CULTURA › BIENAL INTERNACIONAL DE ESCULTURAS DE CHACO
El tradicional encuentro, del que ayer finalizó una nueva edición, confirmó el fenómeno que convierte a Resistencia una ciudad única y que supera el hecho cultural en sí: la apropiación que el pueblo chaqueño, sin distinciones, hace del arte.
› Por Cristian Vitale
Desde Resistencia
La zona roja de Resistencia es un tanto atípica. Nace en uno de los flancos laterales de la bella plaza central y se extiende unos mil metros hacia la periferia, sobre la avenida Sarmiento. Lo que hay, lo que la distingue, no son cuerpos esculturales que trocan placeres efímeros por dinero, sino esculturas reales, inmodificables, refractarias al paso del tiempo. Son muchas, más de cincuenta, y bien diversas. Las hay en bronce, granito reconstituido o acero inoxidable. También en cemento, hierro o mármol traventino y la intervención de ellas en el paisaje tiene su correlato en dos zonas más (verde y azul), que terminan de abrazar el casco urbano, de configurar un inmenso museo a cielo abierto. Ninguna tiene rejas y todas, así juntas, configuran algo así como una política de la estética, una apropiación del espacio, una conciencia. “El desafío es seguir uniendo puntos. Ya hay obras instaladas en el corredor del interior de la provincia, que llegan hasta el impenetrable. La escultura, sin dudas, forma parte del ADN del ser chaqueño”, enmarca ante Página/12 Gaspar Gracia Daponte, coordinador de relaciones institucionales de la Fundación Urunday, sobre un plan que proyecta regar de esculturas todo el Chaco. “Esto no es la bienal de Venecia, no está la cosa acartonada... Todos sabemos que el arte es elitista, pero acá no, acá participa el pueblo”, destacó, por su parte, Fabriciano, alma mater de la Fundación, que organiza la Bienal Internacional de Esculturas de Chaco junto al gobierno provincial. El encuentro terminó ayer al mediodía.
Son casi seiscientas, entonces, las esculturas que hacen de Resistencia una ciudad única en términos esculturales, y que develan los efectos de una historia. De una búsqueda de la identidad a fuerza de mojones que, vistos hacia atrás, dan la creación de El fogón de los arrieros en 1954; de la primera campaña de emplazamiento de esculturas siete años después, del debut de los concursos de esculturas en madera, en 1988, y de la creación de la Fundación Urunday, responsable de las bienales internacionales que transcurren cada dos años en Museum, un predio como Tecnópolis pero en escala, casi totalmente destinado al arte de esculpir. Allí, una vez más y durante ocho días, tuvo lugar la Bienal más importante de Sudamérica (tras la de San Pablo), con sus concursos, trabajos, desafíos y especificidades inherentes, pero también con un fenómeno que supera al hecho artístico en sí: la apropiación que el pueblo chaqueño –sin distinción de edades o clases sociales– hace del arte. “Algo central de la bienal es que, a diferencia de otras bienales del mundo, el escultor viene con el proyecto de su obra, y lo desarrolla en vivo. Esto provoca que la gente entre en contacto directo con el escultor, y siga el progreso de la obra todos los días. Acá la gente viene a ver arte, no viene a pasear o a comerse un chori”, señala García Daponte, mientras tira otro dato al pasar: de todas las carreras universitarias o terciarias que existen en Chaco, la mayor cantidad de inscriptos está en Bellas Artes.
No es casual entonces que ninguna escultura de las seis centenas que pueblan la ciudad tenga siquiera un raspón. Hay un hombre común que las ve nacer. Que palpa su creación de cerca –incluso con un face to face directo con sus creadores– que luego la ve emplazada en las calles, los bulevares y los barrios de su ciudad. Y que, además, tiene la posibilidad de disfrutarla al aire libre, totalmente gratis, y sin otra “erudición” que el hecho de estar, de participar, de ser parte un encuentro a cielo abierto, y sin pruritos de intelligentsia. Hay una pretensión de horizontalidad atípica (como la zona roja) que esta vez, y bajo la consigna del homo novus, cumplió su sino nodal: la interacción, el ida y vuelta de algo que ataca en el aire: el arte. “Acá, esa persona que viene en alpargatas puede hablar con un alemán o con un francés a través de un traductor, y eso es lo bello. A ver, si yo paro diez personas en la peatonal Florida de Buenos Aires y les pregunto cuántas veces vieron nacer una obra de arte, seguro que nueve me dicen que nunca. Acá, la ecuación es absolutamente al revés... Este es un privilegio para un pueblo con grandes necesidades como es el del Chaco. Esas caricias con las obras hablan de una apropiación intensa, como pasa cuando el vecino, cada vez que se inaugura una obra en la calle, saca una mesa, pone comida, abre un vino y junta a treinta personas, eso es hermoso. Para mí el centro de la tierra está acá, en Chaco”, señaló Fabriciano, escultor de reconocida trayectoria en Argentina y en el exterior.
Puntualmente, la Bienal 2014 transitó por diversos andariveles. Por un lado, el concurso de esculturas internacionales, en que participaron diez estetas de los cinco continentes (seleccionados entre 200), cuyo premio “de jury” fue para el francés Thierry Ferreira, por su obra Semillas cúbicas, y cuyo premio popular (el voto de los niños, de los escultores y del público, por caso) fue para el argentino Raúl “Pájaro” Gómez, por su obra Sueño y promesa. Por otro lado, el encuentro de escultores argentinos que trabajaron en diversos materiales, y el premio Desafío, un concurso que participó a jóvenes estudiantes de escuelas de Bellas Artes de 16 provincias, que trabajaron duro y parejo (48 horas sin parar) bajo el tema “La música”, cuyo premio quedó para Gustavo Sanabria, Victoria Collins y Raúl Núñez, del Instituto Superior de Arte Oscar Albertazzi, de Formosa. “La idea es que esos chicos no oculten que son artistas, que lo digan con orgullo, como el carnicero dice que es carnicero”, apuntó Fabriciano. Como plus, tuvo lugar –y con mucho arraigo popular, también– la feria de maestros artesanos, que le puso color autóctono al todo con obras forjadas por artesanos wichí, qom y moqoit. “Hay una consigna que tiene la fundación, que es la de hacer del arte un bien de todos. Que el arte no sea algo exclusivo, propio de una élite, sino de todo el pueblo. El arte puede ser un agente de transformación de la realidad social y, de hecho, ninguna obra está dentro de una casa o una empresa. Son para todos”, redondeó Daponte, mientras Fabriciano puso la firma final: “Cultivar a un pueblo a través de la cultura quiere decir que este pueblo no va a morir jamás, porque los pueblos trascienden a través de ella”.
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