CULTURA › PRIMERA FERIA DEL E-BOOK DE BUENOS AIRES
El encuentro desarrollado el sábado en Casa Brandon marcó pautas de consumo que van encontrando más adeptos día a día. Aquí los puesteros no venían con varias cajas repletas de libros. Les bastaba con un disco rígido externo o un CD regrabable.
› Por Andrés Valenzuela
“¿E-book? ¿Qué es eso?”, pregunta un hombre de unos 50 años a su compañero, cuando pasan por la puerta de Casa Brandon. Ninguno de los dos se detiene. Siguen por Luis María Drago hacia la avenida Angel Gallardo, mientras el segundo le explica algo de “libros digitales y cosas así”. Adentro, en la primera Feria del E-book de Buenos Aires, nadie nota su ausencia. Es el primer sábado de octubre, el clima por fin es agradable y dentro del bar la actividad sorprende a propios y ajenos. Brandon está repleto de curiosos, entusiastas, autores y nuevos editores. La Feria dura sólo un día y todos aprovechan su paso por allí. Además, ninguno recuerda otra experiencia similar en el país.
El desinterés de los dos cincuentones no es generacional. Adentro resulta muy difícil trazar una descripción demográfica clara. Hay buen poder adquisitivo, sí, y también predominan hombres y mujeres de entre 30 y 45 años, aunque los hay más jóvenes, y también más de una señora mayor ávida de entender las novedades. Una de ellas tiene un tapado blanco de lana gruesa y con sus dos dedos medios escribe sus datos en el teclado negro de la notebook de una editorial. Recibirá el libro digital por mail, le explican. En la decena de stands ofrecen esa opción, pero también la posibilidad de llevarse los archivos en un pendrive, tarjetas para descargarlos en casa o acceder a ellos a través de código qwerty.
Entre los asistentes abundan tabletas, readers, smartphones, computadoras compactas y otros chirimbolitos digitales de esos que salen más de un sueldo entero. Paradójicamente, los libros (digitales) que se ofrecen arrancan en los 20 pesos y no superan los 50, muy por debajo de los precios que se ven en las librerías tradicionales. BajaLibros.com, una tienda online dedicada al rubro, destaca justamente cuánto más baratas están sus versiones en bits, ceros y unos que sus homólogos en papel. Hasta un 79 por ciento más baratos.
“¿Tienen tableta?”, pregunta la chica. Ella ronda los 30, 35 años, como gran parte de los asistentes a esta primera Feria. El “no” la sorprende un poco. Leer en esos dispositivos portátiles es más cómodo, pero no es indispensable, explica, y cuenta con qué programas se pueden leer los libros que venden.
Se escucha hablar de “DRM”, de libros gratuitos, de muchas otras opciones. En cada stand despejan dudas: un e-book con DRM limita o impide el paso de un libro-archivo de un soporte a otro. Si uno se compra el último de Dan Brown para su iPad, no lo podrá disfrutar en su Kindle, por ejemplo. En algunos casos, el DRM puede limitar ese usufructo a una cantidad equis de dispositivos. Tres, por ejemplo, como ofrecen en un stand.
Lo que no resulta tan fácil de explicar es cómo seducen al lector estos libros digitales. Sólo en una mesa hay versiones impresas de los libros. En el resto el espacio lo domina una computadora portátil rodeada de algunos folletos y “catálogos”. Claro que mientras en una feria normal los puesteros van con varias cajas repletas de libros, aquí les basta con un disco rígido externo o un cd regrabable. ¿Qué ve el público? ¿Cómo se convence de probar uno u otro título, si no puede hojearlo? Una editorial imprimió para la ocasión una lámina plastificada con las “tapas” de todos sus e-books. Otra imprimió un pequeño dibujo junto al nombre del autor y el título del libro y metió el papel dentro de un porta-cd. En muchas otras abundan los flyers con direcciones web, páginas de Facebook, perfiles de Twitter y recuadritos de código qwerty. En algunos stands prestan la computadora para que el lector pueda chusmear el texto.
Lucas Oliveira, de Editorial Funesiana, y Evelin Heidel, de Fundación Vía libre, comparten una charla sobre derechos de autor y propiedad intelectual. “Levanten la mano los que alguna vez se bajaron un disco o vieron una película online pirata”, pide Heidel. “Ah, ¡según la ley 11.723 esta sala está llena de delincuentes!”, captura la atención de todos antes de pormenorizar sobre el marco regulatorio vigente. Luego contará sobre licencias y derechos, con creative commons a la cabeza (“si a ustedes les roban su trabajo y no pueden perseguir judicialmente al otro, da lo mismo qué licencia le pongan”, advierte). También distinguirá entre registrar un libro para dotarlo de un ISBN en la Cámara Argentina del Libro y su contenido en el Registro de Propiedad Intelectual, comentará el caso del docente de filosofía Horacio Potel (enjuiciado y embargado por compartir libros de Kant, Foucault y otras luminarias del conocimiento).
Es que los temas de interés para el sector del libro no difieren mucho de los que ocupan a la música o la industria audiovisual. Eso sí: entre esas paredes de Parque Centenario hay más confianza en el potencial de lo digital para empujar adelante el negocio. Es imposible no trazar una analogía con esa primera Feria del Libro de Buenos Aires, hace más de tres décadas. ¿Crecerá así esta primera Feria del e-Book de Buenos Aires? Quizás el futuro ya llegó. El último sábado.
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