CULTURA › ENTREVISTA A DIDIER ERIBON
El filósofo y sociólogo francés habla de su libro Regreso a Reims, que acaba de publicarse en Argentina y donde el autor de Escapar del psicoanálisis repasa su adolescencia en su pueblo natal, donde tuvo una relación conflictiva con su padre, un hombre violento y homofóbico.
› Por Silvina Friera
“Cuando uno es hijo de obreros, la pertenencia de clase se siente en el cuerpo”, afirma Didier Eribon en Regreso a Reims (Libros del Zorzal), una exploración íntima y sociológica del itinerario de los que comúnmente se denominan “tránsfugas de clase”. El filósofo y sociólogo francés regresa al pueblo de provincia donde nació, después de la muerte de su padre, un obrero que siempre fue un extraño con quien no pudo hablar, un hombre violento y homofóbico que tuvo una vida difícil. Eribon fue el único que pudo estudiar y que se fue a París para vivir plenamente su homosexualidad y convertirse en un intelectual. “La escolarización exitosa instalaba en mí, como una de sus condiciones de posibilidad, un corte, un exilio, incluso cada vez más profundos, que poco a poco iban separándome del mundo del que venía y en donde aún vivía. Y como todo exilio, éste contenía una forma de violencia. Yo no podía percibirla, pues se ejercía sobre mí con mi consentimiento. No excluirme –o no ser excluido– del sistema escolar exigía excluirme de mi propia familia, mi propio universo. Sostener las dos esferas, pertenecer sin fricciones a esos dos mundos era casi imposible. Durante varios años, tuve que pasar de un registro a otro, de un universo a otro, pero ese tironeo entre las dos personas que yo era, los dos papeles que debía representar, entre mis dos identidades sociales, cada vez menos relacionadas una con otra, menos compatibles entre sí, me causaba una tensión realmente difícil de soportar y, en todo caso, muy desestabilizadora”, confiesa en un fragmento de este formidable libro –publicado en Francia en 2009– en el que reflexiona sobre cómo los destinos sociales están definidos y delimitados por el pasado familiar y el entorno de nacimiento.
“En mi trayectoria personal hubo dos modalidades de la vergüenza: la vergüenza sexual y la vergüenza social –explica Eribon a Página/12–. Cuando empecé a escribir libros, el universo social del marxismo de a poco había desaparecido del paisaje intelectual francés. El orgullo de pertenecer a la clase obrera también había desa-parecido mientras las reflexiones sobre las cuestiones sexuales comenzaban a desarrollarse. La categoría contemporánea de lo político me permitía pensarme en el pasado como un chico gay miedoso que tenía mucha dificultad en asumir su sexualidad, más que un hijo de obrero, porque esa categoría había desaparecido de la escena pública. Cuando comencé a escribir, me instalé inmediatamente en un espacio de debate internacional en el cual la cuestión de la sexualidad y el género eran importantes. La cuestión de la vergüenza, que según mi punto de vista es un efecto estructurador de la vida de los grupos dominados, ha sido uno de los puntos de arraigo de mi reflexión teórica y política.”
–Hay un momento muy significativo en el libro, cuando ya está viviendo en París y se cruza con su abuelo, que limpia vidrios, y teme que alguien de su entorno parisino lo vea con él y le pregunte quién es ese hombre. Pocas veces se ha escrito con una honestidad tan brutal sobre lo que implica la vergüenza social. ¿Le costó trabajar con este aspecto tan íntimo y filoso?
–Quise escribir un libro en el cual algunas cuestiones se abordaran directamente, sin dar muchas vueltas. Esta escena que me quedó en la memoria es muy significativa y la conté tal cual la viví. Tenía vergüenza de mi abuelo, pero hubiese tenido mucho más vergüenza si la gente me hubiese preguntado: “¿Con quién estás hablando?” Hoy tengo mucha vergüenza de haber tenido vergüenza en ese momento. Pero no se trata sólo de una confesión de culpabilidad. Los personajes de Regreso a Reims son mi madre, mi padre, mis abuelos, mis hermanos y yo, pero son personajes colectivos. Yo estoy determinado socialmente y soy producto de lo que la sociedad hizo de mí. Lo mismo vale para mi familia, para mi padre, mi abuelo, para mi mamá, que son figuras sociales. Contar esta escena con tanta brutalidad me permitía mostrar la violencia de las relaciones de clase que estructura la vida que vivimos. Quería mostrar que la movilidad social, el ascenso social, son palabras vacías si uno no plantea lo que esa movilidad social produce al interior de la misma familia. Yo describo la estructura de un sistema social en que la pertenencia de clase juega un rol determinante. Es una escena muy polémica contra mí mismo por ese sentimiento de vergüenza que tuve, pero además es una escena polémica que enfrenta la idea de que ya no existen las clases.
–En el libro cuestiona fuertemente a Raymond Aron precisamente por intentar borrar la idea de que existen clases sociales, pero también por la “moderación ideológica” que representa, ¿no?
–Me acuerdo de un texto de Raymond Aron que decía que no se acordaba de haber pertenecido a una clase social. Yo pensé que realmente hay que pertenecer a la burguesía para no sentir la pertenencia de clase. Cuando acompañaba a mi mamá a las casas en las que limpiaba, sentía que había diferencias que se notaban en la manera de hablar, en la vestimenta, en la comida. Mi madre trabajó también en una fábrica y su cuerpo quedó tullido... Raymond Aron nunca conoció esas realidades, ¿pero acaso no tenía una mucama en su casa que limpiaba el baño mientras él jugaba al tenis? Como se convirtió en el pensador francés al cual todo el mundo se remitía para decir que no existían las clases sociales, entonces escribí esas líneas para advertirle a la gente que dice que lo que Aron escribía era ciencia y que el marxismo, la sociología crítica y la idea del intelectual comprometido es ideología. Esta supuesta ciencia de Aron es ideología burguesa celebrada como ciencia. Es interesante que plantees esta pregunta sobre una página del libro que ha sido criticada en Francia. Pero también ha sido la más aplaudida y celebrada. En la adaptación teatral que se hizo de Regreso a Reims, el actor que me representa en la obra lee esa página sobre Aron. Y justo en ese momento el público aplaude. ¿La cuestión es que solamente hay desigualdad y diferencia de ingresos o realmente, más allá de eso, hay una opresión de clase, hay explotación y violencia social? Cuando me acuerdo de mis padres, que iban a trabajar a la fábrica, la respuesta a esta pregunta es obvia: sí, hay una opresión de clase. Sí, hay una explotación. Sí hay una violencia ejercida por un sistema que se aprovecha de la explotación de los trabajadores.
–¿Escribió este libro para luchar contra el fantasma del Alzheimer de su padre?
–Sí, pero es muy extraño porque no fui a ver mi padre y sabía que él iba a morir a causa del Alzheimer. Ni siquiera reconocía a mi mamá... Después de su muerte me obsesionó el espectro de la enfermedad. Le pregunté varias veces a mi médico si era un mal hereditario, si era genético. Mi padre se convirtió en un fantasma después de su muerte; cada vez que yo me olvidaba algo, un código para entrar en un edificio, un teléfono, una fecha, pensaba que la enfermedad estaba empezando: ya estoy enfermo, me voy a morir.
–¿Ese temor sigue?
–Sí, el miedo está y sigo releyendo los poemas que temo olvidar y me preocupo cuando ya no puedo citar una escena de una tragedia de (Jean) Racine o un poema de (Paul) Verlaine.
–Otra escena significativa del libro es durante un paseo en París, cuando ve que unos chicos le pegan a un hombre mayor. Usted pide ayuda a la policía y le contestan: “¡No tenemos tiempo para perderlo con putos!”. ¿Qué implica esta modalidad del insulto y la agresión?
–En un libro anterior, Reflexiones sobre la cuestión gay, trabajé mucho sobre la injuria, sobre la manera en que el orden social asigna posiciones minoritarias a ciertas categorías de la población. No se trata sólo de que te injurian y te insultan en plena calle, sino que hay un sistema institucionalizado de injuria. El hecho de que la policía no quiere proteger a un hombre gay que está siendo atacado en un parque es una imagen muy fuerte de ese mecanismo institucional de inferiorización. Es una escena sintomática del odio hacia los que se “desvían” del orden sexual.
–Cuando su madre le muestra las fotos de sus sobrinos, señala a uno y dice: “Es como tú”. ¿Por qué le cuesta decir la palabra homosexual o gay?
–Mi madre no sabe cuáles son las palabras que tiene que usar para no herir, no tiene idea de qué vocabulario puede utilizar, por lo tanto no utiliza ninguna palabra. Y dice: “Es como tú”. Cuando me dijo eso, no entendía nada. ¿Qué está diciendo? (risas). Hoy ha cambiado el vocabulario y dice, hablando de tal o cual persona: “Es gay, como se dice hoy”. Mi madre por fin encontró la palabra.
–El libro rescata mucho la figura de esa madre que, más allá de su conservadurismo, trabajó muy duro para que usted pueda estudiar, ¿no?
–Sí, tengo una deuda enorme con mi madre. Si estoy hoy en la Argentina, presentando un libro que ha sido traducido y editado acá, es porque mi madre trabajó en una fábrica para que yo pudiera estudiar. En aquel momento lo único que me interesaba era estudiar y no me preocupaba realmente la condición dentro de la cual se podía cumplir esa posibilidad. Mis padres no eran obreros revolucionarios, aunque entonces votaban por el Partido Comunista. Pero para mí, que era trotskista, era un voto conservador. En el libro cuento cuando mi madre me recuerda que yo les decía a ellos que eran burgueses, que decía pavadas por el estilo. Esa escena es un homenaje a mi madre y a las mujeres de la clase obrera, pero también, una vez más, es una escena emblemática de una experiencia colectiva. Yo soy un “tránsfuga de clase” que deja el medio obrero para cambiar de clase. Lo que tiene ese derrotero, esa trayectoria, mientras se está dentro de ese proceso, es que uno no se da cuenta del esfuerzo que están haciendo los padres para posibilitar ese cambio.
–Hay una tensión irresoluble entre el origen de clase y la adquisición de la cultura letrada, ¿no?
–Tengo conciencia de que el hecho de haber adquirido la cultura y la teoría que me permite pensar todo esto es lo que me separa de mi familia, lo que me ha permitido ser diferente, escapar de ese medio. Pero más allá de la voluntad individual, la cultura es un marcador de diferencia social y por lo tanto un instrumento de violencia social, dado que la frontera de las clases sociales no es solamente por la posesión del capital económico, sino también de lo que Pierre Bourdieu llamaba “capital cultural”. La cultura es a menudo el punto de referencia del desprecio de clase. Yo sé que la cultura ha sido muy importante para mí, pero sé que la ausencia de la cultura es lo que legitima la exclusión de los hijos de las clases populares. La cultura legitima la existencia de una estructura social que es una estructura de clases.
–¿Qué significó en su vida afectiva e intelectual Pierre Bourdieu?
–El encuentro primero con su obra y después con él ha sido fundamental para mí. Yo les debo mucho a sus consejos y su amistad... y le debo haber llegado a ser lo que soy hoy en día. Más allá de la amistad que me unió a él durante más de veinte años, Pierre Bourdieu es sin dudas el pensador más importante del siglo XX. Para mí una obra es importante por el aporte teórico, pero también por la generosidad. Una obra generosa te hace sentir algo. San Genet de (Jean-Paul) Sartre, El segundo sexo de Simone de Beauvoir, Historia de la locura en la época clásica de Michel Foucault y Distinción: una crítica social del juicio de Pierre Bourdieu son libros generosos son construcciones teóricas importantes y vectores de transformación personal.
–Regreso a Reims es una obra muy generosa.
–Me alegra saberlo. Yo quiero ser un autor de obras generosas que puedan cambiar la vida de los lectores.
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