CULTURA › EL ADIOS A LA ESCRITORA ANA MARIA MATUTE
Erase una vez la hechicera verbal de la lengua castellana, una niña traviesa en el cuerpo de una mujer octogenaria que fue tartamuda por miedo. “El que no inventa, no vive”, podría ser su frase mágica y perfecta síntesis vital, la linterna que encendió cuando sus padres, conservadores y católicos, la encerraban en un cuarto oscuro para castigarla. Entonces ella daba rienda suelta al más formidable de los simulacros de supervivencia; en el paño de su inventiva desfilaban duendes y reyes, niños encantados amigos de hadas con los que forjaría una de las imaginaciones más potentes de la literatura española de la posguerra. Cuando hablaba de sí misma, lo hacía en tercera persona, como si nunca hubiera claudicado de su infancia, y con el repertorio de mohínes y ocurrencias: “¡Cosas de la Matute!”, exclamaba. Quién le quita lo vivido y todo lo escrito y publicado a Ana María Matute, autora de Los Abel, Pequeño teatro, Olvidado Rey Gudú y Paraíso inhabitado, entre otros títulos, Premio Cervantes 2010 y académica de la lengua española, que murió anteayer en Barcelona a los 88 años. La gran dama de la literatura española había terminado su nueva y última novela, Demonios familiares, sortilegio póstumo que se publicará en septiembre.
La literatura, como dijo cuando recibió el Cervantes, fue “el faro salvador de muchas de mis tormentas”. Matute murió en la misma ciudad en la que nació (Barcelona), el 26 de julio de 1925, en el seno de una familia conservadora. Pronto se dio cuenta de que podría encontrar recompensas en la cantera de su mundo interior. A los cinco años recordaba haber escrito ya un relato. Su cabeza estaba a punto de estallar con tanta historia de los Andersen, Grimm y Perrault, los grandes clásicos, y con las de las criadas, a las que oía escondida debajo de las tablas de planchar. Tenía once años cuando estalló la Guerra Civil.
Pequeño teatro, la primera novela que escribió, tardó en darla por concluida; recién se publicó en 1954 y obtuvo el premio Planeta. “¡Es el peor libro que he escrito en mi vida!”, subrayó en una entrevista. Los Abel (1948), la primera novela que publicó, finalista del premio Nadal, retrata un clan familiar en el que la crueldad es la otra cara de la ingenuidad. Era demasiado joven para sufrir la censura, pero la padeció con Luciérnagas (1955), brutalmente mutilada y publicada bajo el título En esta tierra. “El peor censor acabas siendo tú”, afirmó Matute. En 1958 recibió el Premio de la Crítica y el Nacional de Literatura con una novela que muchos consideran la mejor: Los hijos muertos, una de las grandes ficciones sobre la posguerra. Una de sus novelas más conocidas y vendidas es Olvidado Rey Gudú (1996), “el libro que desde niña quise escribir, y ahí está todo lo que soy, está Europa, la cultura de la que vengo”. Este libro que tanto amaba la devolvió a la actualidad después de un período de silencio y depresión. Lo publicó el mismo año en que fue elegida para ocupar el sillón K de la Real Academia Española. Aquella historia medieval, mezcla de libro de caballerías y cuento de hadas, fue la piedra de toque que condensa su universo literario.
“La Matute”, como ella misma se llamaba, no separaba las aguas entre vida y literatura. Demonios familiares, su novela póstuma, transcurre en 1936, el año del inicio de la Guerra Civil. Aunque nunca escribió una novela autobiográfica, Matute está en cada página, con sus jirones de piel de niña indomable, con sus inventos y su inconfundible musiquita, con ese castellano transparente que sólo ella supo cultivar. “En la Literatura en grande, como en la vida, se entra con dolor y lágrimas”, dijo a los 85 años cuando recibió el Cervantes, “el colofón de la entrega de toda una vida que, en mis tiempos mozos, consideré en su mayor parte una vida de papel...”. Erase una vez la infancia, la guerra, la realidad y los sueños de una mujer que creó un planeta redondo y entrañable.
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