HISTORIETA › TORTAS FRITAS DE POLENTA, DE MARTINELLI Y BAYUGAR
La experiencia del veterano de Malvinas es trasladada a viñetas por el dibujante tal como le fue narrada: desde la trinchera, el frío, el hambre y los sentimientos. Apareció en Fierro hace más de un año y ahora es libro gracias a la editorial patagónica La Duendes.
› Por Andrés Valenzuela
Tiene lógica que el mejor abordaje que la historieta argentina hizo sobre la guerra de Malvinas en los últimos años sea una biografía. Es cierto que tampoco abundan los trabajos dedicados al conflicto en las islas del Atlántico Sur, pero Tortas fritas de polenta es de por sí una gran historieta: bien narrada y con el dibujo indicado para el qué y cómo se cuenta. Desde luego, biografías y autobiografías son géneros ya instalados en el sector local, que las recibe con naturalidad, cuando hace diez años eran una rareza. En este libro, el historietista Adolfo Bayúgar cuenta la experiencia del veterano Ariel Martinelli tal como éste se la contó: no desde la estrategia general del conflicto, no desde el mapa y las unidades en movimiento, sino desde la trinchera, el frío, el hambre y los sentimientos. Ambos se apoyan en la credibilidad construida ante los lectores en los últimos años para mostrar exitosamente un relato con muchos matices. El resultado apareció en Fierro primero, hace más de un año, y reapareció ahora gracias a la editorial patagónica La Duendes.
Bayúgar tiene un estilo gráfico que recuerda en algo a Sanyú y se apoya en el blanco y negro, pero sobre todo en gruesos trazos de tinta, para retratar protagonistas y escenas del recuerdo de Martinelli. El dibujante-biógrafo sale airoso de momentos difíciles de plasmar y maneja muy bien los contrastes de luz, indispensables para los pasajes marcados por las explosiones, las ráfagas de artillería y las bombas iluminando soldados, refugios y heridas. Pero donde se luce Bayúgar es en el proceso mismo de adaptación, en el guión y la construcción dramática de una experiencia que Martinelli le desgranó durante dos años en una mesa de bar de Mar del Plata. Porque lo hace sin estridencias, sin fanfarrias, permitiendo que su entrevistado-protoguionista encuentre su voz en el dibujo, en la cara de los soldados y en los cuadros de texto, que lejos de establecer una distancia con lo que se cuenta, ponen al veterano de guerra a un lado del lector.
La intimidad de las anécdotas consigue el resto. Desde el exitismo inicial al partir rumbo a las islas (mezclado con la preocupación de los padres de los conscriptos, aguardando noticias en las puertas de los cuarteles) hasta el horror atávico durante los bombardeos y todas las situaciones entre medio: el mercado negro de cigarrillos, pornografía y municiones, las negociaciones de carnicería de campaña, el cuatrerismo de guerra, los “bailes” con que los oficiales sometían a sus tropas incluso en medio de los bombardeos, la espera interminable en las trincheras, la comida improvisada en cascos (como la que da nombre al libro) y las enajenaciones producto del miedo en pleno combate. Estas, quizá, son las más impresionantes de todo el relato, como la del muchacho que, harto de todo, se echa boca arriba a mirar las estrellas en medio de un bombardeo.
En Tortas fritas de polenta el lector no va a encontrar nacionalismo fácil ni una historia bélica al estilo hollywoodense. Todo lo contrario, es una historia cotidiana e íntima, mucho más cerca de las reflexiones prattianas u oesterheldianas sobre la guerra que del panfleto del heroísmo. Es en esas virtudes al abordar el tema donde Martinelli y Bayúgar construyeron páginas que en unos años serán insoslayables en la historiografía de la historieta argentina.
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