CULTURA › TERMINó AYER EN AZUL UNA NUEVA EDICIóN DEL FESTIVAL CERVANTINO
La cita convocó a participantes de todo el país y del extranjero. De entre unas 150 actividades programadas, más de la mitad estuvieron a cargo de azuleños. Lejos de ser una fiesta elitista, tuvo como invitados, por ejemplo, a Los Auténticos Decadentes.
› Por Facundo Gari
Desde Azul
Azul es una trampa. Están las calesitas sin rejas, los muñecos de fierro de Carlos Regazzoni y perros gordos bajo los naranjos. Hay señores de boina que cantan a Sinatra, muchas bicicletas, una pizza amasada con las nalgas y un postre Dulcinea; la siesta sacra y un amasijo arquitectónico entre colonial y gringo. Esta ciudad bonaerense tiene sus River y Boca, diarios centenarios, un Angel de la Muerte de Francisco Salamone; museos que son como clubes de barrio, un arroyo en el que los paisanos tiran sus cañitas y un mural de Omar Gasparini en la costanera Cacique Catriel. También, cajeros, wi-fi, coches modernos, fans de Justin Bieber y distraídos que con sus celulares compran rifas para besar el suelo; pero la globalización le ha hecho a este pago menos mella. No tanto debido a los casi 300 kilómetros que lo separan de la ciudad de Buenos Aires como al ímpetu de una comunidad que, por ejemplo, le baja el pulgar a los edificios que atropellarían el paisaje. Por eso, los banderines de la séptima edición del Festival Cervantino –que duró diez días y terminó ayer– lo destacan como una “creación colectiva”. Y por todo eso es una trampa: cómo no aquerenciar su perfume a infancia, historias y sueños.
La pampa carnavalesca no es una pose para esta cita que convocó a participantes de todo el país y del extranjero. Lo dicen los habitantes: Azul es de colores todo el año. El festival sería una excusa, una invitación cada vez más ineludible. Quienes lo siguen desde el principio cuentan que en el medio hubo un gran debate. “Fue sobre la vinculación con lo cervantino”, explica José Bendersky, director del festival, en la base que es un ex supermercado, espacio recuperado por el municipio. “Las posturas eran una aproximación a Cervantes elitista y la otra desde la diversidad de lenguajes. Los años limaron asperezas y cada vez más vecinos participan. Somos una comunidad que cumple sus desafíos.” Como lo fue El Quijotito, una bella edición ilustrada por niños de la comarca.
La impresión en la calle es que los azuleños sienten orgullo de serlo. Uno, con la cara de zonzo de los turistas, queda fácil en orsai. Cualquier ciudadano pregunta “¿sos cervantino?”. “Son los que vienen al festival, los que no son de acá”, desasna la señora Dime, con el código en la cartera. Ese sentido de “lo cervantino” algo dice de la definición de aquel debate. Algo que la programación confirma. “Lo rioplatense y lo europeo”, mixtura el percusionista Emanuel Claudel, antes de poner al público a saltar. “Somos un pueblo diverso, así que defendemos desde el folklore a la tarantela. Lo importante es la posibilidad de conocer todas las expresiones artísticas.”
De entre unas 150 ofertas –gratuitas o baratas– menos de la mitad fueron de invitados. Tocaron Los Auténticos Decadentes, el Chango Spasiuk, Babel Orkesta y el histriónico blusero norteamericano Eddy Clearwater, previo al Buenos Aires Blues Festival del próximo fin de semana. Lo mismo los residentes Emiliano Turchetta, Abi González y el trío Mala Junta. Por el rubro teatral, estuvieron Marcelo Savignone, Gabriel Chamé y Libertablas. Hubo escritores como María Teresa Andruetto, Alberto Laiseca y Pablo Ramos. Y una exposición de Juan Carlos Cambre. Y la muestra Game On! Y una película local de curas zombies. Y jornadas de “educación no formal, porque el aprendizaje ocurre en el encuentro con el otro”, según Gabriela Mattina, de Artistas Unidos Azuleños. Y talleres de toda clase, intercambios con pibes del interior, ferias de economía social, desfile de murgas, “acampe poético”, torneo de fútbol al sol y asado a las estrellas. Una propuesta variopinta como el gigante nacional, con actividades celebratorias de los 30 años de democracia.
Azul es una de las dos ciudades cervantinas de América, junto con la mexicana Guanajuato, de silueta más for export, según Bendersky. En buena parte, el título aportado en 2007 por la Unesco es mérito del Jeremías Springfield vernáculo, Bartolomé Ronco. En su tarjeta decía “doctor en jurisprudencia”, pero a la hora de los bifes era un hombre orquesta: escribía poemas, diseñaba muebles, abría bibliotecas y museos, investigaba y coleccionaba objetos de civilizaciones diezmadas por el colonialismo. Los estantes que armó están en el mismo sitio de su casona que hace sesenta y un años, cuando falleció. Su hogar es ahora un espacio abierto llamado Casa Ronco. Ese apellido nombra a instituciones y a una calle del centro.
Más de una son las colecciones editoriales en su biblioteca de nueve mil unidades. La de El gaucho Martín Fierro incluye una primera edición con correcciones a mano de José Hernández. Claro que ni ésa ni la de la Espasa-Calpe aportan méritos para La Mancha. Sí lo hace su repertorio de Don Quijote: donaciones mediante, cuenta con 315 ediciones y supera los 1500 ejemplares. La edición más añeja que dejó Ronco es de 1697, pero la más veterana de todas fue obsequio, en 2009, de Julian Barnes. “Visitó la Argentina, supo de la colección y dejó una traducción al inglés de Thomas Shelton, de 1675”, detalla Sara Fusaro, titular de la Casa. Sobran perlitas de anaquel: traslaciones al alemán gótico y al quechua; volúmenes ilustrados por Dalí y Walt Disney y un ejemplar con el sello de María Cristina, cuarta esposa de Fernando VII. “Ronco lo habría conseguido en un remate de los que se enteraba por sus amigos como Borges y Victoria Ocampo”, acota. Ahora, la pretensión es crear un Instituto de Investigación de la Obra Cervantina y Hernandiana. “El catálogo del Martín Fierro ya fue hecho por la Academia Argentina de Letras, pero firmamos un convenio con la Biblioteca Nacional para que el Conicet haga el del Quijote”, adelanta.
En la entrada de la Casa Ronco hay un cuadro que resumiría la postura de la comunidad y cuyo nombre es su descripción: “Quijote y Martín Fierro cabalgan por el mundo”. A pasitos aparecen los dibujos de Miguel Rep, parte de una exposición por los 400 años de Las novelas ejemplares, “la otra gran obra” de Cervantes. Aunque él diga que es un “tira-ideas”, el humorista gráfico aporta fuerte al proyecto cervantino y popular de la comunidad: de su puño son los murales quijotescos que hermanan a Azul y a Alcalá de Henares, capital mundial del cervantismo. Rep los pintó tras publicar con el filólogo español José Manuel Lucía Megías –impulsor del nombramiento de la ciudad– una edición “de lujo” del Quijote, con dibujos mostrados antes en Página/12. “La de Miguel es una mirada fresca de la obra por el diálogo abierto que establece con ella”, analiza el alcalaíno. Además de coordinar un ciclo de cine, Rep presentó el nuevo libro de Lucía Megías, Miguel de Cervantes Saavedra, natural de Alcalá de Henares. Y sumados a Quique Ferrari, armaron un “happening” de poesía, dibujo y música. “Azul tiene una sensibilidad extraña”, describe el ilustrador. “Es una ciudad que está protegida de que algo tan pomposo como Cervantes sea mainstream. Tiene todas las contradicciones argentinas. Aquí se hace y está todo por hacerse. Es un territorio de sueños.”
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux