CULTURA › MURIó EL DRAMATURGO ITALIANO DARíO FO, PREMIO NOBEL DE LITERATURA DE 1997
Así lo definieron cuando le dieron el Nobel. Considerado el mejor dramaturgo italiano después de Luigi Pirandello, Darío Fo deja obras como Misterio Bufo o Muerte accidental de un anarquista.
Hay que sonreír –o al menos intentarlo–, a pesar de la tristeza. El primer payaso que recibió el Premio Nobel de Literatura en 1997 demostró que la sátira es el arma más eficaz contra el poder. El humor espanta a los gobernantes, incluso los que se proclaman democráticos, porque la risa libera al hombre de los miedos que lo asedian. Como dramaturgo, escritor, actor, pintor, poeta y militante político denunció sistemáticamente la organización de privilegiados que es la Iglesia Católica en Italia, a la casta política corrupta –uno de sus blancos preferidos fue Silvio Berlusconi, al que definía como “genio de la mentira”–, a la izquierda que “se ha casado estúpidamente con el poder”. El juglar y anarquista libertario ponía el cuerpo y la voz sin escamotear la crítica por izquierda, como extremando esa cuerda del pensamiento a veces obturada por el temor a la deslealtad. Como ninguno supo captar la rabia del pueblo y meter el dedo en la llaga de viejas heridas a pura carcajada. Darío Fo, el autor de Misterio Bufo y Muerte accidental de un anarquista –por mencionar apenas dos de sus obras teatrales más emblemáticas–, murió ayer a los 90 años en el hospital Sacco de Milán, donde estaba internado desde hacía dos semanas por problemas pulmonares, justo el mismo día en que se anunció que Bob Dylan ganó el Nobel de Literatura.
El escritor Erri de Luca, narrador y poeta combativo, escribió en un tuit: “Hoy ha muerto el más alegre Premio Nobel de Literatura de todos los tiempos. En vez de una lágrima, se le debe una sonrisa”. Considerado por la crítica como el mejor dramaturgo italiano después de Luigi Pirandello, Fo nació el 24 de marzo de 1926 en Sangiano, una localidad de la provincia de Varese. Nieto de un conocido cuentista popular que lo familiarizó con los mitos folklóricos de la región de Lombardía y con el teatro de marionetas, hijo de un jefe de una estación ferroviaria local, se reconocía culturalmente como parte del proletariado. “Nací politizado. Viví al lado de hijos de sopladores de vidrio, pescadores y contrabandistas. Las historias que me contaron eran agudas sátiras sobre la hipocresía de la autoridad y las clases medias”, recordaba el dramaturgo. Aquella extraña fragua de dialectos fue su primera experiencia teatral en vivo. El oficio de soplador produce silicosis, que a menudo se manifiesta con crisis de demencia. Esa Babel de locos y extraviados de su infancia ejerció un poderoso influjo en Fo. Desde entonces sintió fascinación por la figura del diferente, del imprevisible, del ilógico. Aunque estudió pintura y arquitectura en la Academia de Bellas Artes de Brera (Milán), entró en crisis y decidió probar un cursillo de teatro. Y encontró su camino en ese teatro satírico, grotesco, que pone los pelos de punta del poder y que tampoco le gusta mucho a la izquierda, que suele tener un déficit humorístico notable. En 1954 se casó con la actriz Franca Rame, su compañera de vida y escena, con la que montó numerosos espectáculos en la línea de la Comedia del Arte a través de la compañía teatral “Darío Fo-Franca Rame” que crearon a fines de la década del 50.
La pareja Fo-Rame vislumbró una contradicción: se sentían esclavos de la burguesía contra la que fustigaban desde las piezas teatrales que representaban. “Entendí que ya no era posible ser los bufones pagados de la burguesía. Habíamos provocado al público burgués, lo habíamos abofeteado y, sin embargo, se reían, lo disfrutaban, éramos como sus masajistas”, ironizaba el artista. En 1968 fundaron la compañía teatral autogestionada Nuova Scena –que en la década del 70 se transformó en el colectivo teatral La Comuna– con el ánimo de experimentar un teatro popular, crítico y político y poder llevar sus espectáculos a lugares no convencionales como fábricas ocupadas, plazas y cárceles. En Muerte accidental de un anarquista (1970), el dramaturgo captó la atmósfera de la época, marcada por el terror hacia una fuerza policial armada y entrenada en secreto, fuera de control. Basada en una investigación sobre el supuesto “suicidio” del anarquista Giuseppe Pinelli, que saltó de una ventana estando bajo custodia policial, Fo desnuda todo el sistema de corrupción policial y judicial italiano de los años 70. Un grupo fascista vinculado con la policía torturó y violó a Rame en 1973. “Los tribunales han oído testimonios sobre cómo se brindaba en los cuarteles para celebrar esa violación, han oído nombres y detalles concretos; pese a ello, aquel terrorismo de Estado quedará impune: sumario cerrado”, sintetizaba el dramaturgo ese período de terror y persecuciones.
Jamás olvidaría su visita a la Argentina, en mayo de 1984, cuando se estrenó Misterio Bufo (1969), su obra maestra, en el teatro San Martín. Esa pieza satírica, en la que cuestiona el poder de la Iglesia y la mafia del Vaticano, encendió a los bárbaros de la derecha católica nacionalista. Un joven hizo estallar una granada de gas lacrimógeno en la sala al grito de “¡Blasfemo!” y hubo que suspender la función. Días después, un puñado de jóvenes católicos ofendidos silbaron y abuchearon la obra, pero el público salió a defender a Fo. En otra función, en la puerta del teatro, unos jóvenes se manifestaron con la bandera papal y carteles que decían: “Viva Cristo Rey” “Quien ofende al Papa, ofende a Cristo”. Rompieron vidrios, hubo trompadas, cuatro heridos y seis detenidos. Luego de esta seguidilla, unas 3000 personas se concentraron para repudiar a estos jóvenes católicos antidemocráticos y apoyar al dramaturgo italiano.
Cuando la Academia Sueca le otorgó el premio Nobel de Literatura, en 1997, “por seguir la tradición de los juglares medievales, que se burlan del poder restituyendo la dignidad a los oprimidos”, el entonces flamante ganador dijo que era “el primer payaso que lo recibió” y que habían querido “premiar a la gente de teatro”. Un artefacto corrosivo, insoportablemente incómodo y bello al mismo tiempo, es el improvisado discurso de aceptación del Nobel que dio en diciembre del 97, en el que se inscribió en la tradición de su gran maestro Beolco Ruzzante, un actor y dramaturgo del Renacimiento Italiano, “de quien aprendí a liberarme de la escritura literaria convencional y a expresarme con palabras masticables, con sonidos inusuales, con diversas técnicas de ritmo y respiración, e incluso con el habla absurda y laberíntica del ‘grammelot’”. “Señoras y señores, algunos amigos míos, distinguidos hombres de letras, han declarado en diversas entrevistas a la radio o a la televisión: ‘Sin duda, el mayor premio lo merecen los miembros de la Academia Sueca por tener el coraje de conceder este año el Premio Nobel a un bufón’. Estoy de acuerdo. El suyo ha sido un acto de valentía que raya la provocación –satirizaba en una especie de monólogo teatral híper revulsivo–. Basta pasar revista al alboroto que ha provocado: sublimes poetas y escritores que normalmente ocupan las esferas más encumbradas y que rara vez se interesan por aquellos que viven y se afanan en planos más humildes, se han visto sacudidos por una suerte de torbellino. Como ya he dicho, aplaudo y coincido con mis amigos. Estos poetas habían alcanzado ya alturas parnasianas cuando ustedes, con su insolencia, les hacen caer tambaleándose a tierra, donde se dan de bruces con el lodo de la normalidad. Insultos y exabruptos se lanzan ahora contra la Academia Sueca, contra sus miembros y sus parientes hasta la séptima generación. Los más enardecidos claman: ‘¡Abajo el rey de Noruega!’. Parece que, en su obcecación, confunden una dinastía con otra. Hay quien aterrizó de mala manera, magullándose sus partes bajas. Hay informes que atestiguan que los nervios y el hígado de ciertos poetas han sufrido terriblemente. Durante un par de días, no había farmacia en toda Italia que pudiera proporcionar un tranquilizante. Pero, queridos miembros de la Academia, es hora de admitir que esta vez se han pasado. Quiero decir, venga ya, primero le dan el premio a un negro, luego a un escritor judío, y ahora a un payaso. ¿Qué pasa? Como dicen en Nápoles: ‘¿pazziàmme?’ ¿Han perdido el seso’. También la alta clerecía ha sufrido sus momentos de locura. Diversos potentados –importantes partidarios del Papa, obispos, cardenales y prelados del Opus Dei– se han subido por las paredes hasta el punto de solicitar la habilitación de la ley que permitía quemar en la hoguera a los bufones. A fuego lento”.
Mucho después del Nobel, en 2014 editó su primera novela, Lucrecia Borgia, la hija del Papa (Siruela), a la que seguiría Hay un rey loco en Dinamarca, publicada a comienzos de este año. A través de su único hijo Jacopo, que tuvo una novia danesa, se enteró de la historia de Cristián VII, un rey del siglo XVIII “que aprovechó su locura para convertir Dinamarca en la primera nación en abolir la pena de muerte, en poner límites a la explotación de los campesinos, dándoles la posibilidad de compartir la propiedad con los dueños de la tierra”. Fo confesaba que fue “fantástico reconstruir su historia, sobre todo porque los daneses no la conocían, o no les interesaba conocerla. Son muy monárquicos y no querían saber nada de un rey loco. Cuando presenté el libro en Copenhague, pensaron que el loco era yo, y eso que me conocen desde hace más de 40 años”. En 2002, durante el primer Foro Social Europeo en Florencia, Fo cuestionó a la periodista y escritora Oriana Fallaci, quien había escrito un artículo muy crítico contra la izquierda antiglobalización. “Sembrar el odio que ha sembrado con su artículo es una operación terrorista. La señora Fallaci es una terrorista”, afirmó el dramaturgo durante la inauguración de ese foro.
Aunque no podía ocultar cierto escepticismo hacia la política italiana, nunca dejó de apoyar al Movimiento 5 Estrellas de Beppe Grillo, espacio político que representaba para Fo la última playa de la esperanza, un movimiento que fue creciendo hasta alcanzar cerca de un 30 por ciento de las preferencias del electorado. Lejos de creer que tras la caída de Berlusconi la situación en Italia mejoraría, como si el derrumbe de una figurita nefasta solucionara automáticamente todos los problemas, advertía que todo seguía igual. “Todo es un juego. El juego de la falsa democracia. La gente de Berlusconi sigue ahí. Y él se ha salvado. Matteo Renzi [el actual primer ministro, del Partido Democrático] lo ha salvado de la cárcel, de algunos procesos muy peligrosos para Berlusconi porque tenían que ver con la sexualidad, con el escándalo que eso conlleva para sus bases católicas. Hoy Italia se ha convertido en una especie de polenta, todo ha sido mezclado, no hay punto de partida ni de llegada, no hay dignidad, la banca es dios, el dios-banco”, señaló el dramaturgo en una reciente entrevista con el diario El País de España. “La izquierda ha fracasado porque se ha casado estúpidamente con el poder. Ante el dilema de tener o no poder, decidió irse a la cama con el dueño –agregaba el Premio Nobel de Literatura–. Lo que en Italia se llama inciucio [acuerdos políticos bajo la mesa, a contracorriente de las propias convicciones], que es una palabra inventada, pero bellísima. Como los niños que se aferran a la teta. Enchufarse a la teta del dueño y dar la propia teta al dueño”.
En Darío y Dios, un libro que es el resultado de una extensa conversación con la periodista y escritora italiana Giuseppina Manin, Fo define al papa Francisco como “un revolucionario, un Papa como no se había visto nunca”. “Ha hecho cosas que no hizo ningún otro. Es un hombre de una altísima honestidad moral y con gran coraje. Ha escrito una gran encíclica, Laudato si. Destaca el amor por los pobres que está en el Evangelio y, sobre todo, habla del otro Francisco, el de 1200, un santo que he estudiado a fondo y que marcó el camino de lo que debe ser un religioso y la forma de recordar a Cristo. El Papa Bergoglio conoce muy bien ese mensaje”, reconocía el dramaturgo en una entrevista reciente. Hasta el final, apeló a su agudo sentido del humor. Hace unas semanas, después de que Turquía decidió prohibir todas sus obras, estalló en risas al comentar el hecho en una entrevista con el diario La Stampa. “Es como si me hubieran dado otro premio Nobel”, bromeó. El presidente turco Erdogan no sólo lo había vetado, sino que junto a él también había quitado de escena obras de William Shakespeare, Antón Chéjov y Bertolt Brecht. “Estar junto a ellos es un honor. Esperemos que nadie le diga a Erdogan que soy el único vivo”, añadió el indómito bufón del siglo XX.
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