CULTURA › ENTREVISTA A DAVID RIEFF, AUTOR DE EL OPROBIO DEL HAMBRE
El analista político y periodista cuestiona la “antipolítica tecnocrática” e impugna el optimismo de artistas como Bono y economistas como Jeffrey Sachs en la lucha contra el hambre. Y dice: “Tenemos que poner fin al triunfo de las multinacionales sobre los Estados”.
› Por Silvina Friera
La elegancia del provocador de sombrero negro –extranjero fascinado con la cultura argentina, aunque rechaza la obsesión por el psicoanálisis de los porteños– reside en el placer de cuestionar la filantropía capitalista de las grandes empresas multinacionales, la “antipolítica tecnocrática” que bosqueja los programas de ayuda al desarrollo de los organismos internacionales y fundaciones, esa especie de nueva religión que proclama que la innovación del sector privado puede terminar con la desnutrición. El martillo del feroz pesimismo de David Rieff en El oprobio del hambre (Taurus) desbarata la trampa de las “buenas intenciones”, como sucede en el cuento de Antón Chéjov, citado en uno de los epígrafes: “Es necesario que en la puerta de cada hombre satisfecho, feliz, esté parado alguien con un martillo, y le recuerde con un martillazo de modo constante, que hay hombres infelices, que, por muy feliz que él sea, la vida tarde o temprano le enseñará sus garras, llegará la desgracia, la enfermedad, la pobreza, la pérdida, y nadie lo verá ni lo oirá a él, como él no ve ni oye ahora a los otros”. En el libro, un excepcional trabajo de investigación y escritura de largo aliento, impugna el optimismo de un conjunto de personalidades públicas influyentes, desde estrellas populares como Bob Geldof y Bono, hasta economistas como Jeffrey Sachs, que están convencidas de que la pobreza extrema y el hambre serán erradicadas en la primera mitad del siglo XXI. “Seis siglos antes del comienzo de la era cristiana, el profeta Ezequiel declaró que el hambre era el oprobio de las naciones. Lo que sobre todo quería decir con hambre era hambruna, el hambre que mata. Y durante buena parte de los dos mil seiscientos años transcurridos desde los tiempos de Ezequiel, en casi todas partes del mundo sus palabras han seguido siendo tan convincentes como cuando las escribió”, plantea Rieff, analista político, periodista y crítico cultural, hijo de la escritora Susan Sontag (1933-2004).
Nada más alejado de lo empírico que el anhelo de estar en el backstage del fin de la pobreza. “La dura realidad es que para evitar la hambruna recurrente en todo el mundo, que ahora cuenta con siete mil millones de habitantes, a los que se sumarán casi sin duda otros dos mil millones en 2050 y quizás mil o dos mil millones más en las dos décadas siguientes, la producción agrícola tendrá que incrementarse sin cesar”, argumenta Rieff desde una especie de rescate neomalthusiano. “Los orígenes de El oprobio del hambre me llevan a recordar que he estado veinte años trabajando en asuntos humanitarios, sobre todo con Médicos sin Fronteras. No fui exactamente corresponsal de guerra, sino una persona que escribía sobre los aspectos humanitarios en zonas de guerra. Estuve en Bosnia, Congo, Ruanda, Sudán, Kosovo e Irak… Yo quería escribir sobre el desarrollo y cuando vino la crisis económica y alimentaria de 2007 me di cuenta de que había cambiado muchos mis opiniones. La crisis de 2007 es parte de una historia mucho más larga. He estado dos años pensando que iba a escribir un libro de reportaje, y finalmente escribí un libro bastante curioso porque tiene un aspecto polémico”, advierte Rieff en la entrevista con Página/12.
–Cuando empezó a escribir acerca del hambre, ¿tenía una mirada más “ingenua”? ¿Estaba más cerca de los utopistas?
–No, nunca estuve del lado de los utopistas, pero seguramente tenía una mirada más ingenua. Si tengo una política, una perspectiva moral, es el antiutopismo tanto contra la derecha como contra la izquierda. La utopía más importante de nuestra época es el neoliberalismo. Alguien me podrá decir que está (Nicolás) Maduro en Venezuela y (Evo) Morales en Bolivia, pero creo que estamos en un momento terminal de la utopía socialista en esos países. Por desgracia, la utopía neoliberal está más fuerte que nunca. Empecé a escribir cuando tenía 30 años, ahora tengo 63, y si hay un vínculo entre mis libros es el antiutopismo. Hay estructuras, civilizaciones, sociedades, ambientes políticos más o menos horribles y sé que hay cosas por hacer. Mi conclusión es que tenemos que poner fin al triunfo de las multinacionales frente a los Estados. Esta fue la victoria de una cierta línea política, la de (Margaret) Thatcher y (Ronald) Reagan, pero estoy seguro de que es posible acabar con eso. No me refiero a la caída del capitalismo, que es otra cosa. No creo que en este momento podamos terminar con el capitalismo. Quizá sí dentro de cien años. Los movimientos antiglobalización dicen que otro mundo es posible, pero yo digo que no es muy probable. Supongamos que estoy equivocado y que va a venir la revolución entre comillas. Pero no será mañana y mientras tanto, ¿qué hacemos con la hambruna, que yo creo que va a regresar? ¿Qué hacemos con la desnutrición, que es terrible en muchas partes del mundo, sobre todo en India?
–En el primer capítulo del libro, titulado con un interrogante, “¿Por fin un mundo mejor a nuestro alcance?”, formula varias preguntas, entre otras, si es el capitalismo la respuesta o la raíz del problema, y si es posible una transformación nutricional sin una transformación política. ¿Qué respuestas puede dar hoy?
–En este momento, el capitalismo ganó. No digo que el capitalismo del 2030 será el mismo. No digo que los Estados Unidos van a imponer la actual versión norteamericana del capitalismo; es muy posible que el capitalismo dentro de treinta años sea a la manera de China o de Vietnam. No sé si será peor o mejor, este es un asunto para hablar en otra conversación. Pero no veo que haya una verdadera alternativa al capitalismo en este momento, sobre todo por la victoria del capitalismo en Asia y en India. Si hablo de China, India y Vietnam, me refiero más o menos al 40 por ciento del mundo. Si incluyo a Brasil, Argentina, Chile, México y los Estados Unidos, sería un 30 por ciento más. Puede haber versiones más simpáticas y más crueles del capitalismo. Yo preferiría una versión menos cruel. Pero el capitalismo es nuestro futuro. La cuestión es cómo hacer para que ese capitalismo, que para mi gusto es demasiado cruel, tenga un rostro más humano. Esto es lo que trato de pensar en el libro, desde una óptica muy pesimista. Me gustaría que Noami Klein tuviera razón, pero no veo cómo. Hay una diferencia entre el optimismo y la esperanza. Terry Eagleton acaba de publicar un libro muy interesante que se titula Esperanza sin optimismo (Hope without Optimism)
–¿Cuál es la diferencia entre esperanza y optimismo?
–La esperanza es una categoría moral, es el argumento de Eagleton, y estoy totalmente de acuerdo. El optimismo es una constatación empírica: hay o no hay razones para el optimismo. Para mí, escritores como Noami Klein confunden esperanza y optimismo. Yo creo que no se puede cuestionar a alguien porque tenga esperanza. Al contrario, pienso que es absolutamente legítimo. He leído atentamente los libros de Klein, conozco a muchas personas en el Right to Food (Derecho a la Alimentación) en Delhi y Bombay, he pasado mucho tiempo de mi vida en la India, pero no veo la justificación empírica para un optimismo sobre el desarrollo o sobre un cambio de sistema.
–¿Por qué en El oprobio del hambre cuestiona a la fundación Bill Gates?
–El déficit democrático es el fantasma en el banquete del filantrocapitalismo. No tengo ninguna duda de que la fundación Gates hace muchas buenas cosas, no quiero poner en cuestión las intenciones de Bill Gates ni de la fundación en tanto institución. Pero tienen una confianza absolutamente equivocada en el papel central de los descubrimientos científicos y de las tecnologías. Las proposiciones de Gates en torno a la tecnología son correctas, pero no puedes resolver la crisis de la alimentación con soluciones tecnológicas porque es una crisis de injusticia y desigualdad. Gates no quiere pensar en estos términos y es por eso que creo que su proyecto no puede tener el éxito que él cree que tendrá en unos años. No tengo nada en contra de Gates, aunque reconozco que me da cierto placer criticar a los grandes (risas).
–En uno de los capítulos del libro, “Promesas a los pobres”, cuestiona el consenso imperante en los años 80 y 90 sobre la adopción de políticas de libre comercio de amplio alcance que podían llevar al desastre. Y cita al geocientífico Laurence Becker porque dice que “no existe en el mundo un mercado verdaderamente libre”. Este es uno de los grandes debates del presente: si hay que proteger los mercados internos, para que puedan desarrollarse y crecer, como han hecho la mayoría de los países, o liberalizar los mercados. ¿Qué opina usted?
–No creo en ningún absolutismo. El neoliberalismo es un absolutismo; el marxismo, también. Cada país exitoso ha insistido al inicio de su desarrollo en proteger a varias industrias, a los bancos o a los agricultores. No formo parte de la religión del neoliberalismo ni del marxismo: las dos son versiones de fe. Como no creo en revoluciones ni de izquierda ni de derecha, busco una síntesis. Lo que hizo (Luiz Inacio) Lula (da Silva) en Brasil con el programa “Hambre Cero” me pareció una solución interesante y exitosa porque la única respuesta posible es el fortalecimiento del Estado y la responsabilidad de la política democrática. Hablar de un mercado completamente libre es una tontería.
–¿Qué le interesa de Hambre Cero?
–Para empezar había un consenso y Lula tenía confianza en el Estado, pero también sabía que no podía gobernar sin el acuerdo de los capitalistas de San Pablo. Lula logró un compromiso histórico y para mí es la única respuesta realista en nuestra época. El programa “Hambre Cero” redujo drásticamente la malnutrición y la desnutrición. Tengo un enorme respeto y he aprendido mucho de Amartya Sen, pero creo que desgraciadamente se equivocó cuando planteaba que únicamente las sociedades democráticas podrían resolver las hambrunas. Es una ilusión muy sentimental, para contestar honestamente… Muchas dictaduras han conseguido reducir la pobreza, mejorar la sanidad pública y hacer más eficiente el funcionamiento de sus sociedades.
–Uno de los temas que trabaja en el libro es la desigualdad como una condición del sistema capitalista mundial. ¿Por qué crece la desigualdad?
–Lo que vemos es que crece la desigualdad más al interior de los países que entre los países. Hay una versión del capitalismo que favorece, como dice Thomas Piketty, el aspecto financiero y no el aspecto productivo. El capitalismo es una fábrica de desigualdades.
¿Cómo cambiarlo? Es muy difícil… Los perdederos de la globalización en Gran Bretaña votaron por el Brexit.
–¿Por qué toda la derecha del mundo, desde Marine Le Pen en Francia a Donald Trump en Estados Unidos, salió a celebrar la salida de Gran Bretaña de la Unión Europa?
–El neoliberalismo está en guerra contra el populismo de derecha porque el capitalismo no quiere que gane Trump. El 99 por ciento del capitalismo quiere que gane Hillary Clinton. Hace treinta años era posible hablar de la derecha global como una unidad. Ahora hay verdaderamente una ruptura casi completa entre el populismo de derecha –para no decir fascismo– y el neoliberalismo globalizador. Trump y Le Pen siguieron la línea del Brexit, pero el capitalismo no. Ni Trump ni Le Pen podrían ganar las elecciones porque, ¿cómo puede ganar la derecha cuando el capitalismo se opone?
–¿Es posible que Trump gane las elecciones en Estados Unidos?
–No, es imposible. No se puede hablar de una victoria de Trump cuando el capitalismo y los jóvenes negros se oponen a él. Desde el punto de vista matemático no veo posibilidades. El fascismo histórico tenía una versión anticapitalista como en Italia y en la Alemania nazi; pero cuando tomaban el poder, lo hacían con el acuerdo de la clase capitalista. Trump no tiene este acuerdo… Pero si gana Trump, me voy a vivir a Toronto (risas).
–Sería bastante curioso, adjetivo por cierto benévolo, un mundo con Trump como presidente de Estados Unidos y Le Pen como presidenta de Francia, ¿no?
–Es más posible Le Pen en Francia, aunque no creo que vaya a ganar porque el Frente Nacional no es un verdadero partido, sino un negocio de familia. Para mí es más probable que gane (Nicolas) Sarkozy o (Alain) Juppé, la derecha clásica. Y van a adoptar algunas propuestas del Frente Nacional para atraer a más votantes. Al menos Le Pen no está loca y es una persona ideológicamente sincera. Trump no tiene ningún principio; es un cínico.
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