CULTURA › JULIO FRYDENBERG PRESENTA SU LIBRO HISTORIA SOCIAL DEL FUTBOL
Rico en anécdotas, pero de un rigor académico que lo convirtió en su tesis de doctorado en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, el ensayo de Frydenberg bucea en el mundo de las mayorías, la calle y la vida social, a través del fútbol.
› Por Cristian Vitale
Lejos está Julio Frydenberg, en su libro Historia social del fútbol, de hacer un simple –y efectista– ejercicio memorialístico. No sólo fue su tesis de doctorado en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, sino también –rigor científico mediante– ameritó el plus de ser publicado por la Editorial Siglo XXI. Pero cierta data gruesa, fáctica, puramente histórica, no deja de resultar entretenida. Que en sus principios, por caso, el deporte más popular de Argentina no procedía bien si los equipos rivales no se juntaban a tomar el té después del “match”; que San Lorenzo estuvo a punto de desaparecer en 1912, por no poder ascender; o que los jugadores de cada club recién fundado eran a su vez socios, al punto que Anacleto Saravia –club que jugaba en las ligas independientes durante el primer decenio del siglo XX– tenía tres equipos ¡y 32 socios! Casi más jugadores que asociados. “Datos llamativos de la época, sí... eso de tomar el té después de los partidos era un hábito inglés que a los argentinos les resultaba muy raro”, se ríe el autor, más interesado en marcar continuidades que rupturas entre aquel fútbol incipiente y el de hoy.
De ahí que el recorte temporal que propone para contar la historia (1891-1928) coincida con la vertiginosidad con que ocurrió la ruptura mayor (del amateurismo al profesionalismo), y quede el camino llano para profundizar en las continuidades. “La idea de terminar el análisis a fines de los veinte es que en ese momento se dan muchas de las características básicas que recorren el siglo, especialmente en la estructuración del espectáculo. Además, la estructura barrial de la ciudad no ha cambiado demasiado, y los estadios masivos, la prensa popular, el hinchismo y los principios institucionales tampoco”, señala Frydenberg, sobre este riguroso trabajo, cuyo intento matriz es el de bucear en las prácticas, imágenes y valores asociados al mundo de las mayorías, la calle y la vida social, a través del fútbol. “La verdad es que recurrí a este ardid de creer que un solo fenómeno puede descubrir cosas sobre los grupos sociales. Lo ideal sería una síntesis con otras prácticas populares, pero es un camino demasiado complejo”, admite.
–Un ardid que se suma al de indagar en una temática que no es habitual para la historiografía académica...
–Son temas que, en el mundo académico, todavía están en el límite, es cierto. Creo que por un lado tuvo que ver mi interés sobre el tema y, por otro, con la receptividad de intelectuales de mente abierta que me apadrinaron, porque si eso no ocurre en el mundo académico, vas muerto (risas).
Ardides que se concatenaron, a su vez, a otra traba: la de carecer de “estados de cuestión” anteriores. Lejos del archivo analítico que podría aportar la disciplina en otros rubros, Frydenberg tuvo que ir directo a las fuentes de la época (diarios y revistas básicamente) y a miradas provenientes del periodismo o la antropología. “El surgimiento de la idea fue un poco azaroso: había terminado un seminario sobre cultura popular con el antropólogo Ariel Gravano y tenía que hacer un trabajito, pero no tenía ni idea sobre qué. Entonces, dio la casualidad que durante el seminario los dos hablábamos de fútbol y éramos hinchas del mismo equipo, Independiente, y él me sugirió: ‘Qué mejor tema que el que a vos te gusta: la historia y el fútbol’. Y tuvo razón.”
–Pudo abstraerse de “la camiseta”, no siempre sale la del intelectual distante.
–Sí, y tal vez haya sido por la época ¿no?, tan lejana. Pero además hay cosas que están por encima del amor a la camiseta. Ciertos valores hacen que uno empiece a tener afinidad con prácticas que puede emplear cualquier equipo. Jugadores que te gustan, que no están en tu club, etcétera. La mirada es con la camiseta y con valores, y esto hace que uno tome distancia. Soy un hincha un poco obtuso, pero no tanto como para ser totalmente parcial (risas).
–Su postura enlaza con la tensión “hinchismo-fairplay” que aparece como uno de los ejes del libro y que también podrían verse como otra continuidad, pensando en términos de “cultura popular”, ¿no?
–Cuando los sectores populares se incorporan al fútbol lo hacen directamente desde el hinchismo, y su impronta exitista, y es algo que choca con el modelo del fairplay que preconizaban los ingleses. Siempre entre el modelo y la realidad hay una distancia... y acá el modelo se fue desdibujando. Incluso hoy, la cuestión del aguante está tan incorporada en las mayorías que no puede resolverse: no hay público visitante, no podés ir con otra camiseta a la cancha, en fin, no digo que no ocurriera antes, pero hoy forma parte de las vísceras del mundo social, y estos fenómenos son difíciles de estudiar.
–Hay un pasaje del Adán Buenosayres (década del treinta) en el que Leopoldo Marechal relata, impecable, una batalla campal y descomunal entre hinchas de Racing y San Lorenzo, en las calles de Villa Crespo.
–No caben dudas. Con ver los diarios de la época se constata, pero la historia tradicional del fútbol que se construyó en los cincuenta oculta eso. Hay una visión mitológica sobre una edad de oro que no se condice con la realidad.
–Los piedrazos que les tira la hinchada de Gimnasia a los jugadores, el 26 de julio de 1907, por ejemplo.
–Claro, cuando buscás en las fuentes, te das cuenta de que eso existió siempre, probablemente sin armas de fuego, o dentro de la cancha, pero es mentira que no había violencia. Todo lo contrario, y en algún sentido había más que ahora, por ejemplo en la suspensión de partidos, ¿no? El tema es que hoy los medios influyen para que no se suspendan.
–¿Y cómo influían en la época que usted estudia? Entre las fuentes, analiza medios relacionados con la Iglesia Católica, el Ejército, los partidos políticos de izquierda. ¿Qué mirada tenía cada uno sobre el fútbol y sus implicancias sociales?
–Lo miraban como un tema menor, en general. En la Iglesia y el Ejército, el fútbol irrumpió por la ventana y lo jugaban porque a los pibes les gustaba, no les quedaba otra. En el caso del Ejército, siempre hubo una tensión entre el orden y la disciplina, y este era un deporte que tenía problemas con eso, ¿no? Un gran problema, porque es inconcebible el deporte sin orden.
–Para los partidos de izquierda, es archiconocido que el fútbol representaba un obstáculo para el desarrollo de ideas revolucionarias.
–Los anarquistas siempre estuvieron en contra de cualquier deporte, porque lo consideraban una práctica burguesa que allanaba el dominio de clase. Los comunistas y socialistas empezaron igual, pero en los veinte cambiaron, propusieron el deporte obrero, que tuvo una vida efímera, porque ya estaban los clubes y las ligas independientes masivas. Llegaron tarde, digamos.
–¿Cómo analiza el caso de Chacarita, que participaba de las ligas masivas y fue fundado el 1º de mayo, en honor a los mártires de Chicago?
–Es un tema abierto. En general, muchos clubes no se fundaron en la fecha que aparece en los libros. Hay una tendencia de muchos hinchas e historiadores que quieren empalmar la historia de su club con los ideales de izquierda de la época, pero el problema es que en esa época la izquierda estaba en contra del fútbol. Lo más correcto sería decir que algunos socios jóvenes, influenciados por ideas de izquierda, fundaban un club, pero no era cosa de los partidos. No era el comité socialista del barrio el que lo fundaba.
–¿Qué pasó con los equipos ingleses que fueron los protagonistas del fútbol argentino a fines del siglo XIX y que pocos años más tarde se esfumaron de la escena?
–Dejaron de jugar al fútbol competitivo, y algunos aún existen como equipos de rugby o hockey. Lo que pasó es que entre 1913 y 1918 convivieron con los equipos que ascendían de las ligas provenientes de los sectores populares, y éstos jugaban un fútbol diferente. Jugaban a lo loco (risas).
–Algo que contrastaba con el ideal del sportman (el deportista total) que pregonaban los ingleses.
–Sí, para ellos el buen deportista tenía que practicar varios deportes, mientras los pibes de los barrios porteños jugaban todo el tiempo al fútbol y, claro, les ganaban. Los hacían descender de categoría hasta que fueron retirándose totalmente.
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