Vie 06.02.2015
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CULTURA › ORILLAS, UN BELLíSIMO LIBRO/DISCO DE RECIENTE APARICIóN

Cuando el paisaje convoca sonidos

Los músicos Pepe Angelillo, Pablo Ledesma, Mono Hurtado y Martín Misa sumaron las imágenes del diseñador y fotógrafo Argamonte para concebir una de las ediciones más originales producidas en estos tiempos. Un diálogo “entre lo que se ve y lo que se oye”.

› Por Diego Fischerman

“La noche que ande Argamonte/ tiene que ser noche negra/ por si lo vienen siguiendo/ y le brillan las espuelas...”, escribió Manuel Castilla. El personaje, un gaucho que huye y es a la vez guía de otro que también escapa, está tomado de una novela de Federico Gauffin titulada En tierras de Magú-Pelá y publicada en 1932. El Cuchi Leguizamón le puso música, en la “Zamba de Argamonte”. El nombre de aquel gaucho es la firma, hoy, de Keko Ferro, un diseñador y fotógrafo notable, radicado en Salta. Y Argamonte es quien rubrica, junto al pianista Pepe Angelillo, el saxofonista Pablo Ledesma, el Mono Hurtado en contrabajo y el percusionista Martín Misa, Orillas, una de las ediciones más originales, trascendentes y, por añadidura, bellas producidas en la Argentina en los últimos tiempos.

“Puede entenderse como un libro de fotografías o como un disco, o también como ambas cosas, estableciendo una relación entre lo que se ve y lo que se oye”, dice Angelillo a Página/12. “El origen –cuenta Ledesma– fue un viaje, hace mucho tiempo, que hicimos con Argamonte. El sacaba fotos y yo las encontraba inmensamente inspiradoras. Eran fotografías de orillas, de paisajes desolados: tierra o piedras junto al agua. Nada más. Había allí un territorio que convocaba sonidos.” Angelillo y Ledesma tocan habitualmente en dúo, con Hurtado lo hacen en trío desde hace años y Misa, que actualmente vive en Salta, donde toca en la Orquesta Sinfónica y con quien también han participado conjuntamente en numerosos proyectos, aparecía como socio natural. Hurtado habla del conocimiento que cada uno tiene del otro. De que nadie espera otra cosa que lo que cada uno es pero, al mismo tiempo, sabe todo lo que puede dar como música. El, Ledesma y Angelillo coinciden en una palabra: “Confianza”. Y es que lo de ellos es tocar sin red. “El sonido en sí mismo”, define Ledesma.

Existe una clase de jazz, crecida a la vera de los movimientos por la lucha de los derechos civiles de los afroamericanos, que lleva la libertad inscripta en su nombre. Free Jazz se llamó aquel disco legendario en que los cuartetos de Ornette Coleman y de Eric Dolphy improvisaban simultáneamente y sin planteos previos. “La improvisación libre o, en todo caso, la libertad de la música, a secas, hoy pasa por poder liberarse también de ese rótulo”, dice Angelillo. “Si el estilo es una cárcel, no sirve”, agrega Hurtado. “Nosotros nos manejamos sin ceñirnos a una tonalidad, por ejemplo, pero tampoco le tememos a una consonancia. Si sucede, si lo que estamos haciendo lo pide, entonces está bien.” Y Ledesma remarca que “no hay casillas”. “Todos nosotros hemos transitado por diferentes músicas. De tradición popular y de tradición académica. Yo he tocado años en la Orquesta del Argentino de La Plata, por ejemplo. No hay un intento de estar aquí o allá. Todo lo que aprendimos, todo lo que escuchamos, aparece en algún momento en lo que tocamos.”

Los paisajes de Argamonte, muchas veces inquietantes, siempre muestran, de alguna manera, aquello que no está. Sus silencios, podría decirse. Hay allí un correlato perfecto de la música. Si bien aparecen texturas de gran densidad, predomina la trasparencia. Como en las imágenes, los sonidos generan un espacio propio a su alrededor. En unas y otros se percibe el aire. “Son relaciones no evidentes, no fijadas de antemano”, dice Ledesma. “Las establece, en realidad, quien escucha y mira al mismo tiempo.” Argamonte es considerado por ellos, con justicia, como el quinto integrante del grupo. El ya había estado presente como diseñador en uno de los primeros álbumes de Ledesma y Angelillo (Vivo en La Plata, de 1998, en cuarteto con Ezequiel Dutil y Martín Lambert). El libro/disco Orillas, que fue presentado en la ciudad de Salta, aborda, con placer por el riesgo estético pero también con una base de gran solidez, una búsqueda poco frecuente en la música artística de tradición popular. “La música como juego”, dirá alguno de ellos a lo largo de la charla. “El valor de lo sonoro como objeto en sí”, redondeará otro. De lo que se trata, al fin y al cabo, es del viejo truco de reconocer la libertad como un valor inseparable de la creación.

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