CULTURA › OPINIóN
› Por Emanuel Respighi
Marcelo Tinelli es una de las personalidades mediáticas más influyentes de la Argentina. Desde sus dotes de conductor del ciclo televisivo más visto del país desde hace dos décadas y media, el oriundo de Bolívar es actor protagónico del entramado cultural argentino. Cualquier cosa que haga, diga o pase por su nave insignia, ShowMatch, es tema de difusión y rebote durante días, gastando litros de tinta y espacio televisivo y radial entre los comunicadores. Su influencia real, palpable, contundente, se percibe con mayor claridad en las charlas ocasionales que en torno de su accionar se escuchan en las paradas de colectivos, en las colas del almacén o en los encuentros familiares. Tinelli, o los escándalos mediáticos que en su programa se suceden, es tema de agenda diaria entre sus fieles televidentes y también entre sus críticos más acérrimos.
En una sociedad mediatizada como la actual, no es descabellado que alguien piense que Tinelli tiene más influencia que un ministro de Cultura. En todo caso, tal afirmación puede llegar a ser discutible, refutada incluso, pero seguro ningún habitante del país que vivió en las últimas dos décadas podrá desecharla por estar fuera de lugar. Sus mensajes y frases alcanzan una penetración instantánea en la cultura de la calle, reproduciéndose transversalmente en todo el arco socioeconómico de la sociedad argentina. Tinelli es parte relevante de la cultura nuestra de cada día. Qué duda cabe.
Claro que el análisis sobre el “fenómeno Tinelli” sería erróneo o, al menos sesgado, si la mirada sólo recae en la resultante, en la imagen “exitosa” que suele acompañar a su figura. Ser la persona con mayor capacidad de generar audiencia a lo largo del tiempo puede ser un mérito para la lógica televisiva comercial, la relacionada con el negocio. Es legítimo –y hasta natural– que quienes tengan como único objetivo traccionar audiencia o facturar millones en publicidad hagan lo imposible para que Tinelli sea el capitán de su equipo. Todos los programadores o dueños de los canales quieren a Tinelli en su programación. La tele para ellos es sólo un negocio.
El problema, en todo caso, reside cuando el reconocimiento sobre la figura del “rey del rating” trasciende los límites televisivos comerciales. Por fuera de la pantalla chica, la figura de Tinelli se desdibuja a través de la institucionalización de la cultura de los “culos y tetas”, de cierta misoginia presente en su discurso o en la cosificación histórica que hace de la mujer, por citar algunas características más evidentes. A lo largo de su historia, ShowMatch fue sancionado en diferentes oportunidades por los organismos competentes por los discursos estigmatizantes y discriminatorios hacia determinadas minorías. ShowMatch ha hecho de las peleas y los escándalos un ejercicio diario, legitimando en el prime time prácticas y lenguajes que tiempo atrás formaban parte de la periferia mediática. No parecen acciones culturales dignas de ser valoradas por un cuerpo legislativo. Elegir ver un ciclo de TV no es lo mismo que avalar un proceder.
El reconocimiento que ayer recibió Marcelo Tinelli como “personalidad destacada de la cultura”, a través de un proyecto presentado por el diputado del PRO Oscar Moscariello y votado afirmativamente únicamente por la bancada oficialista en la Legislatura, vuelve a desnudar la visión mercantilista que acerca de la cultura tiene el partido que gobierna la ciudad de Buenos Aires. No se trata de un hecho aislado. Más bien es la coherencia de una manera de concebir la cultura en términos de rentabilidad, sin tener en cuenta los mensajes y valores que la personalidad galardonada pone en circulación, enceguecidos por las luces del éxito. Los reconocimientos en el mismo rubro que el PRO les dio meses atrás a la cantante juvenil Tini “Violetta” Stoessel y al grupo Tan Biónica corroboran esa mirada.
Confundir audiencia con aporte cultural valorable es lo mismo que creer que el rating es sinónimo de votos. Un premio, siempre, dice más acerca de quienes lo entregan que de quienes lo reciben.
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