HISTORIETA › MAÑANA LLEGA A LOS KIOSCOS EL NUMERO 98 DE LA REVISTA FIERRO
A dos números apenas de la centena, la publicación emblema del comic nacional trae como regalo de fin de año un concentrado de historietas, humor gráfico y narrativa corta, con las principales firmas de la revista en su apogeo.
› Por Andrés Valenzuela
El número 98 de Fierro, que llega a los kioscos mañana junto con Página/12, parece un concentrado. Como si la revista apretara lo más típico de lo que le representó el 2014 para estallar, en dos meses, en la odisea que significa alcanzar un centenar de números en la calle. Este, además, fue un año en el que muchas editoriales aprovecharon la producción de la revista para publicar sus propios libros (desde Tortas fritas de polenta hasta Malandras, y desde Tristeza hasta Angela della Morte, o el demorado Altavista).
Lo cierto es que este número de Fierro reúne una cantidad de series, autoconclusivos y humor gráfico que representan lo más esencial de la publicación en el último tiempo. Por empezar, a la portada vuelve el ilustrador cordobés Alejandro Burdisio, conocido como Burda. Tipo talentoso como pocos, laburante como muchos, su tapa del número de septiembre había causado gran entusiasmo en las redes sociales. Los responsables de la publicación, Juan Sasturain y Lautaro Ortiz, tomaron buena nota del acierto primaveral y lo convocaron a cerrar el año con otro de sus trabajos retrofuturistas, de chatarra que vuela y porvenir atado con alambre.
Ya adentro de la publicación, la mirada oscila entre lo clásico (hoy por hoy, el Tomi ya tiene estatura de tal, con su El desmitificador argentino) hasta los coqueteos con la literatura de Iñaki Echeverría y sus amigas Selva Almada y Gabriela Cabezón Cámara, en El Vástago. Allí ya hay dos modos de abordar lo argentino: desde la reflexión cuasiontológica que ofrece el Tomi, entre desnudos y cuerpos untuosos, hasta el retrato lateral de algunas de las formas del horror dictatorial que exploran Echeverría y plumas en la trama de El Vástago. Sobre ésta Sasturain la describe como una “despojada serie en crudo blanco y negro” y recomienda su “lectura pausada y después, como ejercicio, la vuelta sobre los propios pasos: un recorrido por las entregas / números anteriores” para dar con el clima adecuado de la historia. En esta frase del director de Fierro se advierte una de las claves para entender el rol que cumple este relato dentro de la conformación actual de la revista. Desde hace varios años, la publicación incluye historias que requieren un paladeo cuidadoso, una lectura atenta y cierta vuelta atrás. Ese rol que en algún momento cumplió Ignacio Minaverry con su aclamada Dora lo ocupa ahora el trío de autores, que además arrastra una chapa de la que pocos gozan en la producción literaria joven actual.
Este número incluye la segunda adaptación de los cuentos de Ambrose Bierce que realizó el argentino radicado en España Tatúm. El rosarino-mallorquín, premiado en su patria adoptiva por este trabajo, ahonda en las posibilidades de la historieta como lenguaje para trabajar el relato corto con final de estocada. Así, el ex colaborador de la mítica revista española El Víbora seguirá disfrutando de verse publicado, por fin, en su país de origen. Otro que reaparece aquí es su amigo, El Marinero Turco, que abandonó los colores del mes pasado para navegar en plena tinta negra. Sasturain recomienda leerlo despacio y con cuidado, ya que “nunca sabremos cuándo tendremos otra posibilidad de semejante regalito, con árbol de Navidad o sin él”.
En el espacio literario, Pedro Lipcovich sigue con la aprobación de los responsables de la publicación. Sobre su sección de cuentos cortos, las “contraindicaciones” de Sasturain advierten que, si se juntaran todas las historias, se tendría “algo de la mejor narrativa corta argentina de estos tiempos” y describe a su autor como “un generoso narrador que se sienta a la orilla de tu lecho con un cuentito de las mejores noches para mantenerte despierto”.
Entonces: una serie para leer con cuidado y con enfoque literario de la historieta, la presencia de dos clásicos de diferentes estilos gráficos, un poco de la mejor narrativa corta, un tapista reconocido por los lectores. ¿Qué falta para conformar la Fierro prototípica de estos tiempos? Un salto al vacío y algo de humor. El primero llega del plumín de Lucas Nine con su ácido Borges, inspector de aves. El joven Nine regresa para la tercera y última parte de la delirante trama policial, exuberante en el dibujo y sinuoso en su planteo dramático. Sasturain avisa que “el dibujo elusivo e informal no entorpece, pero tampoco ilustra el sentido genuflexo”. Es decir: el lector tendrá que investigar junto al inspector de aves para encontrar “la revelación”.
El humor, como en muchas otras ocasiones, lo aporta el desaforado Diego Parés, hombre de talentoso multiestilo que cierra el año de publicación volviendo a su Sr. Rispo, acaso una de las historietas humorísticas más perfectas, demenciales e impresentables (porque ni se le ocurra al lector prestárselo a su madre para leerlas) de los últimos años. Un Fierrito auténtico.
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