Mié 04.12.2013
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CULTURA › COMENZó EL FESTIVAL DE LAS LETRAS EUROPEAS EN LA FERIA DEL LIBRO DE GUADALAJARA

Discusiones alrededor de la pizza

El escritor británico Adam Thirlwell y su colega austríaco Robert Menasse hablaron a favor de una tradición de literatura europea, pero el italiano Alessandro Baricco arremetió contra “la trampa del multiculturalismo” y marcó diferencias entre los países.

› Por Silvina Friera

Desde Guadalajara

Las perlas del lenguaje emergen en las circunstancias menos esperadas. Un periodista mexicano pierde su silla en el salón donde comenzará la tercera edición del Festival de las Letras Europeas en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) con Alessandro Baricco (Italia), Adam Thirlwell (Reino Unido) y Robert Menasse (Austria). No hay más remedio que permanecer de pie o sentarse en el suelo. “Estoy jodido pero contento”, responde al “¿cómo andás?” de otro colega. Crear un puente entre los lectores de América latina y la literatura contemporánea que se está escribiendo y publicando en Europa es el propósito de este encuentro que reúne a diez escritores durante tres días. La multiculturalidad y diversidad europea –especie de comodín que neutralizaría a priori cualquier conflicto– puede esconder el polvo de la discordia bajo de la alfombra. La pizza italiana encenderá la chispa de tensiones que no se deben escamotear. La escritora Sandra Lorenzano, a cargo de la moderación, advierte que hay un acuerdo en pensar que la identidad no es única ni inamovible. “¿Se sienten parte de ese algo llamado Europa, parte de eso llamado ‘literatura europea’?”, pregunta para iniciar el juego.

Thirlwell reconoce que el Reino Unido y Europa han tenido una relación compleja. “Nosotros nos sentimos aislados del resto de Europa. Crecí en un área de Londres donde casi todos éramos judíos, en una sociedad muy británica. Soy judío y para mí es muy importante tener una tradición con Europa”, explica el autor de La huida (Anagrama). “Como escritor, tengo interés de entender la época en la que me tocó vivir y qué está sucediendo alrededor –plantea Menasse–. Soy escritor de novelas y de alguna manera tengo una enseñanza que tiene que ver con el realismo social. ¿Todavía puedo escribir una novela de realismo social? Me fui a Bruselas porque me dije: ‘Aquí se produce la realidad, quiero ver cómo es realmente’. Y me fascinó.” El narrador austríaco no vacila en enfatizar una perspectiva demasiado optimista. “A pesar de la crisis que es omnipresente, estoy contento como nunca antes lo estuve de ser europeo.” Menasse cuenta que vivió diez años en Brasil y cuando le preguntaban de dónde era y él respondía de Austria, sus interlocutores exclamaban: “¡Ah, de Europa!”. “Europa es hoy en día la posibilidad de ser parte de una multiplicidad. Por primera vez en la historia es posible que esta variedad pueda organizarse de manera política sin uniformizar.”

Entonces irrumpe la voz del “bárbaro”, ofreciendo una pizza grande de mozzarella a la vieja usanza. Baricco admite que Europa es una comunidad que vive en paz, “después de siglos en que nos mordimos como bestias”. “El terror de regresar a la guerra nos hizo hombres de paz”, subraya. Sin embargo, el autor de Seda arremete contra la “trampa” del multiculturalismo. El narrador italiano precisa que en la Unión Europea hay “una autoridad kafkiana”. “No sabemos dónde se toman las decisiones”, afirma, y en Italia es “una excusa para no decir nada”. El público empieza a festejar las ocurrencias baricconianas. “Nosotros hacíamos la pizza de una manera en Italia, pero llegaron las reglas de higiene y ahora la pizza no es mejor. Antes era un poco sucia pero rica. Somos una única comunidad política, pero culturalmente somos muy diferentes. Inglaterra no es parte de Europa; ellos son para nosotros un pedazo de Estados Unidos. Son diferentes de nosotros, escriben diferente, no tienen tiempo para leernos porque tienen que leer todos los libros de lengua inglesa. Tienen un modelo antropológico y social diferente y juegan distinto al fútbol. Son una isla y siguen siendo una isla, para bien y para mal”, compara el narrador italiano. “El sur de Europa se divierte mucho más y tiene muchos más problemas económicos. Los del norte de Europa son incomprensibles para nosotros. Si ves a un sueco en una playa italiana, te dan ganas de abrazarlo porque se está salvando.”

A esta altura del partido, el público literalmente se parte al medio de la risa. “Somos una comunidad vieja y cansada porque vivimos en la riqueza –reflexiona Baricco, que antes dialogó con sus colegas Camilla Läkberg y Colm Tobin–. En todos los países de América latina percibo juventud, veo una fuerza que nosotros ya no tenemos.” Menasse (Viena, 1954) refuta a Baricco: “Fue divertido escucharte, pero hay un profundo error en tu explicación, porque estás usando el punto de vista nacional. Es tarea de la literatura encontrar palabras para las diferencias. ¿Qué es un austríaco? Para mí es una gran incógnita. Si queremos tener paz, se plantearon los creadores de la Unión Europea, tenemos que superar el nacionalismo. Como europeos, lo primero que tenemos que hacer es dejar el punto de vista nacional. La ideología nacional es una ficción”. El autor de El hombre sin cualidades, ensayos sobre la identidad austríaca, asegura que un segundo error del narrador italiano es afirmar que la pizza estaba mejor antes porque no se la regulaba desde Bruselas. “Es una verdad a medias –objeta–. Hay que definir ciertos lineamientos higiénicos que tendría que cumplir la pizza para que sea comercializada. Eso no significa que el pizzero napolitano no pueda hacer la pizza como quiera. Pero no podrá venderla en Viena o Copenhague.” El escritor austríaco repite que hay que salir de este punto de vista nacional para adoptar el punto de vista europeo-transnacional. Y agrega que “ningún artista o poeta que tiene tres dedos de frente quiere escribir literatura nacional”.

Para condimentar el cortocircuito previo, Thirlwell (Londres, 1978) comenta que el 90 por ciento de los restaurantes que hacen pizza fuera de Italia son de chinos. Otra vez las carcajadas ganan la partida. El narrador inglés coincide con Menasse que sería “terrible poner las etiquetas nacionales de ‘austríaco’ y ‘británico’” y pondera una perspectiva transnacional. “No hay literatura europea, no hay nada que conecte a París con Londres, salvo algunas herencias. Cuando hablamos de literatura, no podemos generalizar. No se puede hablar de nacionalismo puro.” Baricco (Turín, 1958) aclara que el nacionalismo entre europeos es “una idea peligrosísima”. El ideólogo de la escuela de escritura Holden vuelve a sacar los trapitos al sol de la FIL: las reglas comunes chocan con las diferencias. “El problema detrás de la pizza es que hay una idea de seguridad y de protección ante los peligros. Europa adoptó el camino nórdico de garantizar la seguridad a todos sus ciudadanos, pero es una idea que a los italianos no nos pertenece.” Sorteado el punto de fricción, el escritor italiano asume que hablar de libros en todos los medios en los que puede hablar es “una pasión que también tienen los que adoran las motos y hablan de motos”. Los europeos, por lo visto y escuchado, están jodidos y contentos.

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