CULTURA › SE REALIZA EN MADRID EL PRIMER ENCUENTRO DE ARTE FOLKLORICO ARGENTINO
Jorge Marziali, Mariana Carrizo, Luisa Calcumil, Hugo y Marcelo Dellamea, Joaquín Benítez, Julio Paz, Robert Cantos y Omar Moreno Palacios son algunos de los músicos que ofrecieron charlas y clínicas sobre los diferentes ritmos argentinos.
› Por Cristian Vitale
Desde Madrid
El frío hiela la sangre en la bella y populosa Madrid. En el barrio Moncloa, alrededores incluidos, las plazas lucen como postales y visten fragmentos de nieve. Delatan claramente los efectos de un clima hostil que cuando baja el sol arrima fiero el termómetro a cero. Que contrasta, a su vez, con el calor de un adentro: el del Colegio Mayor Argentino. A quince minutos en auto de la Gran Vía, a treinta minutos en bus del Paseo del Prado, y montado sobre una ondulación del suelo que operó como trinchera durante la Guerra Civil, el sitio es una residencia universitaria estatal que proporciona alojamiento y pensión a todo argentino que cruce el océano con fines de doctorado, investigación y docencia. O de cruzada artística, como en este caso. Buena parte de las noventa plazas que la residencia ofrece para tales fines está ocupada por los músicos, artesanos y productores criollos que están dando vida y color al Primer Encuentro de Arte Folklórico Argentino. Ideado y organizado por la Secretaría de Cultura de la Nación y la Academia de Folklore, su todo da una suma de exposiciones (artesanías, discos, videos y fotografías), recitales, conferencias y clínicas sobre el género.
La de Jorge Marziali, por caso. En el cálido anfiteatro del Colegio Mayor y ante una audiencia de españoles y argentinos, el guitarrista y compositor despliega una base de datos abarcativa e interesante sobre uno de los focos regionales que los organizadores decidieron incluir para dar cuenta de la diversidad folklórica argentina: Cuyo. Habla del gato: “Uno de los pocos ritmos, junto al sereno, que no llegó a la región desde Chile, sino desde el norte y el este argentino”. Se despacha sobre las tonadas y hace hincapié en una forma de encararlas que se perdió en el tiempo: la décima. “Ya no hay tonaderos conocidos que escriban en décima porque han caído en la cuarteta. Pero las primeras tonadas que escuché estaban en décima y me parece algo hermoso, muy provocador para el que escribe... El desarrollo es como el de una novela”, explica el músico, que grafica interpretando, junto al guitarrista todoterreno Martín Castro, una de ellas: la muy antigua “Que equivocación será”. También toca otra tonada en cuarteta (“Cuando tu sombra no duela”), habla de la refalosa, y rescata del olvido al sereno, un género que tampoco llegó a la región desde el Pacífico, sino de los salones porteños. “No se toca desde hace cincuenta años, pero yo voy a hacer uno”, dice el hombre de Guaymallén, y encara “El sereno de los oficios”. Marziali también profundiza, de música y palabra, en la inevitable cueca. “Es imposible no hacer referencia a ella, el ritmo más vivaz que tenemos los cuyanos, que nos viene de la zamacueca del Perú”, explica e invita a su pareja, la cantora de San Luis Marita Londra, para ejecutar una de ellas en clave de tonada: “La Paloma”.
El péndulo geográfico se corre hacia el noroeste cuando sube a escena la coplera Mariana Carrizo y, amparada en dos de sus cajas, da una clase magistral sobre bagualas y vidalas. “Cuando se canta una copla es un canto íntimo pero también colectivo, que se hace en épocas de carnaval, pascuas y velorios, y que está basado en ruedas de hombres y mujeres... Hay zonas como la región chaqueña, donde la cultura es muy machista y generalmente cantan hombres, pero no pasa lo mismo en los Valles Calchaquíes o la Puna, donde predomina el canto de la mujer. Después hay otras regiones, como el valle de Fiambalá en Catamarca, donde la copla se recita, se dice, y luego se acompaña de un lamento como éste”, introduce Carrizo, nacida en San Carlos, Salta, y grafica con un lamento que eyecta de las vísceras (“Yo soy hija de la Luna, nacida del rayo del Sol, hecha con mucha estrellas, prenda de mucho valor”) y distiende con una situación de aeropuerto. “Cuando baje del avión, un policía de acá me dijo que mi caja era un pandero, y siguió ‘¿por qué su pandero tiene tapa?’”, se ríe. “No señor, esto es una caja, el tambor de la Luna, como dice nuestro poeta Jaime Dávalos, es como el corazón que dice en sus golpes lo que la palabra no alcanza a nombrar.” La coplera hace un repaso por las costumbres del carnaval “una época de libertad, donde una se saca los límites, y las coplas son más alegres, porque son de verano, de cosechas y de flores”, y la demostración sonora es junto a otra exponente de la región: la vientista Micaela Chauque.
A la despedida de Carrizo, a través de una hondísima versión de “Vidala para mi sombra”, le sucede la actriz, cantante e investigadora mapuche Luisa Calcumil, en representación de la Patagonia y sus nativos. A un sentido canto en mapuzungún, le sigue la explicación de su instrumento, el Kultrun (“nuestro instrumento sagrado”), y mensajes de justicia en ambos idiomas. “Soy nacida en General Roca, el lugar al que los antiguos le pusieron Fiske Menuco (Pantano Frío), y que desde la tragedia del siglo XIX lleva el nombre de uno de los mayores genocidas argentinos”, dice la cantora, pintando otra parte de la gran aldea. El resto de las regiones, además de las expuestas, tuvieron su expresión a través de Hugo y Marcelo Dellamea, y Joaquín Benítez (Litoral); Julio Paz y Robert Cantos (NOA, Santiago del Estero) y Omar Moreno Palacios (Pampa Húmeda), en las charlas que poblaron la semana de argentinidad al palo, a diez mil kilómetros de las peñas, guitarreadas, duendes, charangos, kultrunes y salamancas que le dan sustento.
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