidió adaptar dos novelas de Juan Sasturain en un solo volumen. Yo ya había tenido un poco de experiencia en adaptación literaria: un cuento de Onetti para un concurso, algún cuento propio que estaba bueno como para hacer historieta. Pero eso es mucho más sencillo. Y nunca había hecho algo tan extenso. Me quedé muy tranquilo cuando leí el pdf para las últimas correcciones antes de entrar a imprenta. Porque estuve seis meses adaptando las novelas y es la única vez que me pasó que, promediando la página 90 resuelta dije: “acá hay algo que no está quedando bien”, borrar 36 y arrancar otra vez.

–¿Cuál era la dificultad?

–Mi espada de Damocles permanente fue el espacio. Tenía 148 páginas como Max, pero los dos libros superan las 400 y pico de páginas. Y ambas novelas son esencialmente dialogadas, por tanto serían adaptables casi de manera literal, ¡pero con 400 páginas! Entonces fue empezar a ver qué personajes eran accesorios, qué situaciones podían ser sólo mencionadas y tal. Por ejemplo, hay toda una escena en Clarín que me la saltee. Cuando el protagonista revela esa información dice “un periodista amigo me dijo que...” y en una frase me saqué un capítulo entero. Además, hay recursos que funcionan en una novela, pero que podés prescindir de ellos en la historieta. Y me consta que a Lisandro Estherren le costó de igual manera.

–¿Cómo fue el trabajo con Estherren? Porque es su primer trabajo en conjunto, él no vive en Buenos Aires y tampoco era muy conocido en el circuito hasta este libro.

–Desde Entre Ríos me debe haber odiado, porque dos por tres le tocaban páginas de diez viñetas, horrorosas. Cada tanto me escribía diciendo “encontré la manera de resolverla en siete en lugar de nueve cuadros, ¿te molesta?” Entonces yo le decía que no, que si podía hacerla en seis, también. Y vos ves el resultado final y es impresionante. Nos costó mucho, pero viéndolo en perspectiva fue muy disfrutable y estamos viendo si en estos días arrancamos con la siguiente novela.

–En el libro se aprecia un gran trabajo para generar clima de policial. ¿Cómo se logra eso, más allá del abordaje gráfico de Estherren?

–Tenés a favor que la novela pertenece intrínsecamente al género policial. Por lo tanto, tenés un montón de pautas, códigos, un lenguaje que es muy fácil de plasmar. Vos ponés al detective en su oficina y así tome mate en lugar de whisky, el lector se emparienta de inmediato. El clima se genera muy fácilmente porque tenés los códigos del género de tu lado.

–Y además usted ya tiene experiencia como autor de policiales.

–Se da que tengo un par de novelas policiales publicadas y es un género en el que me muevo con comodidad. Más si es un policial rioplatense. Por ejemplo, Malandras (que se publicó en Fierro) ya venía de policial barriobajero con tango. Tenía muy reconocido al personaje, Etchenike, y sobre todo el modo de escribir del Sasturain literario, que tiene un lenguaje que me es muy cercano.

–Sasturain señala que le parecía importante llamar al libro “Etchenike” antes que “Manual de perdedores”, porque el nombre del personaje da sensación de continuidad. ¿Cómo lo ve desde su experiencia como editor?

–El nombre fue una decisión editorial. Es más, si te fijás el archivo de mi computadora, se llama “Manual de perdedores”. Y si agarro la siguiente novela, se llamará “Arena en los zapatos”, no “Etchenike 2”. Pero sí, hablando como editor funciona mejor comercialmente que vos marques que es la primera entrega de un personaje y no una adaptación puntual. Cosa que de todas formas Pictus usó como promoción. Sería una tontería no aprovecharlo.

–A fines del año pasado apareció Zitarrosa en Uruguay, ¿cómo surgió ese proyecto?

–Ese libro surge en algún momento que no podría especificar, pero que venía muy dentro de la corriente que yo ya había hecho otras veces, como Los últimos días del Graf Spee, donde tomaba una anécdota de la Segunda Guerra Mundial, o Acto de guerra, que tomaba historias de la dictadura, de la generación de mis viejos. Pero la idea original era completamente anárquica, era un detective privado que resuelve casos, totalmente delirante y para nada atado a las condiciones de la historia. Me pongo a investigar y en el proceso sale que mi viejo lo había conocido, porque militó en el Partido Comunista en su juventud y en unos actos habían organizado un recital en el que cantó Zitarrosa. Esa es la primera anécdota del libro. Ahí me di cuenta que era mucho más interesante si recogía el contexto de Zitarrosa, si hablaba con la gente de a pie que había presenciado el fenómeno cultural que él significaba. Con esa premisa armé un circuito de entrevistas con compañeros del exilio en México, amigos.

–¿Cómo se incorpora Max Aguirre, argentino, a este proyecto?

–Cuando empiezo con esto, en el primero que pienso es en Max, porque es más fanático de Zitarrosa de lo que yo puedo llegar a serlo en mi vida. El lo escuchaba, lo reflexionaba y lo sentía. Se lo propongo y dice “no puedo”, por calendarios, entregas y esas cosas. Se lo propuse a otro y al día siguiente Max me escribe diciendo que lo hace él, porque si no... era lo que pasa con las minas, que uno sabe que no va a soportar verlas pasar del brazo de otro. El quería hacer este libro porque pensó “no puedo dejar que este libro pase sin que lo dibuje yo”. Y fue mucho más que eso, porque hay por lo menos dos anécdotas que salen de su lado.

–Vuelta a las anécdotas, el proceso de producción suena mucho más periodístico que de ficción tradicional. ¿Tiene que ver con esa faceta laboral suya?

–La hechura es completamente periodística. A mí me preguntan a qué me dedico y yo digo “escribo”. ¡Ah, escritor! No, no. Yo escribo. Siento que es lo mismo escribir novelas, guiones de historieta o prensa. Qué producto sale, va variando. No uso herramientas muy distintas, por tanto utilizar recursos técnicos de la profesión de periodista a la hora de producir un guión de historietas era un paso como natural, ¿no? Como que sepas algo de navegación, de maderas y hagas un barquito. Un amigo se reía y decía que viendo el armado, hasta se podría pensar una serie: Mercedes Sosa, Yupanqui, Viglietti, una colección donde repetía la estructura porque quedó un método de laburo.

–Igual ya manejaba la investigación histórica por libros anteriores: Acto de guerra, por ejemplo.

–Acto de guerra tiene una estructura muy parecida porque vinculé anécdotas, pero salvo algunas partes, es todo ficción. No hubo la misma minuciosa investigación que en Zitarrosa. Y además con Max nos pasaba de sentir la responsabilidad de estar haciéndolo. ¿Y si lo hago decir algo que no hubiera dicho? En Uruguay tropezá con Zitarrosa y lo pagarás muy caro. Y además, ¡lo queremos! Por el cariño y respeto que le tenemos, queríamos hacer una obra a la altura. Yo cerraba cada capítulo y descubría que tenía toda la espalda dura. ¿Sonaba como él hablaba? ¿La situación era creíble? ¿Era históricamente adecuado? Creo que es el libro que más me pesó.

–¿Cómo lograron sonar como él, entonces?

–Bueno, evidentemente ficción hay, porque aunque haya dicho algunas cosas, yo no estuve allí ni tengo hasta el último detalle. Y luego están los personajes que son necesarios para la progresión dramática. Hay una cuestión clave, que es que la historieta tiene que ser divertida o entretenida aunque vos no sepas quién fue Zitarrosa. Tuve que hacer un proceso de entrevistas primero y luego de descarte para que no se repitiera la estructura en cada capítulo. Porque la anécdota puede estar buenísima, pero no podés hacer un libro en el que todas las historietas empiecen “Zitarrosa estaba cantando cuando...”

–¿Qué imagen le quedó de Zitarrosa al terminar el libro?

–Nosotros no estábamos haciendo una biografía, sino un libro sobre cómo la gente lo veía. La imagen que me quedó es la de un tipo extremadamente consistente consigo mismo. Si yo hago un resumen de las historias y en todas el tipo es la misma persona, es que era coherente a ultranza. Y mirá que las anécdotas no son todas positivas. Hay un paneo entre el Zitarrosa músico, el militante político, y el padre. Para mí es muy fuerte que la familia lo sintiera como un homenaje cálido y respetuoso. Para mí el tipo era una leyenda, pero para toda la gente que entrevistamos, era una figura viva, que significó mucho. Cuando presentamos el libro en la Feria de Montevideo, la hija, Serena, que tiene nuestra edad, estaba parada al lado de Max y se reía mientras él estaba meta hacer Zitarrosas en las dedicatorias. Él se frenó, la miró y le dijo “¿qué?” Y ella le respondió “Me encanta cómo dibujás a mi papá”.

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