HISTORIETA › LA BURBUJA DE BERTOLD, DE DIEGO AGRIMBAU Y GABRIEL IPPOLITI
Este trabajo le abrió las puertas del mercado internacional a la dupla argentina, pero recién ahora se publica aquí. La historia, con referencias a Brecht, transcurre en Butania, una ciudad patagónica del futuro que vive del gas.
› Por Andrés Valenzuela
El mercado argentino de historietas tiene muchas deudas con los lectores locales, bajo la forma de decenas de libros no editados aquí, y de relatos y autores reconocidos internacionalmente de los que se tienen pocas noticias. Hasta hace pocas semanas, esa deuda incluía a La burbuja de Bertold, de Diego Agrimbau (guión) y Gabriel Ippóliti (dibujo). Con ese trabajo, la pareja –que el año pasado ganó el Primer Premio Internacional de Historieta Planeta D’Agostini– obtuvo sus primeros reconocimientos en Europa: en 2005 triunfó en el festival de ciencia ficción Utopiales, de Nantes, Francia; meses más tarde, en el enorme Festival de Angoulême, fue elegido entre las 15 lecturas indispensables del año. Tras una larga espera, llegó a las bateas locales gracias a la flamante editorial Historieteca.
La burbuja de Bertold transcurre en la ficcional Butania, ubicada en una Patagonia argentina del futuro. La ciudad vive del gas que extrae y mantiene a sus habitantes en una situación penosa. La disidencia se paga con la amputación de las extremidades. Bertold es acusado de asesinato y de “difundir mentiras” sobre las reservas de combustible. Sin brazos ni piernas lo encuentra Froilán, el creador de un teatro de títeres humanos, quien lo incorpora a su elenco de desahuciados para estrenar una nueva obra. La burbuja... guarda estrecha relación con la obra de Bertolt Brecht. “Uno de los textos teóricos que más me habían gustado mientras estudié dramaturgia fue La estética teatral, donde el tipo expresa su filosofía de cómo debe ser el teatro y habla de la bajada política, lo que él llamaba la didáctica”, explica Agrimbau. “Su teoría era hacer una obra que a través de la revelación a las masas produzca la posibilidad de una revolución social. Encender la revolución en un teatro, dicho muy a la ligera.” Agrimbau no está seguro de si el éxito no tuvo que ver con la referencia. “Los franceses son muy esnobs, así que supongo que una cita a Brecht en una historieta es algo muy raro, y se coparon”, lucubra. “Imaginaba que iba a funcionar más bien al revés, que iban a decir ‘¿quién es este boludo al que se le da por meterse con un grosso en una historieta de ciencia ficción?’.”
El libro tiene las páginas preciosistas de Ippóliti, que se destaca por su manejo plástico de los dibujos, por puestas de página interesantes en las que abundan los planos largos, por la expresividad de los gestos de los personajes y por los colores, que rebozan óxido y decadencia en cada viñeta. Estéticamente, el dibujo de Ippóliti es un pequeño lujo y para los puristas hay algunos bocetos en el epílogo que acompaña a la historia. El auténtico éxito de Ippóliti, en verdad, consiste en plasmar claramente la complejidad conceptual del mundo que propone Agrimbau. El dibujante permite, sin repetir imágenes ni hacer pesada la lectura, que el lector reconozca cada iteración de la obra de Froilán pese a las improvisaciones que Bertold realiza. “Lo que más me importaba era justamente la disociación entre acto y palabra, el poder resignificar un acto a través de lo que estás diciendo”, explica Agrimbau. No es menor, para un medio que es mitad imagen, y que los autores aprovechan para reivindicar el poder de la palabra pública.
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