Lun 22.06.2015
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CULTURA › HORACIO TARCUS ANALIZA LA ACTUALIDAD DEL PENSAMIENTO DE KARL MARX

“El pensador, el filósofo crítico, abre preguntas”

El historiador publicó Antología Karl Marx, un libro que, tras un notable estudio preliminar, incluye trece textos escritos entre 1843 y 1881 por el pensador alemán. Dice que el autor de El capital volvió a ser “compañero de ruta” de gobiernos contrarios al neoliberalismo.

› Por Silvina Friera

El espectro de Karl Marx (1818-1883) nunca dejó de asediar al capitalismo. En el clima de antimarxismo dominante en la década de 1980, muchos pronosticaron la muerte de su pensamiento a la par del derrumbe de los “socialismos reales”. Pero el autor de El capital volvió a emerger entre los escombros del Muro de Berlín, liberado de la pesada hipoteca del siglo pasado, cuando se lo consideraba el responsable intelectual de los comunismos. El Marx del siglo XXI, el que vuelve a ser leído e interpelado, es un Marx “más secularizado” y sin “-ismos” tributarios de la ortodoxia soviética. Era hora de publicar una Antología Karl Marx (Siglo XXI), destinada a los estudiantes y lectores en general que necesitan aproximarse por primera vez a la lectura de un pensador complejo. El libro de 487 páginas incluye trece textos escritos entre 1843 y 1881, seleccionados por Horacio Tarcus, autor de un extraordinario estudio preliminar que permite trazar el itinerario intelectual que va de trabajos como Sobre la cuestión judía, pasando por las Tesis sobre Feuerbach, el Manifiesto del Partido Comunista y el Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, hasta El porvenir de la comuna rural rusa.

Tarcus cuenta que hace muchos años que no se editaba una antología de Marx. “En estos últimos años aparecieron obras sueltas como el Manifiesto comunista y El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, que toman la edición soviética que está en Internet, con el viejo sistema de notas de una fuertísima intervención ideológica, y que en general no tienen estudios introductorios ni mayor cuidado. Que salgan estas ediciones es un índice de que los textos de Marx ingresaron hace muchos años en el universo de los clásicos”, plantea el historiador y creador del Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas en Argentina (Cedinci) a Página/12. “Después de treinta y pico de años se vuelve a editar un libro en la Biblioteca Cultura Socialista, que dirigía Pancho Aricó. Esta antología de Marx es el primero de una serie que recuperará la colección, lo que implica reeditar algunos clásicos del socialismo que consideramos vigentes y nuevos títulos. La Biblioteca va a estar a mi cargo, así que estoy contento porque tenemos un Marx en la calle y una Biblioteca en curso.”

–¿Qué Marx se está leyendo hoy en la Argentina?

–No logro descifrar que la Argentina esté leyendo un Marx demasiado distinto del que se lee en el resto de América latina y en el mundo. La vuelta de Marx se dio a escala mundial. Si tuviera que poner un acontecimiento de referencia, diría que después del intenso reflujo de la década del ’90, en el contexto del neoliberalismo –con el auge de los nuevos filósofos franceses, con Marx denigrado junto con los maestros pensadores y el marxismo con la mayor devaluación como paradigma teórico-crítico incapaz de pensar la democracia en los ’80–, el punto de inflexión lo marcó el año ’98, cuando se cumplieron 150 años de la publicación del Manifiesto comunista. Hubo reediciones en todo el mundo; la más exitosa quizás es la edición anglosajona que hizo Verso Books, la editorial de Perry Anderson. El ’98 es el año que Marx retorna por la puerta del Manifiesto... El aniversario de la publicación fue cubierto por los suplementos culturales y la prensa en todo el mundo. Las principales universidades del mundo hicieron eventos sobre los 150 años del Manifiesto..., en los que participó la intelectualidad crítica no necesariamente marxista. Paradójicamente, el más importante se hizo en París, la capital de la reacción antimarxista. Los gobiernos nacional-populistas latinoamericanos ofrecieron un escenario mucho más favorable a la circulación del pensamiento socialista en general y del marxismo en particular, aunque ninguno de ellos tenga un compromiso con el marxismo. El marxismo ya no está, como hasta los años ’70, en el programa de los partidos socialistas ni de los gobiernos populares. Sin embargo, es indudable que el esfuerzo de estos gobiernos por plantear políticas que llevaron a salir del neoliberalismo encontraron en el socialismo y en Marx un compañero de ruta a veces en tensión, a veces incómodo con las ideologías nacionalistas o desarrollistas, pero con un diálogo mucho mayor que lo que significó la década del ’90.

–La expresión “emancipación política”, que viene del lenguaje de Marx, se recuperó en varios países de América latina en los últimos tiempos, ¿no?

–Sí. Mi intención es reponer un Marx integral, partiendo del llamado “joven Marx” y su humanismo filosófico. Más allá de la emancipación política, hay una emancipación humana que tiene que ver con una dimensión social. Marx piensa su teoría de la explotación dentro de una teoría más amplia de la opresión y de la emancipación. El Marx devaluado de los ’90 es un Marx reducido a una suerte de determinismo económico, de jacobinismo político, de simplificación del análisis social, cuando el pensamiento de Marx es mucho más complejo, mucho más sofisticado, y abre más perspectivas para pensar el mundo presente que esa caricatura que construyen los nuevos filósofos y la nueva derecha de la década del ’80 y ’90, que lo que quieren es cuestionar a los socialismos reales y se cargan a Marx como padre de la criatura.

–¿El gran problema fue postular que el comunismo es sinónimo de marxismo?

–Claro, pero hay una relación compleja ahí. Los socialismos reales se erigieron en nombre de Marx, pero el marxismo funcionó –para decirlo en los términos marxianos– como una verdadera ideología de autolegitimación de estos regímenes. La responsabilidad que tiene una teoría respecto de los regímenes que se erigen en su nombre siempre es relativa. En la década del ’90 era muy difícil pensar a contrapelo de esta asociación, pero a partir del ’98 y con el cambio de siglo se buscó en el marxismo categorías que permitieran pensar qué fue el ciclo de los comunismos, de modo que había un marxismo que se podía volver en contra de los socialismos existentes. Si se repasa la historia del marxismo del siglo XX, buena parte de la producción más crítica, más intensa, aquellas obras más productivas, fueron escritas a contrapelo de los regímenes comunistas. Se destaca la obra de León Trotsky, pero no es la única. Las críticas de Rosa Luxemburgo al propio Trotsky, la obra más crítica del joven Georg Lukács contra la filosofía que se está estableciendo en la Unión Soviética, la obra del alemán Karl Korsch o los consejistas holandeses y alemanes hasta llegar a Socialismo o Barbarie en Francia, con Cornelius Castoriadis y Claude Lefort. Son marxismos disidentes, marxismos críticos; el propio Antonio Gramsci, si bien fue un hombre de la Internacional Comunista, estaba pensando a contrapelo del pensamiento político comunista.

–¿Estos pensadores de la disidencia fueron los que mejor interpretaron a Marx?

–Podríamos decir que fueron los lectores o los intérpretes más productivos, más incisivos, más profundos. El estalinismo es una lectura dogmatizante que se apropia del marxismo y lo convierte en ideología de un régimen de poder. En cambio estas lecturas son de corrientes críticas o de intelectuales críticos que se confrontaron con esos poderes. Cuando nos preguntamos si hay crisis o no del marxismo, ¿estamos pensando en el marxismo como ideología de los regímenes comunistas o en el marxismo de Walter Benjamin, de Gramsci, de Jean-Paul Sartre o de Karl Korsch? El marxismo como ideología de los regímenes comunistas no fue objeto de rehabilitaciones, pero estos últimos años se han visto revalorizaciones del marxismo crítico. La obra de Gramsci se ha seguido leyendo y editando, la obra de Benjamin ha sido objeto casi de un redescubrimiento, la obra de Theodor Adorno, presente en autores como Fredric Jameson en Estados Unidos o John Holloway en México, muestra que es un autor que sigue siendo productivo. Sartre vivió décadas de reflujo y pasó a ser un mal recuerdo en su propio país, pero en estos últimos años viene siendo objeto de revalorizaciones y reediciones. Marx vuelve a emerger, se vuelve a encontrar una densidad teórica que excede una experiencia hecha en su nombre. En cuanto a esa asociación entre marxismo y comunismo, uno no puede declararlo culpable a Marx ni tampoco, como pretendería cierto trotskismo simplista, absolutamente inocente. Uno no podría hacer responsable a Adam Smith por los peores horrores del capitalismo. El vínculo de una doctrina, de una teoría, de una filosofía, con los movimientos que la inspiran siempre es complejo. El autor de esa teoría o doctrina nunca sería totalmente inocente ni totalmente culpable. Evidentemente hay en Marx una serie de anticuerpos frente a una concepción totalitaria. Si bien el estalinismo se puede amparar en el marxismo hasta cierto punto para edificar un régimen de partido único, de anulación de la sociedad civil, de control y de represión, es imposible encontrar en Marx textos que avalen semejantes prácticas. Marx no es en absoluto un estatista, por eso incluí el texto de la Crítica al programa de Gotha, porque él no imagina como Ferdinand Lassalle una sociedad regida y dominada por el Estado, un Estado que se llamaría “el estado del pueblo” que gobernaría en nombre del pueblo. Marx reacciona con muchísimo vigor frente a esa idea. Para ver esta apropiación estaliniana del marxismo hay que reponer la historia del marxismo en Rusia.

–¿Por eso incluye para cerrar la antología “El porvenir de la comuna rural rusa”?

–Exactamente. La emergencia de la cuestión rusa en la década de 1860 abre un horizonte revolucionario impensado pocos años antes. Marx empieza a pensar que la revolución no comenzaría por Occidente, como había creído hasta entonces, sino por Oriente. La lucha contra el zarismo podría ser el llamado inicial al estallido de una revolución, que Marx sigue pensando como en el ’48, una revolución paneuropea donde la ruptura de la cadena podría venir por la lucha antizarista, por la emergencia de una nueva generación de revolucionarios. Esta revolución, que comenzaría por Oriente y no por Occidente, lo lleva a repensar elementos sustanciales de su concepción de la historia. Y le sirve para avanzar un paso más en su ruptura con la filosofía hegeliana con la que viene rompiendo, pero este es un elemento de descentramiento, de herida narcisista que Marx tiene que elaborar a través de las cartas que escribe y reescribe a Vera Zasúlich para encontrar una fórmula adecuada de cómo entender su concepción de la historia. La gran paradoja es que los interlocutores y herederos de Marx no son los llamados “padres del marxismo ruso”. Y al revés: (Gueorgui) Plejánov, el padre del marxismo ruso, tiene que ocultar estas cartas de Marx para fundar el marxismo en Rusia. De modo que el marxismo en que se forma (Vladimir) Lenin, este marxismo de Plejánov, es un marxismo construido a expensas de los textos de Marx. Justamente la crisis del leninismo permite revalorizar ese socialismo tachado de romántico, de premarxista, de populista. Esta es la operación de Pancho Aricó: recuperar el marxismo de (José Carlos) Mariátegui y el marxismo de los populistas rusos. Y de algún modo, sin ser antileninista, te diría que la operación de Aricó consiste en resituar el leninismo dentro de las múltiples y diversas tradiciones del marxismo. A mis alumnos siempre les digo desde la primera clase: no es que Lenin no era marxista es que Marx no era leninista. La operación consiste en construir ese marxismo-leninismo, que es una ideología. El marxismo-leninismo-estalinismo es una vuelta de tuerca sobre esa ideología; con esto tampoco quiero decir que Lenin era estalinista. Stalin era leninista, pero Lenin no era estalinista.

–Y para prolongar esta provocación, Marx dijo que no era marxista.

–Exactamente. Tiene que ver con el efecto de desconocimiento que un autor puede llegar a tener sobre la construcción de doctrina que se hace en su nombre. En parte podría decir que Freud no era freudiano en la medida que no se reconocía en el freudismo de (Alfred) Adler o de (Carl) Jung. Esto nos lleva a la cuestión del legado teórico de un texto y sus problemas de interpretación y al carácter relativamente abierto de toda obra. Marx es un pensador descontento con su propio sistema y lo reformula constantemente hasta poco antes de su muerte. El pensamiento crítico repone el carácter abierto de una obra y muestra cómo todo texto, inclusive el que tiene mayor pretensión de cientificidad, presenta lagunas que el doctrinario llena. Y tiene tensiones o contradicciones que la doctrina resuelve en un sentido u en otro. El pensador, el filósofo crítico, siempre abre preguntas. El doctrinario necesita ofrecer respuestas, ¿no? Yo no digo que el pensador es bueno y el doctrinario es malo. No hago un maniqueísmo; son funciones distintas.

* La Antología se presentará este miércoles a las 19 en la librería Hernández (Corrientes 1436) con una charla abierta “¿Por qué volvió Marx en el siglo XXI?”, en la que participarán Carlos Altamirano, Maristella Svampa, Emilio de Ipola y Horacio Tarcus.

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