HISTORIETA › ARCHIVO NACIONAL DE HISTORIETA Y HUMOR GRáFICO DE LA BIBLIOTECA NACIONAL
Los responsables son José María Gutiérrez y Judith Gociol, quienes también produjeron el libro La historieta salvaje. El objetivo central de la iniciativa es convertir al archivo en un espacio de referencia para quienes investigan en esa disciplina.
› Por Andrés Valenzuela
José María Gutiérrez invita a recorrer la Biblioteca Nacional. Lleva años trabajando allí y la conoce bien. Sabe dónde están guardadas las Caras y Caretas originales en la hemeroteca y qué luz prender para encontrar las PBT. Cuenta que en ese mismo espacio está el primer número de Billiken (“que no lo tiene ni Editorial Atlántida”, aclara). También camina por la sala de lectura y ofrece sacarse las fotos junto a Judith Gociol en la terraza, que ofrece un cielo tan limpio que puede atisbarse la costa uruguaya. Juntos, Gociol y Gutiérrez acaban de publicar La historieta salvaje, un libro en el que reúnen episodios de las primeras series de historieta que se realizaron en el país (ver recuadro). Todo un tesoro. Juntos, también, trabajan en otro proyecto, acaso más importante aún: el Archivo Nacional de Historieta y Humor Gráfico.
“Los dos proyectos tienen el mismo espíritu”, considera Gociol. “El libro busca poner a la luz pública un material al que la gente no tiene acceso fácil y ése es un objetivo central del Archivo.” El Archivo se puso en marcha en 2012 y tiene varias vertientes, según explican a Página/12 sus impulsores. El objetivo central es convertirse en espacio de referencia para quienes investigan la historieta argentina, un sector en crecimiento, como demostró el año pasado la realización del segundo Congreso Internacional Viñetas Serias. “Si vos leés La historia de la historieta argentina, de (Carlos) Trillo y (Guillermo) Saccomanno, señala la ausencia de archivos nacionales y las dificultades que encontraron para historizar el género”, señala Gutiérrez, “esto mismo se lo encontró Judith con sus trabajos y otros investigadores con los suyos”.
Aun para Gutiérrez, ducho en los archivos de la Biblioteca Nacional, buscar material allí puede ser una experiencia exploratoria particular. “Hay una red de conocidos, coleccionistas y bibliotecas más chicas, que cada uno hace cuando investiga un tema; la idea es centralizar y que no haya que hacer cada recorrido muchas veces”, dice Gociol, mientras Gutiérrez hace énfasis en la “garantía de continuidad” que supone un archivo protegido por el Estado. “Si acá tenés los libros que donó Manuel Belgrano en 1810, 1811, cuando se fundó la Biblioteca Pública de Buenos Aires, y sobrevivieron 200 años de viscisitudes espantosas, podemos pensar que algo de esto que estamos haciendo nos va a sobrevivir y dentro de dos siglos se va a encontrar.”
La tarea aspira también a recuperar el acervo cultural perdido o dejado de lado por generaciones anteriores. “Lo que se hizo durante mucho tiempo fue no recibir o desechar las historietas que llegaban”, cuenta Gutiérrez, aunque celebra que la Biblioteca cuente con el archivo más completo del mundo sobre historieta argentina de las primeras décadas del siglo XX. “Acá tenés revistas rarísimas, como Ping Pong o Medio Litro, y otras cosas totalmente ignotas.”
“Los baches aparecían cuando empezaban a desecharlas y nadie tampoco se ocupaba de solicitarlas; los editores no tenían la obligación de enviar el material y finalmente vino la dictadura militar, cuando ni siquiera se catalogaba el material, porque no les interesó tener una Biblioteca Nacional actualizada, abierta a la ciudadanía; esto se empezó a hacer después y ahora alcanza a la historieta y el humor gráfico”, recorre la cuestión el investigador.
Gociol destaca la importancia de sumar otros materiales al archivo. “La idea es empezar por completar lo que le falte a la Biblioteca, pero también sumar otro tipo de registros, como originales, bocetos, cartas, fotos, documentación de las asociaciones”, enumera y cuenta que tienen allí fotos y catálogos de las míticas bienales del Instituto Di Tella, fanzines de las provincias, rarezas, planchas de impresión, bocetos y originales de autores noveles y consagrados.
Con algunos autores tuvieron mucha suerte. La hija de Francisco Solano López cedió gran cantidad de material del dibujante y coautor de El Eternauta, la familia de Trillo ofreció ejemplares de cada libro publicado en el exterior (algunos jamás traducidos al castellano). También obtuvieron el archivo de Zoppi y otros autores.
Para Gociol, esto es muestra clara de “la necesidad latente de un archivo”. Cuando se lo presentó fue bien recibido tanto por investigadores como por historietistas. “Creo que hay cierta preocupación de los autores por qué va a pasar con sus materiales”, considera. Muchos amantes de los clásicos de las viñetas nacionales recuerdan cómo la editorial García Ferré se deshizo de cantidad de originales que terminaron en la basura, y otro tanto sucedió con distintos sellos. “Nuestra idea es que, si el archivo se consolida, estas cosas se puedan evitar, que se instale como un lugar donde podemos recibir el material”, afirma la periodista e investigadora. “Se trata de detener la dispersión, porque es un material que tiene valor, y así –por ejemplo– los originales de Breccia se venden en Europa, y el patrimonio cultural argentino termina en los centros de poder económico.”
Además de la acumulación de material, la otra parte del proyecto es acercar al público ese bagaje. Por eso, piensan en dos muestras al año y en la publicación de libros. En marzo le dedicarán una a Trillo y más adelante en el año otra a Calé. También está en planes la reedición del Fausto con dibujos de Oski, que se realizará en conjunto con Eudeba en una edición facsimilar, y la aparición de una recopilación dedicada a Don Tallarín y Doña Tortuga. “Hay que aprovechar que la Biblioteca está editando muchísimo, que tiene una política de publicación importante, con muchas recuperaciones”, sostiene Gutiérrez, que confía en articular el proyecto del Archivo con el trabajo de la institución que lo cobija.
Gociol y Gutiérrez están contentos con el trabajo realizado hasta el momento. Confían en él. Saben de su utilidad. Se permiten cerrar el encuentro con una invitación: “Si necesitás hacer alguna nota, acá tenés material de sobra. Te esperamos”.
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