Dom 08.02.2015
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CULTURA › MURIó A LOS 86 AñOS RENé LAVAND, ESPECIALISTA EN ILUSIONISMO CON CARTAS

Adiós al gran ilusionista

El mago de un solo brazo fue admirado por sus pares de todo el mundo y tuvo una larga carrera internacional. Famoso por las historias que solía contar mientras hacía sus trucos, volvió hace años a su pago, Tandil.

› Por Carlos Rodríguez

“Soy un ser humano de carne y hueso, como todos ustedes, que pudo superarse en un determinado momento de la vida, y si hago un balance a los 86 años, alguien que logró lo que jamás soñó: caminar cinco continentes con esos pintados talismanes de cartón, como les decía Jorge Luis Borges a las cartas.” Así se definía a sí mismo el gran ilusionista argentino René Lavand, durante una entrevista reciente que le hizo en Tandil, donde vivía, el periodista Cristian Riccomagno. El artista falleció ayer, a los 86, en la Nueva Clínica Chacabuco de Tandil, donde estaba internado porque sufría una insuficiencia respiratoria. Lavand había logrado superar el accidente que tuvo, a los 9 años, y en el que perdió el brazo derecho. Era conocido y reconocido en todo el mundo. David Copperfield se declaró su “fan” cuando estuvo en la Argentina y el prestidigitador español Juan Tamariz Martel lo definió como “poeta de las cartas”.

Lavand se destacó en el arte de la cartomagia, habilidad a la que sumaba un notable talento narrativo en los relatos con los que siempre acompañaba sus performances como ilusionista. “Había terminado la guerra. La patrulla, en retirada. Un soldado pide permiso a su capitán para volver al campo de batalla en busca de un amigo. Se le niega el permiso. ‘Es inútil que vayas, está muerto.’ El soldado desobedece la orden. Va al campo de batalla y regresa con su amigo en brazos, muerto.”

–Te lo dije, era inútil que fueras –insiste el capitán.

–No, mi capitán, no fue inútil, cuando llegué aún estaba con vida, y solamente dijo: “Sabía que ibas a venir”.

Así fue su presentación, una de las últimas, en el auditorio de OSDE Tandil, ante cientos de jóvenes de escuelas locales que lo ovacionaron, cuenta Riccomagno. El espectáculo se denominaba Superando crisis. Nacido en la ciudad de Buenos Aires, a los 7 años se mudó con su padre zapatero y su madre maestra de escuela a Coronel Suárez, y desde los 14 vivió en Tandil, ciudad a la que consideraba su lugar en el mundo. “Tandil es el vértice para mí, el lugar al que regresar, el sitio al que volver que debe tener todo hombre.” En el jardín municipal de Tandil hay una estatua que inmortalizó a este hombre nacido el 24 de septiembre de 1928, cuyo nombre real era Héctor René Lavandera.

Comenzó a trabajar como profesional en 1960, luego de ganar un concurso. Son recordadas sus actuaciones en los teatros Nacional y Tabaris, en la calle Corrientes. Su magia llegó a millones de personas a través de la televisión, en Argentina y en el mundo. Fue invitado de honor en El Show de Ed Sullivan, en la TV estadounidense, y en The Tonight Show, de Johnny Carson. También actuó en vivo en Nueva York y en Las Vegas. En Argentina fue figura en programas como El show de Pinocho, con Juan Carlos Mareco, y en Sábados circulares, de Nicolás Mancera. También tuvo su propio ciclo: Mano a mano con René Lavand.

“Me gusta la palabra magia, pero no aclara lo nuestro, prefiero ilusionista porque soy un creador de ilusiones. Me encanta la palabra ilusionismo y la palabra magia me gusta empleada a otras cuestiones. En cuanto a la palabra mago como calificativo, y la palabra truco, me resultan inaguantables. Truco es el que hace un gitano para venderte el buzón, en cambio yo hago juegos. Juegos que para convertirse en composiciones, y me jacto de haberlas logrado, deben tener el equilibrio armónico entre lo que digo y lo que hago, con las pausas justas, precisas y necesarias, que son los silencios.” De esa forma, en la entrevista mencionada, explicaba las maravillas que hacía con la mano izquierda.

Cuando le preguntaron si se consideraba un “maestro del ilusionismo”, aclaró que “maestro es el que marca rumbos; no sé si me corresponde a mí esa palabra, pero si he marcado algún rumbo en la vida, acepto con gusto que me digan maestro”. Cuando le preguntan cómo hizo para superar el accidente que tuvo en su niñez, afirmaba que “aquellos vientos trajeron estas tempestades, porque en la vida, todas son motivaciones”.

Lavand, en el reportaje que le hicieron el año pasado, decía que a la inspiración hay que acompañarla con el trabajo: “Como dice una sabia frase, el genio se debe a la transpiración. Yo estoy muy lejos de ser genio, pero creo que si soy talentoso, es porque transpiré. Algo hay que tener siempre, por eso uno va eligiendo en la vida y de a poco se transforma en eso que uno eligió”. También se refirió a la necesidad de saber retirarse a tiempo: “He visto caer a muchos artistas y me dieron pena. No quiero pasar por eso. Soy un hombre humilde pero tengo orgullo. Prefiero plantarme con siete y medio antes de que el público me plante con cuatro o cinco”.

Nunca eludía referirse al accidente automovilístico que sufrió cuando era niño. “Tuve la suerte de no poder copiar a nadie, la suerte de tener una sola mano porque no hay técnicas ni libros para prestidigitadores de una sola mano, de modo que estuve obligado a hacerme en forma autodidacta, lo que fue una bendición porque así pude forjar un estilo propio.” Entre tantos datos curiosos de su vida, figura la de ser coleccionista de bastones. Llegó a tener más de sesenta.

Otra de sus habilidades fue la de practicar esgrima y entre otros muchos reconocimientos, el cine se lo dio con su aparición en algunas escenas de Un oso rojo, de Adrián Caetano. Allí interpretó a El Turco, un mafioso de poca monta que regenteaba un sórdido bar en la Isla Maciel y que intentaba asesinar al personaje central, interpretado por el actor Julio Chávez, un antiguo compañero del delito del que quería deshacerse para no tener que pagar una vieja deuda.

Lavand, que recorrió el mundo dando clases y seminarios, publicó cinco libros de técnicas de cartomagia para especialistas, además de uno en el que cuenta anécdotas y que se llama Barajando recuerdos. Su número más exitoso se llamó Agua y aceite, donde hizo famosa su frase “no se puede hacer más lento”, con la que llevaba al límite el ilusionismo y la posibilidad de que los espectadores adivinaran el juego.

–¿Qué pasa si alguna vez sale una carta equivocada? –le preguntaron.

–Bueno, Martha Argerich, supongo yo, alguna vez ha desafinado una nota, y no deja de ser Martha Argerich.

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