CULTURA › RODOLFO MATTAROLLO Y LAS HISTORIAS CONTENIDAS EN SU LIBRO OTROS TIEMPOS
Su rol más conocido tiene que ver con la defensa de los derechos humanos desde los peores años de la dictadura. Pero su nuevo libro no sólo echa luz sobre esa tarea y la embajada de la Unasur, sino también sobre la faceta de Mattarollo como escritor y poeta.
› Por Karina Micheletto
Rodolfo Mattarollo ha recorrido un trayecto de vida que lo ubica ineludiblemente en un lugar de defensa de los derechos humanos. Esa historia personal se une con una historia de país: desde su exilio político en París, donde trabajó activamente en organizaciones como la recordada Cadhu (Comisión Argentina de los Derechos Humanos), hasta su paso por la Subsecretaría de Derechos Humanos de la Nación, durante la gestión de Eduardo Luis Duhalde. Y, en el medio, su experiencia como funcionario de Naciones Unidas y asesor de gobiernos en materia de derechos humanos, en países como El Salvador, Etiopía, Sierra Leona o Haití. Allí, en Haití, acaba de concluir su mandato como embajador de Unasur, cargo que creó Néstor Kirchner durante su presidencia. Pero más allá del reconocimiento que cosechó en estos ámbitos, hay una faceta menos conocida de Ma-ttarollo que, sin embargo, es, asegura él, la primera en ser desarrollada: la de escritor y poeta. La reciente publicación de Otros tiempos (editorial Colihue) viene a retomar esa faceta, poniéndola en primer plano y, a la vez, inevitablemente, ligándola con su recorrido de vida.
Otra reciente edición de Colihue, Argentina: Proceso a un genocidio, presenta en la Argentina el informe de la Cadhu que Eduardo Luis Duhalde y Gustavo Roca redactaron en 1977, utilizando por primera vez la palabra genocidio para definir el terror sistemático que impuso la última dictadura. Mattarollo explica que esa edición –en cuya presentación participó como panelista en la reciente Feria del Libro– está en estrecha vinculación con Otros tiempos: “La experiencia de la Cadhu fue el punto de arranque de todo el desarrollo posterior en el proceso de memoria, verdad y justicia, desde el Juicio a las Juntas hasta los actuales Juicios por la Verdad”, asegura. Integrada por intelectuales y escritores como Julio Cortázar y David Viñas, periodistas como Alipio Paoletti y Vicente Zito Lema, por militantes y sobre todo por abogados, la Cadhu resultó el organismo del exilio argentino más eficaz en la denuncia contra la dictadura. Mattarollo, uno de los integrantes de aquel espacio, dedica una buena parte de su libro a aquella experiencia.
Otros tiempos está compuesto de relatos de ficción, poemas y testimonios personales, tres partes bien delimitadas aunque unidas por un sólido hilo en común. Mattarollo dice que se trata de un “ejercicio de memoria”, incluidos los Ocho poemas escritos en Haití, y en francés, seguidos de “otros tantos intentos de equivalencia en español”. “Tienen que ver con mi larga permanencia en países de habla francesa: viví mi exilio en Francia, y luego nueve años de mi vida pasaron en Haití; cinco bajo la bandera de Naciones Unidas y cuatro con la de Unasur. Por eso cuento que cuando el presidente Aristide me preguntó cómo es que hablaba un francés tan fluido, yo le dije: lo aprendí en Haití, señor presidente”, cuenta. “Y como creo con Paul Ricoeur que no existe la traducción en poesía, sino, a lo sumo, la búsqueda de equivalencias, me embarqué luego en esa búsqueda”.
–Otros tiempos es un título que puede ser interpretado en más de un sentido. ¿Cómo lo pensó usted?
–Es verdad, puede haber allí una cierta nostalgia por el pasado, puede ser una aspiración a un futuro mejor... Y también el libro de alguna manera puede ser considerado “setentista”. Pero yo pongo el acento en un aspecto muchas veces desconocido, negado, o no suficientemente subrayado de ese setentismo: el descubrimiento de una democracia auténtica avanzada. Porque en ese exilio que se historia en la tercera parte del libro, y también en la publicación de la Cadhu, tuvimos que descubrir la democracia y, por otro lado, tener cintura política. Nuestra situación era muy distinta a la de los exiliados chilenos; en Argentina el gobierno de Isabel estaba profundamente desprestigiado, no teníamos el apoyo de los partidos comunistas de Europa. Tuvimos que inventar un programa de solidaridad con el pueblo argentino desde el exterior que terminó siendo el puntapié inicial para el proceso de justicia, verdad y memoria que se fue viviendo luego. Por eso, cuando Videla hace su tardío relato de confesión, poco antes de morir, reconoce que no tuvieron visión para contrarrestar lo que llamaron “campaña argentina en el exterior”, la denuncia sistemática de sus crímenes. Esa historia insuficientemente conocida es la que estamos tratando de difundir; Otros tiempos tiene también ese sentido.
–En su poema “Declaración de Aduana” dice que de Haití trajo lágrimas. ¿Hay algo más que pueda incluir entre ese equipaje?
–Muy buenos amigos, por supuesto. Allí mi hija menor transitó la secundaria, y en un país de habla francesa, cuando un hijo se recibe de bachiller, toda la familia se recibe con él. Traje también la admiración por una gran literatura, no sólo en francés, sino también en lengua creole, por una pintura de grandes escuelas, sus danzas y sus músicas, un gran desarrollo en las ciencias sociales. Por supuesto, todo esto no está generalizado para el pueblo, ése es el drama de Haití, por eso de Haití se traen lágrimas, junto a la sensación de que otro país es posible y necesario. Como embajador de Unasur, enviado por Néstor Kirchner, pude hacer una contribución a la justicia, la verdad y la memoria en el caso Duvalier, el último gran dictador del Caribe que se permitió volver a Haití con toda impunidad. Costó que las organizaciones de derechos humanos reaccionaran y estuvieran a la altura de la situación, no tenían la experiencia vivida de la lucha contra la impunidad. Asesoré a esos organismos, los puse en relación con la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. A veces se piensa que la solidaridad Sur-Sur consiste sólo en ayuda material, que también la hay, pero el apoyo moral y estratégico es importantísimo.
–En otro poema, “Permanece bajo el agua”, aborda la figura del desaparecido, junto a un cuadro de Miguel Angel Bustos. Hace poco han aparecido sus restos. ¿Cómo lo recuerda?
–Era un pintor de una sensibilidad extraordinariamente refinada, hermética, como su poesía. Era un poeta de culto en los ’60, entre los que leíamos a los poetas herméticos argentinos él era un príncipe de esa poesía. Fue un buen cronista de los semanarios de aquel entonces, Confirmado, Primera Plana. Y en el tiempo en que fui director de Nuevo Hombre, una revista muy ligada al PRT que antes había dirigido Silvio Frondizi, fue mi mejor, diría casi mi único, periodista profesional. Los demás eran chicos y chicas maravillosos, pero militantes, sin gran experiencia en la materia. Esa colaboración le costó la vida: fue secuestrado poco después del golpe, de una manera atroz. Su hijo Emiliano Bustos recuerda que a los cuatro años fue testigo del secuestro de su padre.
–Entre las anécdotas del exilio en Francia recuerda haber conocido a Julio Cortázar. ¿Por qué dice “hubiera podido ser su amigo con menos temor reverencial”?
–El, sin dudas, fue una pieza importante de la solidaridad con el pueblo argentino, era un ser maravilloso. Como escritor, yo me sentía ante una especie de semidiós, hasta que descubrí lo sencillo y lo afable que era. Fue en los últimos días de su vida que tuve diálogos entrañables con él. Hubiera podido ser casi su amigo, como eran otros, tal vez menos tímidos que yo.
–Además de Néstor Kirchner, otra figura aparece explícitamente reconocida: Eduardo Luis Duhalde. ¿Cómo lo recuerda?
–Fue una figura imprescindible de síntesis entre la experiencia de los ’60 y los ’70. El decía siempre que el secreto de los ’70 estaba en los ’60, en el gran debate político que se abre en esos años y en las tremendas experiencias vividas. Fue un testigo único, es como si se hubiera prolongado la vida de Ortega Peña o Agustín Tosco en todos estos años. Creo que además sentía el peso tremendo de la responsabilidad de ser un sobreviviente del núcleo esencial de aquello que se llamó la nueva izquierda. De los nacionalistas históricos, veo en él la síntesis más avanzada. En materia de derechos humanos, su pérdida es irremplazable.
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