CULTURA
Fue uno de los grandes comediantes de la historia del cine. Parecía que había caído injustamente en el olvido, al menos en Argentina, pero cuando en noviembre de 2013 el Festival de Mar del Plata y la Lugones lo homenajearon a salas llenas, con un público fervoroso celebrando su presencia, se supo que Pierre Etaix –fallecido ayer en París, a los 87 años– nunca se había ido de la memoria colectiva. Faltaban su films, que junto con él volvieron en flamantes copias restauradas y que confirmaron por qué, desde Jerry Lewis hasta François Truffaut, pasando por Robert Bresson, siempre lo consideraron un cineasta excepcional. “Para mí, Etaix es el cine en estado puro, ese hombre es un genio”, lo definió alguna vez Lewis. Había comenzado su carrera como colaborador de su maestro Jacques Tati, pero cuando hizo su debut como protagonista y director de El suspirante (1963), Etaix demostró que tenía una voz propia, un humor tan sensible como elegante, teñido a la vez de melancolía y sentido del absurdo. De una belleza visual extraordinaria, su segundo largo, Yoyo (1965) es una carta de amor al circo, su cuna. En Basta la salud (1966) cuestionó a la incipiente sociedad de consumo, y en Ese loco, loco deseo de amar (1969) consiguió su film más lírico, hecho de sueños capaces de desafiar la más crasa realidad. Federico Fellini, Otar Iosseliani y Aki Kaurismäki también lo convocaron como actor. O más bien como lo que siempre fue, un clown. Porque como decía Henry Miller, “un clown es un poeta en acción”.
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