Dom 09.06.2013
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HISTORIETA  › GERVASIO TROCHE, UN ARTISTA QUE NO RESPONDE AL CANON

El silencio como socio del lenguaje

De estilo sencillo y sin estridencias, el montevideano es uno de los humoristas gráficos más notables de la escena actual. Su obra prescinde de textos, pero cualquiera que vea sus Dibujos invisibles advierte que Troche tiene mucho para decir.

› Por Andrés Valenzuela

Troche no da el physique du rol. Es difícil imaginar en ese uruguayo alto, delgado y fibroso a uno de los humoristas gráficos latinoamericanos más poéticos y sensibles de la escena actual. No tiene anteojos de marco grueso ni usa remeras ñoñas con referencias pop, ni tiene look de artista de vanguardia. Cuando atraviesa la avenida montevideana a zancadas, es más fácil imaginarlo con la 2 de Peñarol, el club que lo emociona, antes que firmando ejemplares de su flamante libro Dibujos invisibles en una librería. Parco, sencillo y modesto, parece de los que responden “gracia’vo’” tras partir hasta los tobillos de su madre para mantener el cero en su arco durante un partido de vuelta de la Copa Libertadores. Pero no. Este Gervasio que bajó del barrio del Cerro en las afueras de la ciudad es el mismo Gervasio Troche que hace viñetas mudas de profunda belleza, el mismo que pasó por el diario La República haciendo chistes.

Así dicho, Troche es un des-ubicado. Da esa sensación cuando camina los pasillos de cualquier evento de historietas de su país, rodeado de gurises en cosplay. Y quizás ahí esté la clave de su trabajo. Al cabo, uno de los mecanismos del humor es el desplazamiento de objetos y situaciones. Y no es extraño, porque metáfora y metonimia son dos de los mecanismos que regulan los sueños y la poesía. Y Troche es un des-ubicado desde que nació, porque abrió los ojos en Argentina, recién comenzado el exilio de sus padres “tupas”, y pasó su infancia en Francia primero y México luego, antes de volver a la tierra de sus padres.

“Nunca fui un niño que dibujara mucho –señala–, dibujaba cuando llovía o estaba muy aburrido, pero en Francia se consumían muchos comics y leía a Tintín, a Sempé, empecé a hacer historieta cuando estaba en Uruguay.” Y entonces Troche desliza una frase llamativa: “Nunca me interesó mucho dibujar, siempre me importaba más contar cosas”. En ese deseo de contar, advierte, el gusto por el dibujo siempre quedó desplazado y eventualmente definió su estilo sencillo y sin estridencias. “Ahí va el blanco y negro, la simpleza, el gag visual, lo mudo, es mi mente que va más rápido que la mano.”

Desde que empezó a llamar la atención a ambas márgenes del Río de la Plata, la figura de Troche creció mucho. “Pasaron cosas buenas y eso ayuda a quemar etapas, como dibujante, me consolidó que me llamaran para editar un libro”, asegura. “Hasta que no salió el libro estaba anclado en el gag visual, pienso que es como una banda de música que nunca pudo sacar un disco y toda la vida toca las mismas canciones”, reflexiona y apunta a nuevos experimentos en el guión, nuevos elementos iconográficos y recursos expresivos.

El centro de su obra, sin embargo, sigue allí: una voz poética y llana, sin palabras ni siquiera de tinta. Dentro del humor gráfico, Troche sigue la corriente más en boga, en la que el chiste con remate no es una exigencia. “Cuando publicaba en La República sí tenía eso de lograr una risa, pero al abrir el blog, donde sólo publicaba para mí, me sentí más libre y empecé a experimentar –recuerda–, ahora me siento más sincero, cuando vi que funcionaba pensé fah, esto es otro lenguaje.”

En ese nuevo “lenguaje” que encontró, el silencio es clave. No hay un solo globo de diálogo en todo el libro y difícilmente haya alguno en los próximos. “El silencio es una forma del lenguaje, pero por más que no haya texto escrito, hay una gesticulación de los personajes que es un diálogo constante”, considera y afirma que no hay diferencia esencial entre el humor mudo y el que lleva texto. “Son igual de difíciles, aunque a mí no me sale de otro modo, quizás porque en la hoja los personajes aparecen ya sin posibilidad de la palabra, aparecen mudos, como le pasaba a Chaplin en el cine: como él no podía aparecer hablando, ni lo pensaba, yo por ahí me expreso muy mal hablando y escribiendo, me cuesta redactar una carta, pero me expreso muy bien con el humor mudo.”

Por eso mismo, acepta que su trabajo es “poético”, pero se desmarca rápido de la palabra “poesía”. “No creo que lo sea, la poesía es poesía y un poeta es uno que escribe su poesía y tiene su corazón en eso, pero yo no”, dice, aunque concede que por su padre poeta y dramaturgo, lleva en los genes algo de eso. “Puede que mi forma de decir las cosas sea poética, o como dibujo se asemeja a un poeta escribe, porque cuando lo hace se le aparecen imágenes.”

Esa misma dificultad se trasluce cuando explora otra de las frecuentes definiciones de su obra. “Misteriosa” es una expresión que aparece seguido, aunque los temas y recursos recurrentes aparecen notoriamente explícitos. Incluso, Troche reconoce méritos tanto en esa consideración como en su propia idea de que no hay tal cosa como un misterio en sus dibujos. “Me parece que es un universo muy amplio, pero muy claro, que estoy siendo lo más sincero posible”, repasa la cuestión, y subraya: “Si hay muchas lecturas de un dibujo es porque la gente pone cosas suyas, no hay misterio en el dibujo, sino en ellos mismos”. Y compara con lo que cualquier canción de Radiohead puede generar en él y en otra persona.

“Ahora estoy muy fascinado con el mar y el bosque”, cuenta. “Eso no está en el libro, sino que son cosas que empezaron a aparecer ahora y que sí tienen misterio para mí”, destaca. Mientras se sirve el último puchito de refresco, el dibujante se queda masticando algo de esa última frase. “Todo eso que dibujo está pasado por mí mismo como filtro”, suelta finalmente. Al “todo eso” hay que sumarle escaleras, estrellas, noche, música y ventanas, entre muchos otros elementos gráficos.

“Esas son las cosas que me interesan en la vida, todas cosas que en algún momento me conmovieron muchísimo”, explica. “De niño quedé fascinado por la noche, vivía en un edificio y miraba el de enfrente, las ventanas, qué hacía la gente.” Otro tanto le sucede con la misma muerte. “Es parte de la vida, tal vez le tengo miedo –evalúa–, ella sí tiene mucho misterio, hubo mucha muerte alrededor mío y esas cosas te generan algo.” En suma, destaca, al dibujar busca “entender” y “resolver”. “Cuando dibujo tengo una fijación, y al hacerlo uno también está filosofando sobre las cosas.” No es poco para un defensor tan aguerrido.

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