CULTURA › NARRADORES Y POETAS DEL INTERIOR ARGENTINO EN LA REVISTA MEXICANA BLANCO MOVIL
El número 124 de la publicación independiente fundada y dirigida por el poeta y editor argentino Eduardo Mosches fue presentado en la Biblioteca Nacional. “Dedicárselo a las letras del interior argentino es un deleite”, aseguró Luisa Valenzuela.
› Por Facundo Gari
“Es cercano el tiempo en el que la colección completa de Blanco Móvil sea valorada como lo es la de Sur”, sopesó revistas Luisa Valenzuela, el miércoles por la noche en la Biblioteca Nacional, durante la presentación del flamante número de esa publicación mexicana, abocado a los “poetas y narradores del interior de la Argentina”. La de la escritora y periodista no fue para nada una presión intelectual, sino un piropo elocuente: hace 28 años que, con notable tino, la revista independiente fundada y dirigida por el “gestor cultural” argentino Eduardo Mosches divulga a gran parte de los alquimistas de la palabra de México y de más allá de los mapas políticos, con énfasis en las expresiones de vanguardia, lo cual le posibilita la reproducción de consagrados y el alumbramiento de ignotos. “Cada número es especial y sorprendente, pero dedicarle éste a las letras del interior argentino es un deleite: tras nombres conocidos, descubrimos nuevos que recorren la vasta variedad de nuestra tierra”, completó la autora de Cola de lagartija.
Además de Mosches y Valenzuela, apretaditos a la mesa estaban los poetas Máximo Simpson y Jorge Ariel Madrazo. El cantante, guitarrista y compositor Delfor Sombra aportó algunos de sus folklores vindicatorios de la prosa provinciana (como “La vidalita”, del poeta pampeano Edgar Morisoli, sobre la Masacre de Trelew) y el bailarín de tango Diego Amorín ofició como lector de una selección de poemas. “Somos parte del proceso cultural del exilio: nos fuimos, regresamos o nacimos en México”, aglutinó el director, en referencia a la migración compelida por el terror de la última dictadura cívico-militar. En su caso, dejó Buenos Aires en 1976 y volvió, de visita a la Feria del Libro, hace apenas siete años. El título de “gestor cultural” se lo tiró Madrazo, a propósito de la riqueza de su currículum: es poeta y editor (actualmente, también en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México), estudió ciencias políticas y cinematografía y fue obrero agrícola, impresor, promotor cultural y traductor en varias ciudades del mundo.
De arranque, Mosches destacó el trabajo mancomunado de individuos y colectivos literarios provinciales para el episodio 124 de Blanco Móvil. “Esta revista porta diferentes miradas de expresión de creadores del país, más allá del establecido obvio que es (la ciudad de) Buenos Aires”, distinguió. A su turno, Simpson halagaría la justicia poética de excluir a la presunta metrópolis artística. “Estamos aquí para compartir el canto que nos consuela. Estas son las voces de nuestros creadores que nos llegan a través de una revista mexicana que dirige un argenmex, un argentino que tuvo que exiliarse y que se erradicó definitivamente en tierras aztecas”, sobrepuso el autor de Túpac Amaru. Cercana, Valenzuela festejó este “emprendimiento descomunal, generoso, inspirado e inspirador” que rescata “aquello que muchas veces los editores dejan de lado por no ser ‘comercial’, palabra abominable”.
Luego hizo referencia a la presencia material de Blanco Móvil, en tiempos en que los formatos virtuales erosionan la vivencia con los objetos propiamente del arte y con los de su transmisión. “Es sensual el placer de tener esta revista en las manos. Tiene un peso real, por la magnífica calidad del papel ilustración, sumada al peso intelectual de su contenido, tan sabiamente elegido e interpretado por las fotografías que acompañan cada entrega”, destacó. Son 95 carillas con una tipografía de tamaño bien legible y, en esta oportunidad, grisáceos retratos eróticos hechos por la mexicana Kary Cerda. Tras bromear con que tal vez uno de los secretos de la supervivencia de esta gaceta haya sido su nombre –pues “hay que tener muy buena puntería” para derribar un objetivo movedizo–, Valenzuela cerró con un pedido que develó un adelanto: “Aprovecho para pedirte, Eduardo, el número dedicado a Carlos Fuentes, ya que preparo un libro sobre él y Julio Cortázar y estoy segura de que encontraré tesoros en esas páginas”.
El orden de la velada fue la “espontaneidad afectiva”, con la que Mosches se permitió invitar del público a algunos de sus aportantes de versos. Pasaron, por ejemplo, Patricia Cuaranta y Gustavo Tisocco. Lo mismo Nahuel –o Carlos Porcel de Peralta–, ex guitarrista de Alfredo Zitarrosa (igual que Sombra), letrista de Mercedes Sosa, santafesino radicado en México, que se calzó la guitarra e interpretó, del uruguayo, “Y la milonga lo sabe.” “¡Quiero destacar un gesto ético de Eduardo!”, arremetió ahí nomás Madrazo. “A pesar de necesitarlo, este año renunció al apoyo financiero del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes mexicano porque consideró injusto que ese apoyo a la revista y a otros proyectos fuera reducido prácticamente a la mitad.” En una carta difundida por correos electrónicos y redes sociales en agosto pasado, Mosches diagnosticó la falta de apoyo económico casi como si hablase de alguna jefatura vernácula. “No se reconoce el hecho creativo cultural como un valor de uso, sino como un componente sucedáneo y no estructural de las necesidades del ser humano. No forma parte de la canasta básica existencial”, escribió entonces. El contraste fue rotundo: cuando Madrazo conminó al director la realización de otro número sobre poetas y narradores provincianos, Mosches identificó una necesidad humana y aceptó.
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