Lun 20.04.2009
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MEDIOS › ENTREVISTA AL GUITARRISTA GADY PAMPILLóN

Blues y tango made in Alsina

“Soy un tipo del hard rock que siente el blues como lo que es: una mancha que no te podés sacar del cuerpo.” Así se define el ex La Torre, un músico que sorprende con su primer CD solista: Conventillo. Hay mucho blues, pero también una versión impecable de “Libertango”.

› Por Cristian Vitale

Tres de la tarde en Valentín Alsina. El barrio de Gady, a esa hora, es un páramo de silencio cortado apenas por el ruido de alguna máquina industrial. El, desprendido de la rutina tipo, recién se levanta. “¿La nota era hoy?”, pregunta. Se le había confundido el día. Tiene el pelo atado, revuelto. Se despereza y hecha mano a la PC. Suena Peter Green. “Impresionante el tipo, escuchá”, sugiere. Se deja llevar. La madre prepara mate y un lustroso sándwich de salame picado fino... recortes de su vida cotidiana. Gady Pampillón: un guitarrista que, pese a su pasado glam (La Torre, Alakran, Tarzen), pertenece a la generación intermedia del ryhtmn & blues argento. Al riñón de Alambre González, Luis Vargas (que Dios lo tenga en la gloria) o Daniel Raffo, célebres desconocidos para el mainstream; héroes anónimos del instrumento que Hendrix modificó para siempre. “Somos de los que estamos en la música por amor. Yo jamás tuve nada de glam, pero cuando entré a La Torre se me fabricó una imagen. La verdad es que cuando era pendejo tenía pinta, pero la prensa decía que yo tocaba por la facha. Nada que ver ¡la puta madre, me gasté las manos tocando para que digan que soy lindo! (risas). Fue un fantasma que cargué durante años, pero ahora no... ya se me pasó el cuarto de hora. Igual, haber jugado en primera es jodido. Sufrí mucho esa parte”, dice.

Está su primer disco solista, recién editado, para confirmar su condición: Conventillo, un compendio de buen blues y ryhtmn & blues que enlaza perfecto con las coordenadas del género. También los objetos que resaltan en su altillo suburbano: una foto tocando con Pappo, otra con Spinetta –“uno de mis máximos trofeos”, se emociona–, guitarras, la púa que usó Chuck Berry cuando tocó en Obras, muebles viejos, un violín estampado en la pared y una balalaica que había comprado en Moscú, a fines de los ’80, para regalarle al Flaco –“Nunca más lo vi para dársela”, cuenta– y, semióticamente central, el retrato de Gardel con sombrero, moñito y la sonrisa eterna. “¿Más rockero que Gardel?... nadie, che”, reflexiona Gady, “Con mi hermano Arnaldo teníamos un tío ídolo que vivía en Estados Unidos y siempre nos traía juguetes y ropa. Era un fanático de Gardel impresionante... debe ser de ahí que me quedó impregnado. Mis viejos también: cuando éramos chicos nos despertaban con Julio Sosa o Troilo al palo en el combinado. Aunque hoy por hoy me mando con Goyeneche... es mi mejor amigo y eso que no lo conocí”.

Suma: Pampillón, personaje entrañable, es barrio, tango –demasiado– rock, fútbol –fanático de River– y la vieja. Tiene cuatro hijos y el pelo más corto que hace cinco años, porque una vez se lo arrancó arreglando el motor de un taxi. “Le estaba revisando el aceite y me lo agarró la bomba de agua... casi me arranca la cabeza. Fue un garrón en todo sentido ¿sabés? Fue la época en que me tuve que poner a laburar un taxi porque no entraba guita en casa. La pasé mal. Me estaba matando... no quería salir a laburar, me resistía. Hasta tuve que ir a un psicólogo que me dijo ‘tenés que vender el taxi, porque estás sobrecalificado para ese laburo; hacé cualquier cosa’. Y sí: mi horizonte es la música... porque si sería manejar un taxi toda la vida, me suicido acá en la esquina.” El horizonte, hoy, es un recital “despedida” el 17 de mayo en Mr. Jones (Saavedra 399, Ramos Mejía) y al menos tres meses de toques por bares de Barcelona. Gady se lleva 500 copias de Conventillo a España y, tal vez, se quede un año. Cuenta: “El disco estuvo como cinco años guardado, porque no lo podía editar. No tenía guita y se sabe que las cuatro o cinco lucas que te puede salir un disco, cuando sos padre de familia, van para los chicos. Tuve que vender todos mis equipos para editarlo”.

Lo que Gady se lleva a España es el barrio puesto a través de doce canciones, casi todas propias menos dos: una impecable versión de “Libertango”, de Piazzolla, y un bonus con “La última curda”, dedicado a su padre. “El tango y el blues se conectan. Es música de pobres de diferentes latitudes. Si el blusero de Estados Unidos hubiese nacido acá, sería tanguero. Y lo mismo al revés”, explica. Así es Conventillo, un fresco musical que asocia amores primarios (los dichos) con una imagen que Gady jamás olvidó cuando era una de las estrellas bluseras que iluminaba noches oscuras en El Samovar de Rasputín. “Solíamos tocar con Pinchevsky, el Negro Medina, Pappo o Nacho Smilari. Esperábamos el show en la cocina, que daba directo al conventillo de atrás... desde ahí se veían balcones, puertitas, pasillos; uno fumando porro acá, el otro tomando mate allá, una mezcolanza de vivencias que siempre me llamó la atención. Yo soy muy nostálgico, cuando laburaba con el taxi, por ahí pasaba por la casa de Troilo a las dos de la mañana, paraba y me quedaba mirando la puerta. Me quedo colgado como un pelotudo con esas cosas.”

La nostalgia lo lleva a evocar cómo conoció a Pappo: un Gady en los antípodas del modelito rocker que inventó La Torre. “Me lo presentó Vitico. El corazón me latía, porque el tipo tenía fama de picanero con otros guitarristas. Fui con un poco de miedo, de recelo, y me senté enfrente. Era en un bar. Me miró, le di la mano, no le dije nada, y se me brindó. Después me integré a Pappo’s Blues con Botafogo, Yuli Ruth y Black Amaya... yo me cargaba los Marshall, no ganaba un mango, venía como a las ocho de la mañana y mi jermu me quería matar, hasta que abandoné. Estaba sin laburo.” Era la época en que Pappo solía subir a zapar con el trío Adoquín (Gady + Rinaldo Rafanelli y Juan Rodríguez) y las visitas eran frecuentes. “Iba a la casa. Me hacía entrar a la pieza y me mostraba los discos. Un día me tomó una prueba: ‘Tocá Sucio y desprolijo y cantalo’, me dijo. Ese tema es un quilombo ¡y encima cantarlo! Nunca me salió, pero ese día, no sé por qué, me salió. ¡Habrá sido del cagazo!... me dio el okay. Pappo en los setenta tenía más información que Jonnhy Winter en las manos, loco, cuando nosotros todavía orejeábamos los solos de Blackmore en un Winco”.

Otra época. Gady habla de los lugares para tocar como “picadora de carne para los músicos”. En otras palabras, del avance de un capitalismo morboso sobre la industria del arte. “Hay una tendencia al descarte cuando el músico, a los 40, está en la flor de su edad. Maduro y estacionado”, afirma, e incluso se autoutiliza como ejemplo: otra vez La Torre, grupo con el que grabó cuatro discos, cuando tenía 20 años menos. “En un momento, me acostumbré a hacer música digestiva. Había que bajar las guitarras, hacer temas blanditos cuando yo, en realidad, soy un tipo del hard rock clásico que siente el blues como lo que es: una mancha que no te podés sacar del cuerpo.”

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