HISTORIETA › ROBIN WOOD, PRESENCIA ESTELAR EN EL ENCUENTRO CRACK BANG BOOM
El legendario guionista llegó para participar del encuentro que finaliza hoy en Rosario, otra oportunidad para tomarle el pulso a la viñeta local. “Lo que noto es que en Argentina hay mucho deseo de historieta”, señala, sin ocultar su entusiasmo.
› Por Andrés Valenzuela
Desde Rosario
“Ahora, el día que me muera voy a estar muy, muy enojado, porque esto, hermano... pucha, es maravilloso”, suspira Robin Wood. Es tarde ya en el Centro de Exposiciones Contemporáneas de Rosario, sede central del festival internacional de historietas Crack Bang Boom, que en su tercera edición homenajea al guionista paraguayo que es símbolo de la historieta de aventuras clásicas. Asegura que tuvo (tiene) una buena vida. Dice que nunca perdió el optimismo ni la alegría de vivir pese a que atravesó momentos difíciles y, entre sanguchitos y empanadas que baja con agua, porque declina gentilmente el vino que le ofrecen, habla y responde sin importarle si el grabador está apagado o prendido.
Durante la cena, que es en lo que al final se transforma la entrevista, recita a García Lorca, recuerda sus épocas de trashumante y mujeriego, cuenta anécdotas de encuentros con Umberto Eco, de las vueltas de Garibaldi en el Río de la Plata y de su propio sentido de la aventura “que siempre está alrededor tuyo”. Antes de apagar el grabador contará la trastienda que llevó a concretar el proyecto de poner a su hijo más famoso, Nippur de Lagash, en la pantalla grande.
Wood compone, en sí mismo, un personaje tanto o más interesante que aquellos que lo hicieron famoso hace décadas: Gilgamesh, Dago, Mark, Pepe Sánchez y otros 89 nombres, muchos de ellos desconocidos aquí pues no están publicados en castellano, pero que desde hace largo rato pululan por las páginas de Europa. Es ese magnetismo y esa leyenda que lo acompañan a todos lados lo que permite entender la catarata de homenajes que se suceden en Argentina y su destaque ante la enorme troupe de invitados a Crack Bang Boom.
Su presencia no es el único motivo que atrae a los amantes de la historieta de todo el país a Rosario. Crack Bang Boom tiene clínicas, talleres, charlas, concursos, exposiciones de todos los artistas invitados y una nutrida actividad editorial, que considera el festival como punto clave de su agenda de lanzamientos. El encuentro también tiene su pata industrial, pues cada año trae algún representante de la industria para que revise carpetas de jóvenes profesionales y aspirantes. Si en años anteriores vinieron Will Dennis (de Vértigo, DC Comics) o CJ Cebulski (de Marvel Comics), este año les toca el turno a Lautaro Ortiz, jefe de Redacción de la revista Fierro, y al agente de artistas Ervin Rustemagic, cuyo caso hizo célebre Joe Kubert al narrar su experiencia en la Sarajevo bombardeada. Además, el encuentro incluye presentaciones de libros, mesas redondas y hasta la proyección en dos cines de Plaga Zombie 3, el delirante cierre de la saga de Farsa Producciones (ver aparte).
“Lo que noto es que en Argentina hay mucho deseo de historieta –sopesa Wood–. A veces me dicen que a mí aquí sólo me siguen los mayores, pero no es así: en estos lugares se me acerca un montón de jóvenes que quizá siguieron mis historias en revistas viejas que se las dieron sus padres, o que las buscaron, y que las atesoran y coleccionan”, cuenta. El suyo es un fenómeno extraño en este país, pues desde la caída de la editorial Columba sus narraciones no pueden conseguirse en el país más que a través de librerías de viejo o esporádicas reediciones. El retribuye ese cariño con la impresión de posters que firma y entrega en cada una de sus apariciones públicas. Lo curioso es que sus creaciones (clásicas y nuevas) siguen sus peripecias en otros países, como Italia, donde es una estrella de la Aeura Editoriale. “Pero yo no tengo ninguna duda de que esto está creciendo y en algún momento va a explotar”, confía. En Argentina la historieta sigue en ascenso, pero por el momento su estructura mutó al negocio del libro. La única revista fuerte es Fierro, que también tiene un lugar en el evento.
Wood celebra el actual momento creativo. “Ahora hay mucha libertad para escribir, se puede hacer cualquier cosa –considera–. En ese sentido es una edad de oro”, opina el hombre que –como tantos– debía abstenerse de hablar de ciertos temas en sus historietas, incluso de algunos aparentemente comunes, como el adulterio. También tenía que cuidar los relatos que involucraran a la Iglesia, aunque contó las vidas de papas pedófilos, nepotistas y hasta sacrílegos. “En Dago hemos hablado de todas las iniquidades de la Iglesia, como el papa que hizo desenterrar al anterior para vestirlo y despojarlo de sus honores. Pensé que por eso nos iban a terminar excomulgando, pero años más tarde me llegó una carta del Vaticano en que me felicitaban por otra historieta que consideraban ‘la más bella historieta religiosa jamás escrita’”, sonríe sin presunción.
Una de las grandes paradojas de la popularidad y vigencia de Wood es que sus historietas más recientes son casi desconocidas en el país. Su fama se asienta en títulos que aparecían en revistas que ya no existen. Es inevitable, entonces, volver a hablar sobre la editorial Columba. Sus anécdotas como guionista viajero son bien conocidas: la compra de su máquina de escribir portátil, sus envíos por correo desde Israel, el Líbano y otro medio mundo. Columba era una editorial que aún cuenta con detractores feroces y defensores tenaces. Su línea editorial suele quedar, por conservadora, en el centro de todas las discusiones. Y con ello, la propia figura de Wood, autor estrella del sello.
“Columba era muy tradicionalista. Se la ha acusado de un montón de cosas. Sucede que ellos tenían esa postura, que era muy respetable. Pero no había censura. A mí sí me corrigieron algunas cosas, pero jamás me molestó. Era su editorial y ellos la manejaban como les parecía de acuerdo con sus ideas”, opina y asegura que jamás se preocupó por excederse de los límites. “¿Para qué? Si las reglas estaban claras y era su empresa, estaban en todo su derecho –señala–. Además, Columba publicaba en una época muy difícil. A ellos los controlaban los militares, como también se controlaba el cine, la radio”, agrega.
Su defensa de la editorial que lo cobijó durante años, aun a la distancia a la que lo llevaban sus viajes por el mundo, se extiende a la figura de Ramón Columba (h), uno de sus jefes. “Tenían buenos gestos. A mí, por ejemplo, cuando necesité comprarme una casa en España y no me alcanzaba la plata, se la pedí a ellos. Me giraron la plata y luego me la fueron descontando del pago de mis guiones. Todo de palabra, sin firmar ni un papel”, relata y afirma que “aún hoy cada dos o tres años se juntan los dibujantes y escritores de Columba para homenajearlo”.
Wood lleva escritos más de diez mil guiones de historieta. Eso sin contar los de cine, televisión y otros muchos trabajos que le ofrecieron a lo largo de los años. Esto lo convierte en uno de los escritores más prolíficos del mundo, y su producción persiste al ritmo de una historieta escrita por día. “Hablo siete idiomas, pero aunque puedo escribir, tardaría el doble y ellos ya tienen su estructura de traductores”, explica. ¿Cómo hace? Su rutina, asegura, es más bien sencilla: se levanta, trota 12 o 15 kilómetros, se ducha, desayuna y escribe de corrido el guión de turno. Luego lee. Lee como si el mundo (su mundo) dependiera de cuán rápido termine el libro. Liquida de dos a tres volúmenes por semana (ahora está con uno sobre Spinoza que compró apenas llegar a Rosario) y relee otros dos en el mismo lapso. Un ritmo que más de un joven envidiaría a este hombre de 68 años.
Jura, además, que jamás trabajó con ayudantes, pese a los rumores y voces que afirman lo contrario. “Sí hubo una época en la que Columba creció mucho y necesitaba más escritores, entonces me pidieron armar una especie de estudio en el que un grupo de escritores más jóvenes armaba o bosquejaba los guiones y yo se los corregía, pero no funcionó bien porque terminaba reescribiendo casi todo”, recuerda. Rescata, sin embargo, que de allí surgieron varios guionistas. “Ferrari es uno de ellos, que incluso lo recomendé para un trabajo en Europa y él se sorprendió, porque pensó que yo no lo tragaba. ¡Pero eran business! Si para mí el mejor en lo que necesitaban era él, lo iba a recomendar.”
Quizá por esa actitud de business are business (las palabras en inglés se le filtran aquí y allá), dice, no tiene amigos. “Soy un tipo sociable, pero no sociabilizo mucho, como viví toda mi infancia en internados, orfanatos o de aquí para allá, estoy acostumbrado a la soledad, así que no sólo no me molesta, me siento cómodo con ella.”
“Lo de la película salió del propio (Enrique) Piñeyro, que me escribió y al principio no le di bola –confiesa el guionista–. Es que paso tanto por Europa que no estoy muy al tanto de lo que se hace acá”, se disculpa (y repite lo mismo si se le consulta por la historieta contemporánea argentina). “Pero pasó que hace poco, en una reunión, surgió su nombre y varios me comentaron de su cine interesante, así que nos encontramos y él me contó lo que quería hacer.” El proyecto del director argentino lo fascinó, pero le parecía improbable. “Le dije que eso acá no se podía por la cantidad de extras, y los escenarios, él se rió y la verdad es que me llevó muy bien, porque fuimos a la sala de efectos especiales y me mostró qué cosas se podían hacer, así que estoy haciendo el guión y luego vendrán los tiempos cinematográficos que hagan falta.”
Las primeras pruebas de guión tuvieron ya el visto bueno del director. “Me dijo que le diera para adelante, que lo que estaba haciendo era cine puro. Porque en realidad yo ya tengo experiencia con el cine. He escrito mucho. Hasta una ópera me pidieron hacer.” No es la primera vez que coquetea con la pantalla, pero Wood prefiere ir con cuidado. “Yo no festejo nada hasta que no se concreta. Mal no me ha ido.”
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