HISTORIETA › REEDITAN INSPECTOR BULL, DE CARLOS ALBIAC Y HORACIO LALIA
Dentro de una línea de rescate de clásicos, se vuelve a publicar este policial que se escapa en varios aspectos del canon victoriano. Aquí, el amor, el sexo y la vida sentimental del propio investigador aparecen en escena.
› Por Andrés Valenzuela
Una de las consecuencias naturales del aumento de las ediciones nacionales de historieta fue el rescate de obras de las anteriores generaciones. Entre esos autores, uno que casi no había visto sus trabajos republicados era Carlos Albiac (1928-2012), célebre guionista, respetado por sus historias policiales, pero de buena pluma para una gran variedad de géneros. Padre artístico, además, de un montón de aspirantes a historietistas, gracias a su trabajo docente en la Escuela Argentina de Historieta, donde ejerció durante muchos años. Con él, LocoRabia ahonda (en colaboración con sus pares uruguayos de Grupo Belerofonte) en una de sus varias líneas editoriales, la de rescate de clásicos. Y lo hace con Inspector Bull, un policial ambientado en Londres y que cuenta con los dibujos de Horacio Lalia, maestro del gótico y el terror narrado en viñetas.
En apariencia, Inspector Bull es la típica historia policial victoriana, en la línea de iconos como Sherlock Holmes. Pero basta atravesar las aventuras del protagonista para empezar a descubrir muy rápidamente otros rasgos que la distancian de sus compadres típicamente ingleses. Es cierto que Bull resuelve todos los casos con buen tino y rara vez se distrae con pistas falsas (al cabo, hay que deducir todo en catorce páginas), pero eso no significa que siempre los resuelva en tiempo y forma. Aunque el criminal de turno invariablemente recibe su castigo, éste no llega siempre de parte de la ley.
Por otro lado, y aunque los crímenes son invariablemente sórdidos (hay más decapitaciones en estas 240 páginas que en una temporada de Game of thrones), Albiac se las ingenia para que, cada tanto, el lector simpatice con el asesino o al menos se compadezca de su destino.
Pero quizá lo más interesante de Bull es que exhibe rasgos de enternecedora sensibilidad: duda qué flores regalarle a una dama (y descubre que la florista puede radiografiarlo a golpe de vista), la corteja y bufa cuando, como buen servidor del orden público, tiene que abandonar la cita o llegar tarde porque a alguno se le ocurrió atravesar con un hacha la cabeza de sus congéneres. Aquí hay un rasgo que no suele verse en los cuentos victorianos de crímenes y misterios por resolver: el amor, el sexo y la vida sentimental del propio investigador aparecen en escena para recordar al lector que el protagonista será inteligente, pero no es una máquina.
En el dibujo está Horacio Lalia: otro que hace rato no veía una historieta suya publicada en Argentina, aunque pronto saldrá otro libro de su autoría. Conocido y apreciado particularmente por sus adaptaciones de relatos de terror (como los cuentos de Howard Phillip Lovecraft), aquí se ve su enorme capacidad para el dibujo realista, despojado casi de figuras de fantasía y con una gran documentación a cuestas, que apreciarán los amantes de la historieta clásica. Vale una salvedad: el dibujante desarma con frecuencia la grilla con la que trabaja y muy rara vez compone dos páginas con la misma estructura. Sus viñetas cambian de tamaño dentro de una misma fila, incluso, para destacar más algún momento de la secuencia e incluso hay un puñado de páginas en las que la última viñeta no aparece a la derecha de la página, sino sobre la izquierda, lo cual también impone una pausa en el capítulo antes de continuar leyendo.
Aunque Inspector Bull exhibe los rasgos de la historieta de otra época (la década del 80), todavía conserva cierta vigencia y permite reencontrarse con el talento narrativo de un gran guionista argentino.
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