HISTORIETA › OPINION
› Por Andrés Valenzuela
La nueva Fierro tiene algo de Thelma Foussat. Y cada asistente al banquete de la historieta nacional desea, ve y vuelca en ella algo distinto, desde la celebración de una existencia al rostro vacío de una ausencia, desde el aroma perdido de una juventud en Parque Chas al viento en la cara de motos ciberpunk al palo. En ese ser Foussat radica la maravilla, la posibilidad y la imposibilidad de Fierro. Porque la revista no puede ser lo que todos quieren todo el tiempo ni en todos los rincones de la historieta argentina. Pero se la ama. Quizá por eso se la discute, se la defiende, se la busca tan apasionadamente. A nadie le gusta por entero. Esa es una de sus grandes virtudes, que permite la convivencia de un Gustavo Sala y un Ignacio Minaverry, de un Max Cachimba y un Rodolfo Santullo, de un Carlos Trillo y un Iturrusgarai. Esta Fierro, como la de los ’80, también es “para sobrevivientes”. Para los que quedaron en pie tras la debacle de los ’90 y el fin del mundo de 2001. Para los que se pusieron de pie. Si se la discute tanto es porque cristaliza una nueva historieta argentina por resurgir. Esas viñetas nacionales que no se pueden desprender del legado de Héctor Germán Oesterheld y que quizá ya estén necesitando un nuevo estandarte, sin decidirse a entronizar a ninguno. Los estandartes, lamentablemente, suelen conocerse cuando pasó su era. Cabe una reflexión, entonces. En los ’80, Fierro le dio a la cultura argentina a un tal Pablo de Santis, hoy insoslayable de las letras. Pero eso lo sabemos hoy, pasados 20, 25 años. ¿A quién(es) dio la nueva Fierro al futuro?
* Periodista y creador del blog Cuadritos.
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