Mié 23.04.2014
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CULTURA › COLOMBIA TAMBIéN DESPIDIó A GABRIEL GARCíA MáRQUEZ

Mariposas amarillas en el cielo de Bogotá

Encabezado por el presidente Juan Manuel Santos, el homenaje oficial a Gabo contó con la presencia de personalidades políticas y culturales. Pero después de la solemnidad, en las calles de la capital colombiana sonaron algunos de los vallenatos preferidos del escritor.

Latinoamérica continúa despidiendo a quien la narró con magia y belleza, Gabriel García Márquez. En su Colombia natal, ayer se le rindió un homenaje oficial al Premio Nobel, encabezado por el presidente Juan Manuel Santos y con la Catedral Primada de Bogotá como sede. Bajo la fuerte lluvia que caía sobre el centro de Bogotá, el acto solemne arrancó poco después del mediodía, y una lectura del Sermón de la Montaña dio comienzo a este homenaje de Estado. Además de Santos y su familia, a la ceremonia asistieron diversos miembros del gobierno y los ex presidentes Belisario Betancur, César Gaviria y Ernesto Samper, todos con una flor amarilla en la solapa. Aunque a este homenaje no asistieron ni la viuda del escritor, Mercedes Barcha, ni sus dos hijos, Rodrigo y Gonzalo, las autoridades informaron de la presencia de algunos familiares más lejanos de García Márquez que viven en la costa caribe colombiana, principalmente en las ciudades de Cartagena y Barranquilla.

Durante la ceremonia, la catedral fue adornada con flores y mariposas amarillas –que también “volaron” sobre los asistentes a la entrada–, aludiendo a las que se mencionan en Cien años de soledad, la obra cumbre del escritor fallecido el 17 de abril pasado, a los 87 años. El arzobispo de Bogotá, cardenal Rubén Salazar, recordó a García Márquez en su invocación religiosa como “máximo maestro de las letras” y destacó que además de un legado literario, dejó una enseñanza sobre “los caminos de humanidad que nos permitirán alzarnos contra la violencia y la injusticia para construir la paz”. El final del homenaje fue con música, con la interpretación del Réquiem en Re Menor de Mozart, a cargo de la Orquesta Sinfónica Nacional de Colombia.

El cierre en las calles tuvo lugar frente a la catedral, en la Plaza Bolívar de Bogotá, a pura música. Allí sonaron algunos de los vallenatos preferidos del escritor, los mismos que fueron tocados en su honor cuando ganó el Nobel de Literatura, en 1982. El ministerio de Cultura de Colombia le dio así a la ceremonia el “ánimo de fiesta” que García Márquez describió en un cuento nunca terminado, en el que vislumbró su muerte y un cortejo fúnebre con tintes de parranda.

Este tributo oficial al “compatriota más querido” –según definió a García Márquez el presidente Santos– siguió al celebrado el lunes pasado en el Palacio de Bellas Artes de Ciudad de México, al que asistieron Santos y su par mexicano, Enrique Peña Nieto, y es el principal de una serie de actos en honor del Nobel colombiano que se prolongarán en el tiempo en diferentes lugares del país. Hoy, por ejemplo, en el Día Internacional del Libro, se realizará en Colombia una lectura masiva de El coronel no tiene quien le escriba, en más de mil bibliotecas públicas, escuelas y parques. Durante la Feria del Libro de Bogotá, que arrancará la próxima semana, también se rendirá un tributo al fallecido escritor con la exposición de algunas obras de su biblioteca que había donado al gobierno colombiano, para que sus compatriotas conozcan qué le gustaba leer al Nobel.

Mientras tanto, Colombia sigue a la expectativa de la decisión de la familia sobre el destino final de las cenizas del recordado escritor. Los restos podrían dividirse entre México y algún lugar de su país, como su natal Aracataca. “Ellos saben perfectamente que a los colombianos nos gustaría tener sus cenizas. Gabo era más colombiano que muchos colombianos, pero es algo que le respetamos a la familia”, dijo ayer el presidente Santos, en una entrevista concedida al canal CNN en español. Con respecto a la difícil relación con Colombia de García Márquez, quien dejó su país con el sabor amargo de haber sido acusado de apoyar a la extinta guerrilla nacionalista M-19, Santos se limitó a destacar el trabajo que el escritor hizo por impulsar los diálogos de paz en su país: “Se equivocan quienes dicen que Gabo le dio la espalda a Aracataca y a Colombia”, aseguró.

Por fuera de los despliegues oficiales, la casa natal del escritor en Aracataca, cuna inspiradora del mítico Macondo, continúa siendo el centro de un multitudinario homenaje espontáneo y constante. La reconstruida casa de los abuelos maternos de García Márquez, convertida en Casa Museo, es hoy un lugar de peregrinación para los admiradores de su obra y se ha transformado en todo un punto turístico colombiano. Ubicada en la Carrera 5 de Aracataca, un pequeño pueblo de unos 38.000 habitantes en la zona bananera colombiana, la Casa Museo fue abierta en 2010, después de una prolongada obra de reconstrucción que recuperó el espacio en el que el pequeño Gabito, como le decían afectuosamente, vivió hasta los ocho años.

La casa, de una planta, tiene hoy catorce ambientes, a través de los cuales el visitante puede recrear los primeros años de vida del escritor en el mismo lugar que inspiró su obra en la tórrida Aracataca. La vivienda original, construida a comienzos del siglo pasado en madera, fue demolida hace 44 años y en su lugar se había levantado otra que desfiguró su estilo caribeño. En 2006 el Ministerio de Cultura de Colombia inició una amplia reforma para devolverle el estado original a esta casa, que fue supervisada y seguida de cerca por el propio García Márquez.

Ya convertida en museo, las paredes de La casa –así pensaba llamar García Márquez a su obra cumbre, antes de decidirse por Cien años de soledad– están cubiertas por frases de obras del escritor, como aquella de la segunda página del primer tomo de sus memorias Vivir para contarla (2002), que comienza con su regreso en compañía de su madre, Luisa Santiaga, a Aracataca, en 1952, para vender esta casa de los abuelos: “No tuvo que decirme cuál, ni dónde, porque para nosotros solo existía una en el mundo: la vieja casa de los abuelos en Aracataca, donde tuve la suerte de nacer y donde no volví a vivir después de los ocho años”.

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