Mar 03.09.2013
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CULTURA › ENTREVISTA A LA ARTISTA Y MILITANTE TRANS SUSY SHOCK

“No hemos leído bien al feminismo”

“Tenemos que abrirnos de los guetos. Los construimos para protegernos, porque el afuera es muy violento, pero ahora hay que salir”, señala Susy Shock, quien hoy participará de la jornada Mujer y Pensamiento, en Isidro Casanova.

› Por María Daniela Yaccar

Es una experiencia distinta a todo conversar con Susy Shock, la artista trans sudaca, según su propia definición. Escuchar sus pensamientos viendo cómo luce, esa peluca castaña y lacia, ese vestido negro holgado, es una experiencia parecida a ver una película de la que se aprende un montón. Mucha información junta. En un bar de Congreso, cerveza mediante, Susy tiene ganas de filosofar. Está cansada de que le pregunten qué corno es, si tiene pito, por qué su nombre y esas cosas. “A Norma Aleandro no le preguntan si se llama Norma”, dice. “Hay muchas cuestiones que no están haciendo feliz al grupo de privilegio”, arranca Susy, refiriéndose a los “heteronormales”. “Por ejemplo, las definiciones de masculinidades y feminidades. Eso es agotador. Ser gay, lesbiana o trans no es sólo reclamar derechos. Planteamos un modo de vida que nos traspasa, que abarca a la sociedad, a todo el mundo creado.” Ojalá la Shock –como le dicen cariñosamente– escriba un libro de todo esto, y de su búsqueda, tan personal, de definir la identidad trans del tercer mundo.

Pese a que la actriz, cantante y poeta está muy cómoda en la filosofía –y suele participar en cuanta mesa de debate dedicada a la diversidad exista–, no parece de esas personas a las que les tire la vida sedentaria frente al monitor. Su hábitat natural son los escenarios. Arrancó temprano, a los catorce años, en el teatro. Y se volcó después al folklore, heredado de sus padres, los dos nacidos en el Norte. Con su vozarrón grave e hipnótico, Susy recita joyas como “Reivindico mi derecho a ser un monstruo”, el poema que tiene su lema: “¡Que otros sean lo normal!”. En sus bagualas y vidalas, Susy les canta a lo trans, y a la Pachamama. Tiene dos libros de poemas editados –Poemario Trans-pirado y Relatos en canecalón– y está grabando un disco que presentará próximamente. Hoy, la artista y militante participará de la jornada Mujer y Pensamiento, en Isidro Casanova, organizada por la agrupación Mujeres de Arte Tomar (ver recuadro). “Me gustaría que el ciclo no tenga en su título la palabra ‘mujer’ y sí ‘feminidades’. Me honra que las mujeres militantes me abracen y sientan que soy parte de la rueda de discusión, porque estamos empezando a dialogar sobre los modelos impuestos de ser mujeres”, analiza Shock. “No hemos leído bien al feminismo. Estamos atrasadísimos y atrasadísimas. Somos países emergentes, subdesarrollados, empobrecidos, castigados. Y en la urgencia de sobrevivir nos cuesta preguntarnos otras cosas. Estamos traspasados por un montón de lógicas que nos impiden rascar para ver qué hay acá, para pensar esa palabra enorme que es identidad.”

–¿Qué quiere decir esto de ser “artista trans sudaca”?

–Es una postura desde donde empezar a hallarme. Estamos buscando lo trans. Hasta hace poco ser travesti era un insulto. El otro día tuve una discusión en Facebook con una travesti argentina que vive en Europa. Hablábamos del asesinato de una travesti. Puse la palabra “trava” en un comentario y se enojó. Cuando me di cuenta de que vivía en España, bajamos el tono de confrontación. Yo le decía que parte de lo logrado acá es la apropiación de esa palabra. Es un avance cultural: le sacás un insulto al enemigo y pasa a ser otra cosa. Nosotros y nosotras leemos estudios hechos por quienes piensan lo queer desde allá. Estamos atrasadísimos en nuestras propias lecturas. Quiero indagar en qué pasó antes de la conquista, con esas personas que los conquistadores decían que eran hombres vestidos de mujeres, por ejemplo. Ahí hay parte de lo trans originario. No hay nada escrito de esto, así que pensarlo es un desafío enorme. Pertenezco a una generación de identidades robadas. Hay algo de la identidad que hemos aprendido de los organismos de derechos humanos, la tomamos como un valor muy agregado. Me parece muy rico leer para atrás para encontrar lo que viene.

–¿Y qué encontró hasta ahora?

–En el lenguaje de los pueblos originarios había referencia a lo masculino y lo femenino, pero no existían las palabras “hombre” y “mujer”. Las impuso el lenguaje conquistador. Es una puerta enorme para abrir. El lenguaje modifica, organiza y neutraliza. Hoy hablás con un descendiente o con un aborigen y también está traspasado por la Conquista, aunque pelee por su tierra: está traspasado por la lógica machista, patriarcal. Creo en la reforma agraria, pero también hay que pensar cómo nos repartiremos esas tierras, qué rol va a ocupar la mujer. Hay algo de lo conquistado que hay que “desconquistar”.

–¿Y qué debemos “desconquistar” en torno de lo masculino y de lo femenino?

–El mundo tiene que poner en duda lo naturalizado, quizá para que vuelvas adonde tenés que volver, pero para que yo vaya adonde quiero ir. Un sector comanda cómo tiene que transitar el resto. Y hay cierta ceguera que le planteamos a la infancia: se le oculta la posibilidad de los hallazgos. Cuando el hallazgo está cerca, aparece la violencia. Me preocupan las paternidades y las maternidades. Siempre pensamos nuestro colectivo como constituido por adultos. Nadie nos piensa como niños y niñas que fuimos, la mayoría expulsados de casas heterosexuales, con violencias en nuestros cuerpos y en nuestras vidas. La familia canon te expulsa a la calle porque sos algo que no espera. Y la escuela es y ha sido reproductora de esa violencia. Todo esto es lo que ponemos en discusión. Hay muchas violencias que no tienen que ver con lo sexual. Hay modelos a los que el 90 por ciento de la humanidad no responde, por eso la bulimia y la anorexia. Hay un consumo que anuncia un único modo de ser varón y de ser mujer, el resto queda afuera, pidiendo permiso para entrar.

–¿Lo trans implica correrse de un modelo binario?

–Sí, es esa sensación de desandar. No espero que todo el mundo sea trans. A veces le tenemos miedo al heterosexual, porque es el que nos abandonó e injurió. Tengo una hija de 22 años, aparentemente heterosexual. Cumplí bien las reglas para este mundo conservador. Pueden escribir: ¡las trans hasta son capaces de crear heterosexuales! (Risas.)

–¿Y cómo es ser trans hoy, cotidianamente?

–Hay de todo. No es lo mismo el día que la noche o la gran urbe que el pueblo chico. El arte es, para mí, un espacio contenedor. Mis viejos han sido muy comprensivos y después pasé a este mundo. La violencia la sentí y la siento en la calle. El cambio es cultural. Soy brava, soy la peor de todas, tengo herramientas para defenderme. A la noche sale en lo bueno y lo malo, la gente se desinhibe para bien y para mal. Lo peligroso es lo que le pasó a Diana Sacayán (una trans que recientemente fue agredida en Laferrère y luego golpeada por las fuerzas de seguridad): el que te tiene que cuidar no sólo te abandona sino que también te caga a palos. Esto tiene que plantear un alerta. Cuidarse es sumarnos en los diálogos. Soy una “insistidora” de abrirnos de los guetos. Los construimos para protegernos, porque el afuera es muy violento, pero ahora hay que salir. Lo mejor que puede pasar en Página/12 es que el Soy vaya perdiendo sentido. Capaz que, si nos ponemos a pensar en el mundo que queremos, tengo más que ver con usted que con otro u otra trans.

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