CULTURA › PABLO ALABARCES Y HEROES, MACHOS Y PATRIOTAS. EL FUTBOL ENTRE LA VIOLENCIA Y LOS MEDIOS
“La idea de que aquel que actúa violentamente lo hace porque es un inadaptado es una burrada y un juicio antidemocrático”, sostiene el sociólogo, que con su nuevo libro apunta a la necesidad de no sólo “sentir” el deporte sino pensarlo.
› Por Candela Gomes Diez
“El fútbol no se piensa, se siente.” La frase es pronunciada con tanta convicción e intransigencia que clausura cualquier intento de recusación. Cómo persuadir a ese hincha, colgado del alambrado, enardecido por el triunfo de su equipo, o conmovido hasta el llanto por el descenso de su club, de la veracidad parcial de su sentencia. En ese proceso de desandar la trama afectiva que gobierna la lógica futbolera se embarca una vez más el sociólogo Pablo Alabarces, quien busca seguir provocando el debate con su nuevo libro Héroes, machos y patriotas. El fútbol entre la violencia y los medios (Aguilar). Autor de varios libros y artículos sobre fútbol, Alabarces comenzó hace más de veinte años a investigar sobre deporte, porque era, según sostiene, la intersección justa de la cultura popular y la cultura de masas. Así, en conjunto con sus colegas José Garriga Zucal y Verónica Moreira formularon como posible explicación de la violencia en el fútbol la teoría del aguante. Y su nuevo libro continúa en esa dirección, aunque suma a la discusión otras inquietudes y problemáticas, como las identidades; el fútbol en relación con la política –desde la realización del Mundial ’78 hasta la creación de Fútbol para Todos, como la más reciente intervención del Estado en materia deportiva–; la creación de héroes nacionales –Maradona, Messi, Mascherano– y sobre todo la necesidad de construir una cultura futbolística nueva.
Héroes, machos y patriotas apuesta a cuestionar los mitos en los que se sostiene el deporte más popular. Que “la pasión se lleva en la sangre”, que “se juega con el corazón” o que “se nace” de un club, definiciones reproducidas al infinito por todo fanático, son algunos argumentos que en el libro encuentran su propio límite. La pasión es, entendida paradójicamente como una construcción inmutable, el concepto fundamental del texto y el disparador de los interrogantes que el autor intenta responder. ¿Y de qué se trataría la pasión asociada al fútbol? Alabarces responde largamente en su libro, pero en la entrevista busca y encuentra en su biblioteca una cita pertinente de un antropólogo brasileño: “Un amigo me confesó, tímido, que no se interesaba por el fútbol y que no entendía gran cosa del asunto, pero que era de Flamengo porque al final todo el mundo tiene que ser de algún equipo. En Brasil recibimos, al nacer, el nombre, la religión y el club de fútbol, y eso nos va a acompañar toda la vida”.
–¿Por qué su interés por el fútbol?
–En primer lugar, porque hace veinte años había un vacío absoluto sobre el tema. En segundo, y respondiendo desde el presente, el fútbol cada vez me interesa menos, me aburre y me molesta más su situación actual. He perdido buena parte del goce del fútbol como entretenimiento, espectáculo, y como lugar de deseo. Este libro aparece como una especie de condensación, y no tiene un solo eje, sino varios, porque la idea era poder trabajar distintas cosas en las que había trabajado estos veinte años y que estaban desperdigadas en lugares distintos. Yo empiezo a estudiar el fútbol bajo el paraguas de la cultura popular, y siempre aparece algo que me convoca y me estimula para volver sobre el tema. Hace tres años fue la comparación de Messi con Maradona; hace dos, la creación de Fútbol para Todos, y este año el Mundial y el “Brasil decime qué se siente”.
–¿Qué cosas lo cansan del fútbol?
–Varias. Como espectador y como hincha, me cansan la organización, la corrupción y el mal juego. Como laburante, me cansa, me indigna y me frustra mucho el fracaso, porque son muchos años de publicar cosas sobre violencia, y de indicar líneas de acción que podrían ser más o menos útiles, y te encontrás con una negación enorme por parte del Estado y de las instituciones futbolísticas. A eso le sumo la irritación que me genera la extensión de la cultura del aguante a todos los ámbitos del fútbol, a los propios jugadores, que tienen que demostrar a los hinchas que son tan aguantadores como ellos. Inclusive, los hinchas mismos están preocupados también por su narcisismo. Así lo mostraron durante el Mundial, con su comportamiento organizado en torno de ese famoso “Brasil decime qué se siente”, que afirmaba era una mentira: “tener en casa a tu papá”. Ese narcisismo, profundamente endogámico, se reproduce en todas la fechas con cada uno de los equipos. Y esto se vuelve más complicado y perverso, porque hace mucho tiempo que vengo diciendo que la única solución que tiene el fútbol argentino, para recuperarlo y volverlo democrático, es la movilización de los hinchas, pero es imposible pensar eso cuando hay incapacidad para hablar con el hincha contrario.
–En el libro indica que la violencia no es natural, como sugieren los medios haciendo referencia a la existencia de “los violentos”: es motivada porque en el trasfondo existe un negocio del que éstos son parte.
–Las barras bravas no son santos de mi devoción, pero hay dos niveles de análisis. Las barras son grupos que entran al mercado reclamando su parte, pero porque previamente existe un mercado clandestino y corrupto en el cual distintos sectores obtienen su tajada. La otra cuestión, a la que le dedico mucho espacio, es la idea de que no se puede trabajar sobre la violencia sin entender por qué se produce. La idea de que aquel que actúa violentamente lo hace solo porque es un inadaptado es una burrada y un juicio antidemocrático y, sin embargo, es el discurso hegemónico. Inclusive, si desapareciera ese dinero clandestino seguiría existiendo la violencia, porque ésta se explica por la lógica del aguante, del honor y del territorio.
–Pero no todo hincha sería capaz de matar o ser muerto...
–No, por supuesto, y la mayoría diría que eso está mal, pero hay un momento en que hasta el hincha más probo, honesto, moralista y antiviolento se jacta de que su hinchada tiene aguante. Entonces, por más que sea incapaz de matar, participa de un clima moral dentro del cual “a esos putos hay que correrlos”. Claro que eso tiene que ver con el juego, las metáforas y el mal llamado “folklore” –porque ese nombre se refiere a algo inmutable, y no es cierto–, pero la cuestión es entender por qué todas las metáforas siempre van en la misma dirección. El patrón que se repite es el patrón del aguante, que implica que el otro es aquel que debe ser humillado y vencido. La burla es parte de la rivalidad, pero cuando esa burla se convierte en humillación, sometimiento, superioridad y maltrato, finalmente desemboca en violencia. Es inevitable.
–¿Cómo se explica la necesidad de construir jugadores-héroes? Esto fue muy visible durante el Mundial...
–Existen dos respuestas. La primera es porque se sabe poco de fútbol; el periodismo deportivo no suele hablar de juego, y la transmisión televisiva no suele mirar el juego, sino que mira el melodrama, el desborde, la pasión. Y la segunda es que la cultura de masas funciona en base a sujetos excepcionales. El ordenamiento del deporte individual se da en torno del sujeto excepcional y del record. En los deportes colectivos pasa lo mismo, y es raro que se hable de equipos. La Argentina del ’86 era Maradona y 10 más, los Chicago Bulls eran Michael Jordan y 4 más. Antes que otra cosa, el deporte es uno de los géneros cruciales de la cultura de masas, con la particularidad de que hay una actuación corporal que no puede ser fingida –se juega bien o se juega mal– a la que se suman elementos de ficción. Al pertenecer a la cultura de masas, el deporte sigue sus leyes, las mismas que buscan héroes, modelos, grandes figuras, mitos y mercancías.
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