CULTURA › SANDRA RUSSO Y SU RECOPILACION CONTRATAPAS, QUE APARECE MAÑANA CON PáGINA/12
El recorrido de las columnas escritas a lo largo de diez años sorprendió a la propia periodista: “Una de las cosas que me gustaron de la recopilación es la mezcla de registros”, dice Russo, que aquí analiza su propio discurso y sus sensaciones en esas contratapas.
› Por María Daniela Yaccar
Encuentros fortuitos con desconocidos que culminan en una revelación. La primera y última visita a una bruja. La extraña frase que lanza un padre enfermo, desde una camilla, en un día que termina entre armas, un robo, gritos y la necesidad de un Rivotril. El destape de una madre que se desarma en la locura. Lo íntimo, lo privado, palabras que podrían ser secretos. También lo colectivo, aquí y allá: la mezcla de ilusión y miedo “a romper el encantamiento” que sentían muchos cuando el kirchnerismo nacía, la adhesión cada vez mayor a un proyecto, la guerra de Irak. Cuestiones de género y de la cultura de masas, experiencias dentro del periodismo. Es un cóctel el libro Contratapas, que reúne textos que Sandra Russo ha escrito para la última página de este diario desde 2003 hasta 2013. Página/12 lo publicará en dos tomos: el primero se puede comprar junto con la edición de mañana; el segundo, el domingo 24 de mayo.
“Una de las cosas que me gustó de la recopilación es la mezcla de registros”, dice Russo. La crónica, el aguafuerte, el ensayo y el análisis político se mezclan en estas páginas. Russo escribe contratapas desde 1988, ininterrumpidamente. Ha trabajado en diversas secciones de este diario, fue editora en éste y otros medios. Comenzó bien temprano, en revistas contraculturales. Durante la dictadura pasó por El Expreso Imaginario y Humor. Se la ve a diario en TV (678) y conduce el programa radial Dejámelo pensar. Dentro de una trayectoria de 38 años, las contratapas tienen un lugar destacado: dice, en el prólogo, que son el “lugar de enunciación” con el que más se ha identificado siempre. “Cuando volví a leer algunas para editarlas me encontré muchos cambios de registro: me sorprendió lo coloquial y verborrágica que era en 2003 y 2004. Ahí aparece una escritura más a mano alzada, más light, más ‘vida cotidiana’. Después, las circunstancias me llevaron a ponerme más grave”, define la periodista y escritora.
Además de los conocidos libros Fuerza propia. La Cámpora por dentro y La Presidenta. Historia de una vida, Russo publicó, con una editorial cooperativa, otro libro con sus contratapas: las de 2001. “En las que se publican ahora hay mucha política internacional. Al releerlas algunas me asombraron mucho, como la del 25 de mayo de 2003. No lo podía creer: estaba conceptualizando lo que esperaba en ese momento, que era puro pálpito. También, me acordé de cómo era no tener que estar pensando en política todo el tiempo. ¡Estaba buenísimo! Hasta 2008 hubo un clima que me lo permitió.”
–Hay muchas historias personales, y muy fuertes, como la de ese día en que su padre le dijo “tengo la sensación de que nadie es mi enemigo”.
–Algunas de esas contratapas las convertí en cuento. Me interesaba darles el formato de libro para que sean una herramienta de laburo. Di muchos años talleres de escritura y tengo pensado volver a dar. No me gusta la primera persona cuando no abarca algo general. Esa de mi padre y “El otro lado de la vía”, que habla de cuando tuve que internar en un psiquiátrico a mi madre, son de las más fuertes. Mucha gente se comunicó conmigo por tener a los padres internados. Si no escribís desde el centro de vos mismo, no pega al otro en el centro de sí mismo. La escritura es un acto reflejo. Al mismo tiempo, en la periodística, tenés que guardarte de que sea puro ego. En “El otro lado de la vía” hablo de una generación de mujeres que cayó en la trampa de la abnegación. Se volvieron locas. Me parecía que lo redondeaba bien. Por otro lado, siempre laburé una cuerda que me sale fácil: ciertas percepciones colectivas que no están conceptualizadas del todo.
–¿Uno de los ejes de Contratapas es la mirada sobre las generaciones y sus conductas y sentires?
–Laburo mucho con los cortes generacionales, desde que trabajaba en Humor y tenía una columna de “Juventudes políticas”. Cuando empecé a laburar ahí y en El Expreso Imaginario éramos los que veníamos después de los desaparecidos. Había mucho para decir. Publiqué, en el ’81, ’82, notas de opinión en Clarín. La primera se llamaba “Los que tenemos 25 años”. Estaba contando la experiencia de un montón de gente. Lo generacional explica un montón de cosas de cada subjetividad. Hay una parte de nuestra subjetividad formada por cuestiones absolutamente personales y otra por la época. Esos cortes sirven como amalgama de lo que querés comunicar y el lector. Al mismo tiempo, se trata de exprimir las posibilidades de un medio de comunicación. Página siempre fue un diario en el que trabajaron muchos escritores. El lector busca autores.
–¿Y cómo se convierte un periodista en autor?
–Eso nunca se facilitó, ni desde las universidades ni desde los diarios, que borran a los autores. Para ser autor hay que ser selectivo con los medios en los que laburás. Yo lo viví como una coreografía natural: siempre fui cobijándome en medios que tenían una línea editorial parecida a mi conciencia. Cuando empezaba a ser columnista, Pasquini Durán me dijo: “Lo único tuyo acá es tu nombre, así que cuidalo”. Hago cosas de las que estoy segura. Lo que me gratifica es la devolución, que en el periodismo es distinta de la que recibe un autor de narrativa, porque hay sólo un día para eso.
–Otra constante de los textos pareciera ser el lugar central que ocupa la dimensión emocional.
–Con mi propia historia, finalmente, tuve que tomarme eso en serio. Poner el cuerpo. Lo hice en 6, 7, 8, con el costo que tiene. La emoción es fundamental en la escritura. Hace muchos años que no hago periodismo duro, hago periodismo de análisis hace más de veinte. Parto de un dato duro, para analizarlo y asociarlo con otras cosas. Tiene mucho que ver la emocionalidad para captar por dónde querés agarrar el tema. La racionalidad juega en ir dosificando la información dura que tiene que tener la nota para que sea entendible. Ahora que estoy escribiendo mucho sobre Europa, sobre Grecia, sobre los ajustes, obviamente adhiero a la teoría del iceberg de Hemingway: tenés que leer mucho y después ver con qué hacés la costurita de la nota. Debajo de la nota hay mucha información que no das, pero que tenés que tener. La graduación entre lo duro y lo blando, la emoción y la racionalidad es una alquimia. Cuando releí la primera nota que aparece en Contratapas, “Mamíferos”, pensaba: qué loca que estaba, qué libre era. Hacía una relación con una novela de McEwan. Después, la gráfica se fue haciendo más homogeneizada, cada vez hay menos autores. También me impactó de esa nota, en la que hablo de dirigentes políticos europeos que estaban traicionando a los electorados, es que hasta para entender el presente, esas notas pueden ser útiles. Es revisitar el pasado, y con la data del presente tienen otro sentido.
–¿Cómo le cambió la vida 6, 7, 8?
–Está muy bien el programa, aunque la televisión no es lo que más me gusta. Me gusta la producción. Me cuesta no elegir los temas de los que quiero hablar. Además, estoy agobiada, porque cuando sos cronista lo que te gusta es observar, no que te observen. Ahora la gente se sienta, me habla, me putea. Es parte de la visibilidad. De poner el cuerpo. Lo que más me costó y me sigue costando es esa mirada de la cultura de masas: se invisibilizaron décadas de laburo, porque cuando aparecés en televisión mucha gente piensa que naciste ayer. El del programa es un laburo político. Lo reivindico. Siempre toqué la misma tecla, temas que tienen que ver con cambiar estructuras que me parecen injustas. Esa es mi militancia de toda la vida. Después se engarzó históricamente, tuvo sentido respaldando a un gobierno que defendía esas banderas. Tenerle miedo a que a uno lo llamaran oficialista era cagarse en las patas. Ahora me gustaría inclinarme a la docencia y volver a producir mis espacios. Uno ve una película mundial: la Argentina es una parte, pero mi cabeza está funcionando en lo global. Estamos llegando a una fase del capitalismo que va a implosionar si algo no cambia. Mi ansiedad periodística tiene que ver con ayudar a seguir descorriendo ese velo para que la gente entienda en qué mundo vive. Lo macro y lo micro dialogan permanentemente.
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