CULTURA › UN ENCUENTRO LATINOAMERICANO POR EL NOMBRAMIENTO DE LA UNESCO PARA EL QHAPAC ÑAN
El fin de semana pasado, la organización de Naciones Unidas declaró Patrimonio Mundial de la Humanidad al Camino del Inca. Representantes de los seis países involucrados se reunieron en el sitio arqueológico Pachacámac para celebrarlo.
Desde Lima
Y de pronto, lo que había comenzado con anuncios oficiales y discursos de funcionarios termina estallando en fiesta. Un ejército de bailarines en trajes multicolores irrumpe por entre el auditorio, gana el escenario y se trenza en un huayno festivo en el que hombres y mujeres se torean, se mezclan y se reagrupan, dándole un merecido aire de carnaval a un anuncio histórico. Está terminando la noche en Pachacámac, enclave arqueológico situado a 30 kilómetros al sur de Lima, uno de los más importantes de Perú: un sitio ideal para celebrar la decisión de la Unesco, que el sábado pasado en Doha declaró Patrimonio Mundial de la Humanidad al Qhapac Ñan, el Camino del Inca. La presencia del presidente peruano, Ollanta Humala Tassola, y de funcionarios de los seis países involucrados, da una idea de la importancia de la declaración, que va más allá de un simple diploma. “No puedo evitar sentirme conmovida, rodeados como estamos por este imponente paisaje desde donde siento que nos mira la historia. No puedo evitar sentirme profundamente latinoamericana, conmovidamente latinoamericana”, dice a su turno Teresa Parodi, en su primer viaje oficial como ministra de Cultura de la Nación. “Esta declaración demuestra el trabajo colectivo de nuestros países, y cómo mucho antes que nosotros estos caminos ya nos unieron”, señala en el discurso más emotivo de la noche, coronado por los versos de Atahualpa Yupanqui sobre el “caminito del indio”, una manera de poner en palabras que el reconocimiento de la Unesco no apunta sólo a lo arquitectónico o a la preservación de viejos monumentos, sino sobre todo al rescate de una cultura ancestral.
El Qhapac Ñan es, en efecto, una obra monumental. Los 30 mil kilómetros de camino construidos por el imperio Inca son una asombrosa demostración de la capacidad de ese pueblo para desafiar los elementos y la geografía, puntuando la espina dorsal de América con un recorrido que sustentó el Tawantinsuyo. Durante más de una década, la Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador y Perú trabajaron conjuntamente para que la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura incluyera al Sistema Vial Andino en la Lista de Patrimonio Mundial. El tramo argentino atraviesa siete provincias del norte y centro de los Andes, Jujuy, Salta, Tucumán, Catamarca, La Rioja, San Juan y Mendoza, y las porciones ahora reconocidas por la Unesco abarcan casi 120 kilómetros, con 32 sitios arqueológicos asociados. Cada país tiene lo suyo, en cuanto a las características del camino y de los discursos de los funcionarios presentes; habrá quien se refiera al turismo y quien, lejos de las emociones, se limite a un puñado de frases “de casete”, pero todos destacan el reconocimiento a una obra que, aun con la devastación de los pueblos originarios, se resiste a desaparecer. “Se ha hecho justicia al esfuerzo de una cultura milenaria que articuló vastos territorios”, dice Humala al cerrar la rueda de palabras. “Tenemos un futuro que nos hermana, y siempre me gusta recordar que solos podemos avanzar más rápido, pero juntos podemos llegar más lejos.”
Antes del acto oficial, el acceso a las ruinas ayuda a generar un clima acorde. Cuando empieza a oscurecer en el sitio –un lugar religioso previo a la llegada del inca–, el tiempo parece volver atrás: la puesta dirigida por Eduardo San Román recrea puntualmente el tránsito de quienes querían consultar a Pachacámac, el mayor oráculo de la costa del Pacífico. De pronto, entre las sombras se corporizan jóvenes ataviadas con túnicas de tela cruda, grupos en círculo entonando cantos ancestrales, hombres y mujeres portando ofrendas para un rito que podía conllevar una espera de un año hasta que los sacerdotes subían al Templo del Sol, una construcción imponente que se recorta contra ese cielo limeño eternamente nublado. Quienes van llegando, representantes de la clase política, empresaria, militar, diplomática y eclesiástica peruana e invitados de los seis países, se ven inmersos en otro mundo; sea por la tenue iluminación o por la curiosa quietud de la atmósfera en el lugar, la representación es creíble y lo irreal son las cámaras que registran la escena.
Del mismo modo, los artistas elegidos para la celebración consiguen que el repertorio sea convincente y disfrutable aun con lo previsible de los títulos. Suenan canciones representativas de cada país, con el típico recorrido por “Zamba de mi esperanza”, “Yo vendo unos ojos negros”, “Viva mi patria Bolivia” o “La pollera colorá”, pero el orgullo y la pasión que ponen la Orquesta Sinfónica Nacional Juvenil y el Elenco Nacional de Folclore hacen que esas que saben todos no parezcan tan trilladas. Para cuando suena el clásico colombiano y terminan irrumpiendo los bailarines, el ambiente pasa del respeto ceremonioso y la influencia del paisaje circundante a un secreto deseo de olvidar las sillas y armar la milonga. No sucede, claro: los medios se harían un festín.
Lo que sí tiene lugar, una vez que el festejo termina y cada cual sigue con lo suyo, es una sobremesa con la ministra Parodi, nuevamente en el centro de Lima; cuando se le señala que sus palabras fueron las que sonaron más convencidas, cuenta que la idea de los discursos llegó a último momento, pero que le pareció necesario e inevitable destacar el nombramiento de la Unesco a través de la cultura. “Me sentí rodeada de siglos de historia, era el escenario perfecto para pensar América latina, en la poesía, la pintura, la música, la cultura que nos une”, explica, y destaca lo extraordinario del trabajo conjunto de los países, pero también la necesidad de ir más allá. “Hay que juntarse para proyectar e integrarnos en este trabajo, continuarlo y preservarlo. Lograr que sea visible de verdad, que no quede en la declaración. Hay que empezar a hablar de esto, de lo que heredamos, de dónde venimos y del territorio que habitamos. Es un debate pendiente con los pueblos originarios y su rol en nuestra cultura. Los pueblos originarios de América, que fueron temporalmente tapados por la colonización, reaparecen todo el tiempo, dejaron edificios, construcciones, objetos artísticos y su lengua, que es una manera de ver el mundo. Existen porque conservan su cultura, que es una manera de vernos a nosotros mismos. Tenemos que comprender que la batalla de fondo es cultural, que podamos conservar quiénes somos y a dónde queremos ir, y defendernos desde ahí, desde un espacio donde nos pensemos argentinos y latinoamericanos.”
La charla entre argentinos y latinoamericanos, que incluye al embajador en Perú, Darío Pedro Alessandro, seguirá hasta que quede claro que Lima ya está durmiendo y los mozos del restaurante andan queriendo lo mismo. Cuando la jornada termina, el chofer de la combi tiene un último dato para aportar, que permite caprichosas asociaciones con el clima festivo de ese final carnavalero: “Ahí al lado de Pachacámac está el Fundo Mamacona. ¿Usted sabe qué se hace allí todos los años? La Creamfields”. De historias milenarias de la era precolombina al último beat de DJ llenapistas en sólo unos cientos de metros. La cultura tiene esos rulos.
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