MEDIOS › LA INCREíBLE HISTORIA DEL LIBERIANO ALFRED SIRLEAF
Todos los días desde mayo de 2000, en el Boulevard Tubman de Monrovia, Sirleaf publica noticias y opiniones en una cartelera que ha desatado agradecimientos y presiones: “Si mis lectores saben dónde están parados, ya no podrán engañarnos”.
› Por Facundo García
Alfred Sirleaf se está haciendo famoso a fuerza de demostrar que simpleza y efectividad pueden ir de la mano. Lo llaman “el blogger analógico” y nació en Liberia, Africa occidental. No es un buen sitio para crecer si a uno le gusta comer todos los días: el Banco Mundial estima que allí más de tres cuartos de la población subsiste con menos de un dólar por mes, y el gobierno local no sabe bien cómo aguanta el 80 por ciento de los liberianos que no tiene trabajo. Por supuesto que nadie se preocupa durante mucho tiempo, porque la esperanza de vida es de 42,5 años. No obstante, en la capital, Monrovia, este periodista autodidacta se las arregla para publicar regularmente sus opiniones en el Daily Talk, una especie de bitácora o periódico que consiste en una pizarra ubicada a un costado de una de las calles más transitadas de la ciudad.
No tendrá versión digital, pero por ahora se las arregla. De hecho el New York Times estimó que los entre cinco y diez mil transeúntes que se detienen diariamente en el Boulevard Tubman para leer las notas de Alfred podrían convertirlo en propietario del medio más popular del país. “Arranqué el 14 de mayo de 2000, y sospechaba que la gente tenía necesidad de algo así desde antes –recalca el fundador del Daily Talk–. Es más: en la época de la guerra civil conocí un montón de refugiados de los campos que se interesaban en temas de política internacional, y no tenían cómo acceder a la información.” Sirleaf no gana fortunas con lo que hace, aunque hay que decir que, dadas las circunstancias, tampoco se haría millonario si se dedicara a otra cosa. Además le mete pasión. Aprendió a leer en una institución religiosa que se desarmó cuando los misioneros que lo alfabetizaron tuvieron que volver a las corridas para Estados Unidos, atemorizados por el recrudecimiento de las balaceras. El debió esperar hasta los veintisiete para terminar el colegio secundario; y hoy, a los treinta y cinco, es un profesional con experiencia. En su mesa de noticias –tapera que llama newsroom y que levantó con sus propias manos– tiene un trapo que moja todas las mañanas para borrar lo que escribió el día anterior y gestar los párrafos que leerá el público de esa jornada. Cubre las corresponsalías pidiendo a amigos que le manden SMS a su celular, y así va componiendo artículos de dos o tres párrafos, que ubica entre cotizaciones de diferentes mercancías y espacios de publicidad que alquila a precio módico.
Los ribetes quijotescos se hacen más claros si se considera que sólo el 20 por ciento de los que pasan por ahí sabe leer. De los que sí aprendieron, la mitad mueve los labios cuando se cruza con una palabra larga. Por eso el cronista usa símbolos y objetos, para que los que no la tienen del todo clara puedan entender de qué va cada asunto. Un casco colgado y pintado de azul significará que por ahí hay novedades sobre las Fuerzas de Paz de las Naciones Unidas; y un recipiente de metal indicará que la aludida es “la dama de hierro de Liberia”, Ellen Johnson-Sirleaf, la presidenta que se transformó en la primera mandataria de Africa luego de ganarle unas dudosas elecciones al futbolista George Weah allá por 2005. Entre amenazas y bocinazos, el clima general en el que el blogger se las arregla para postear recuerda la famosa sentencia de Hunter Thompson: “Cuando lo que hay que contar es un delirio, la respuesta profesional debe ser delirante”.
Y más que delirante se diría que la de Alfred es una estrategia meditada. Al recurso de colgar cascos y cacerolas alusivas, este émulo inconsciente de Hugo Guerrero Marthineitz añade un uso deliberado de la lengua popular. Lógico: la elite que controla el país desciende de esclavos norteamericanos libertos, que fueron trasladados ahí para fundar una república y que, como suele suceder, al final se convirtieron en una clase que se considera superior a los nativos. Hoy los textos de esta oligarquía abusan de la solemnidad, y los entiende un círculo restringido. En una entrevista radial que le hizo la periodista australiana Prue Clarke, Sirleaf tiró la bronca: “Yo hago lo contrario. Pongo palabras que se entiendan. En vez de ‘corrupción’, va ‘robo’. Y si es un caso de corrupción extrema, pongo ‘gran robo’”. Justo por ahí andaba un policía que quiso expresar su postura, y confirmó que el Daily Talk era “una ayuda, porque está pensado para que lo leamos los que no entendemos los high standards”.
Obviamente, los empresarios y políticos de la zona han reaccionado. No tanto ayudando sino rompiendo las pizarras varias veces e incluso amenazando a su dueño con cárcel y exilio si seguía usando un tono tan enfático. A pesar de los ataques, el lejano colega resiste, aun en esos barrios donde catorce años de enfrentamientos encarnizados han hecho que un servicio básico como la luz eléctrica parezca suntuoso. “Si mis lectores saben dónde están parados –subraya él cada vez que lo consultan–, ya no podrán engañarnos. Es la clave para que esta sociedad vaya hacia adelante.”
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