CULTURA › ALAN ROBINSON PUBLICó EL LIBRO ACTUAR COMO LOCO
El dramaturgo, director y profesor concibió un ensayo sobre locura y teatro, en el que cuenta desde sus internaciones hasta su opinión sobre la psiquiatría. Sostiene que dejará de escribir “el día en que nadie más tome medicación y no quede una sola persona en un manicomio”.
› Por María Daniela Yaccar
Alan Robinson ya no es bipolar. Eso asegura. Sus psiquiatras, en cambio, insisten con que lo es. El dice que tiene más autoridad que ellos para diagnosticarse. En la entrevista con Página/12, que sucede en su casa de Flores, Robinson exhibe un único polo: calmo, tímido, cálido; sólo en un momento la expresión de su rostro cambia, cuando llora emocionado. Robinson es un dramaturgo, director y profesor que acaba de publicar un ensayo sobre locura y teatro, y que dejará de escribir “el día en que nadie más tome medicación y no quede una sola persona en un manicomio”.
Actuar como loco, con prólogo de Vicente Zito Lema y editado por Milena Caserola, es un libro caprichoso, escrito desde un saber muy personal. Es un acto heroico y un fluir de la conciencia. El autor pasea por los más variados temas. No es exactamente un libro teórico, aunque dialoga con Artaud, Foucault, Grotowsky, Gené y Ure, y discute con Eugenio Barba. Es un ensayo en el que Robinson lo cuenta todo: sus dos internaciones, sus delirios, las maldades de la psiquiatría (“los psiquiatras deberían estar presos por privación ilegítima de la libertad”), los grandes negocios que hay detrás, y todo culmina en una conexión que él encuentra, conceptual, entre el teatro, la locura y el chamanismo.
Antes de que lo internaran por primera vez ya había descubierto el teatro, en 1993. Es autor de obras como El Eskape del Panóptico, Instrucciones para dormir sin pesadillas y Daría mi vida por volverla a ver, incluida en Actuar como loco. Tuvo dos crisis en su vida. En determinado momento de su adolescencia creyó que era el mesías y que su papá era un clon. Fue la primera vez que le dijeron que había enloquecido. Tenía dieciséis años. Ahora hace ya diez que camina libre, desde los 27. Vive con Renata, su mujer, y su hija Sol, de 4 años. En la sala de ensayo que tiene en su hogar, decorada con banderines de colores –el día anterior festejaron el cumpleaños de Sol–, Robinson asegura que el amor lo salvó. Que, a fin de cuentas, es lo único que cura. “Ya no estoy loco. Sigo tomando medicación, porque uno queda muy asustado. Y romper las rejas, derribar las paredes que ponen los remedios en la piel es un laburo de años”, explica.
“Me estoy sintiendo muy bien”, dice. Y acá es cuando se quiebra. “Hay que seguir, no hay que tener compasión por uno mismo. Hay que seguir, por más que te quiebren, te encierren, te torturen. Por más que te hagan lo peor que le puedan hacer a una persona. No hay que bajar los brazos nunca. Ni muerto hay que dejar. Hay que seguir desde el más allá, luchando.”
Por ahora reparte sus libros a domicilio. En veinte días llegarán a las librerías. Se pueden pedir vía Facebook. Está feliz –siente que escribió algo por y para los otros–, pero tiene miedo. Teme por su hija, por el qué dirán. “Vicente estuvo en todo el proceso al lado mío, sosteniéndome; sabía lo que iba a significar para una persona que estuvo muy medicada y que tuvo dos internaciones hacer pública su historia”, cuenta. Con Zito Lema se conocieron gracias a un poeta fallecido, Jacobo Fijman, que estuvo internado en el Borda y a quien el periodista visitaba con regularidad. Un día, a Robinson se le ocurrió hacer una obra sobre Fijman. Buscó a Zito Lema y lo hizo actuar. “Creo que es un brujo. Hace magia. Me asombra lo que le pasa a la gente cuando lo escucha”, elogia el discípulo.
Zito Lema le dio buenos consejos. Robinson quería que la tapa de Actuar como loco incluyera dibujos que había hecho en estado de delirio. Zito Lema le aconsejó que optara por una imagen más formal, para que los lectores “tomaran el libro en serio”. Robinson le hizo caso. Y ahora la gran pregunta que se hace es cómo hacer para que lo lean los no convencidos, aquellos que todavía piensan en los peligros que entraña la locura, que, según el libro, no es una enfermedad sino “un estado de conciencia que la cultura contemporánea rechaza”, un modo de pensar que es metafórico y alternativo al “normal”. Porque el normal ya es, de por sí, bastante peligroso (“¿por qué no están encerrados los que fabrican armas?”, se pregunta Robinson).
“El mío es un libro provocador, chicanero, que discute la forma cotidiana que tenemos de relacionarnos con la locura. Es un grano en el culo. Está escrito desde el corazón, el dolor, la furia. Es un libro honesto. Imagínese que la ponen en una habitación durante una semana y no puede ver a la gente que ama. Cree que es el mesías y ve, escucha cosas, no entiende y nadie entiende, le dan medicación... es como una película. Es una herida en el cuerpo, la psiquis y el espíritu que tarda años en cicatrizar”, describe. El afirma que cuando decía que era el mesías en realidad quería decir otra cosa. Quería decir que estaba dispuesto, muy dispuesto, a ayudar a otros. Ahora puede entender que lo que quería era hacer teatro. Pero a ningún terapeuta o psiquiatra se le ocurrió hacerle esa pregunta: qué quería hacer por los demás.
Robinson recorrió un largo camino académico, pero dice que su forma de escribir “nunca encajó” en los parámetros vigentes. De hecho, este libro iba a ser su tesis de maestría en la UBA, pero Jorge Dubatti le rebotó el tema. “No organizo los valores del arte teatral como él. No coincido con su ética: para mí está enfermo”, arriesga. “Me dijo que hablar de teatro, el chamanismo y la locura no era conveniente, que me lo iban a reprobar, que no había precedentes. Pero los hay... ¡Jodorowsky, por ejemplo! Me pareció una actitud injusta, irresponsable”, se enoja.
El chamanismo es un capítulo importante en su vida. Es guardián del fuego en ceremonias del tabaco y el temazcal que se realizan en el Tigre, y que son herederas del chamanismo mexicano. “En el rito se logra cierta extracotidianidad, cierto estado sensible, como en el teatro. A través del fuego, las cosas cambian de forma. El actor es experto en el arte de la transmutación”, conecta Robinson. “Y, también, la sensibilidad del actor es muy similar a la del loco. Los actores saben que hay instantes, bendiciones mágicas, en donde todo se vuelve verdadero. Nadie sabe por qué pasa esto. Es un misterio que se hace presente en el cuerpo”, concluye.
“Me puse una meta ambiciosa: el día en que no se medique más a la gente y no se la encierre más en manicomios, dejo de escribir y de luchar. Creo que se puede: hacen falta mucho amor, lucha, perseverancia, arte, esfuerzo. El que lincha a otros está sufriendo”, asegura. “Ese tipo está alienado. Si logro que vaya al teatro, di un paso. Le di la posibilidad de sentir durante un rato, lo cuidé, le puse las emociones en un rito. Quizá cuando vaya a patearle la cabeza a otro no se dé cuenta de que está más sensible. Y quizá no le patee la cabeza.”
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