HISTORIETA › OPINION
› Por Martín Pérez *
Fierro cumple cuatro años, cuarenta y ocho números. La mitad, casi exactamente, de lo que duró su original encarnación, entre 1984 y 1992. Si aquélla, a esta altura, ya se había reinventado un par de veces, ganándose un lugar propio en la rica historia local del género, esta segunda etapa de Fierro quizás haya sido un poco más conservadora. Tal vez porque la actualidad del género es un tanto más difícil pero, tomándose su tiempo, ha logrado finalmente dejar de vivir de su historia, y alimentarse cada vez más del presente. Y también abandonar cierta inevitable condición –por su soledad en el mercado– de catálogo de nombres, y transformarse en una revista hecha y derecha, no sólo gracias a la consolidación de nuevas firmas, sino también a la aparición de eso de lo que siempre se han alimentado las revistas de historietas, sean antiguas, modernas o posmodernas: los personajes. Pero cada año que cumple Fierro en los kioscos sólo puede valorarse en su justa medida recordando cada uno de los casi quince años pasados sin ella. Aunque nadie podía imaginárselo en su momento, la discontinuación de la primera etapa de la revista terminó marcando el final de una rica historia, casi centenaria, en que a la historieta argentina no le faltaban revistas en los kioscos. Fierro fue la última que hizo historia, la última en una enumeración de títulos que cualquier fanático local puede hacer casi de memoria, como un hincha con los integrantes de la formación preferida del cuadro de sus amores. Con su desaparición, dos generaciones de historietistas quedaron huérfanos. La primera inventó sus propias revistas, más o menos profesionales, más o menos artísticas, más o menos under. Y a la segunda no le quedó otra que –y encontró la salida de– adaptar su oficio a la Internet. Pero cuando todos pensaban que las revistas de historietas habían pasado a la historia, volvió Fierro y la escena local comenzó a reinventarse alrededor de ese hecho. Es cierto, los vientos ya venían cambiando –algo no tan constatable en materia de mercado por estas pampas, pero bien a la vista en el resto del mundo– y los autores estaban encontrando un lugar en el mercado editorial, ya sea ganando paso a paso páginas en revistas no dedicadas a la literatura en cuadritos, o bien buscando algún lugar entre la autoedición y la novela gráfica. Pero la reaparición de Fierro hizo que la historieta argentina gozase otra vez de ese anacronismo que significa una revista mensual en los kioscos. De tener un punto de partida o un punto de llegada. Para la reinvención del medio, para su continuidad, o para recordar cómo era, al menos. Y por eso, cada año que cumple Fierro significa que la historieta argentina cumple un año más con un lugar propio, con un espejo en el que mirarse, y al que querer –incluso– romper en mil pedazos.
* Periodista y editor.
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