MEDIOS › HéCTOR LARREA Y LA TRASTIENDA DE UNA VUELTA NACIONAL
El conductor que fundó, con Rapidísimo, el código actual de “la mañana radial” defiende la posibilidad de un remanso que no encaja con la programación de una AM privada. “Pasar buena música es mi enorme satisfacción”, asegura.
› Por Karina Micheletto
La “segunda mañana” de la radio –el segmento que va de 9 a 12– tuvo este año cambios comparables a pases resonantes del fútbol. Más allá de los cambios de camiseta, lo que se escucha en las principales radios es más o menos lo mismo: una suerte de varieté de humor ligero –donde los cómicos improvisados son los conductores–, la noticia relegada al informativo, los móviles transformados en bases para concursos de chistes, la opinión contundente sobre cualquier tema en boca de todos. Casi silenciosamente, sin movidas de marketing, el pase del año lo protagonizó Héctor Larrea, y fue un pase horario. Volvió a la mañana con Una vuelta nacional (así bautizó a su programa cuando dejó su histórico Rapidísimo de Radio Rivadavia). Es un remanso en el dial, con una marca diferencial: la buena música, que se anuncia cada vez que el conductor invita a “Salganizar el aire”, o cierra con una reflexión: “Lo mejor que puede pasar ahora es que cante Gardel”.
“Un magazine, un showcito”, define Larrea a su programa. En ese formato, paradójicamente, entra toda la actualidad que en los formatos informativos no tiene lugar. Este año, la participación de Mario Wainfeld como columnista aporta el análisis político de peso. Se suma un equipo que se escucha aceitado desde hace mucho, en el que Larrea delega acertadamente el carácter colectivo del programa (ver recuadro). “Cuando confiás en el equipo, podés hacer cosas hermosas. Esto se puede hacer en la radio pública, por eso estoy tan contento. La radio privada tiene otras urgencias. Para eso tenés que tener gente capaz, y yo sé con qué bueyes aro. ¡Entonces después vos te llevás todo el rédito!”, sonríe Larrea, tras prodigar elogios varios a sus colaboradores.
–Así que su programa sólo se puede hacer en la radio pública. ¡Qué problema!
–Bueno, ¡pero en algún lado se puede hacer! Peor sería que no hubiese ningún lugar, ¿no? En la radio privada estaba muy apremiado. Es que ahí están obligados a ser recios, a hacerse los machos. Es natural, yo los comprendo, los corre el segundo a segundo. Hay una preocupación excluyente, tener un buen puntaje. Acá no. Entonces, ojo: lo que hagas, hacelo bien. Calentate por cosas que sirvan. A mucha gente, poca gente, no lo sé. Pero si ocupás una plaza que es importante, un lugar en el dial, un horario prolongado, y cobrás con una inversión de parte del Estado, tomalo en serio, exigite a fondo. Eso se puede hacer con buenos colaboradores, y es mi caso: tengo un elenco bárbaro, les puedo pedir lo que sea. Definitivamente, éste es mi mejor momento.
–Otra de las características de su programa es que pasa música, algo que ya casi no existe en este segmento de la radio. ¿Eso tampoco lo podría hacer en una radio privada?
–No. Cuando me fui de Rivadavia había tenido serios problemas por el tema de la música. “Con tanta actualidad que hay”, me decían. Y la gente también es espíritu, y hay una necesidad cultural. Pero dicho así, “necesidad cultural”, suena medio ampuloso, como si yo fuera a proveerle cultura a la gente. No se trata de eso. Se trata de cultivar cosas que nos parecen importantes. Y la música, vaya si es asunto importante. En fin, todo el marketing tiende a la venta, y la venta no tiende a lo bueno. A veces sí, pero muchas otras veces no. Pasar música, que para mí es buena, es mi enorme satisfacción. Yo vivo en música. No hay un sábado en que no vaya a escuchar algo a la noche.
–¿Qué tipo de música?
–Toda. De jovencito ya tenía cierta tendencia a apreciar la música sin rótulos. Para mí es exactamente lo mismo Horacio Salgán que Barenboim. Si hay belleza, desde el lugar que sea proporcionada, es belleza. Y la música es belleza. Además es una fuente de vibraciones muy sutiles desde la energía. He ido a investigar un poco sobre eso a partir de la música. Claro, hay que manejarse con cuidado con el lenguaje, porque si no puede resultar medio... raro, digamos.
–¿Medio esotérico, no?
–Sí, ¡o que no te entienda nadie! Por ejemplo, está este chico Alberto Rojo, que es físico y músico de folklore. Yo intenté preguntarle en una entrevista sobre el tema de la física cuántica y la música, y fue un berenjenal que no entendía nadie. También llegué a hacer un seminario para obtener conocimientos elementales de física cuántica.
–¿Y lo hizo para desentrañar el misterio de la música?
–¡Claro! Porque juega el tema de la energía, y de los mundos paralelos... Sabía mucho la mina que lo daba, pero, qué quiere que le diga... En el seminario no entendí nada. O sí, pero no me sirve lo que entendí. Y llegamos a una conclusión: los efectos de los conocimientos que se adquieren a través de la física cuántica son bastante parecidos a la música. No tienen explicación, al menos a través del lenguaje que existe. Y Rojo dice una cosa extraordinaria: muchos de los aspectos de la física son expresados con el único lenguaje posible, el de la poesía. Los poetas son seres adelantados, y no debe ser fácil ser poeta, por algo muchos de ellos para expresarse viven una tragedia. Así es como uno encuentra cierta explicación a cosas que no se pueden explicar con el lenguaje, como es la música.
–Un gran problema para quien intente escribir sobre música.
–Al hablar de música sólo se pueden intentar aproximaciones. Siempre mucho más lejanas de lo que uno piensa. Por eso hay que acercarse con respeto y con el “a mí me parece”. Es lo que yo siento, vos podés sentir otra cosa. La diversidad de sentimientos que produce la música es tan extraordinaria como vibración energética, que te llega a conmover. Si algo te conmueve, ahí hay una energía en ebullición, vaya a saber en qué elevadísimas vibraciones. Es lo que me pasa a mí cuando escucho música.
Como buen “tanguero viejo”, Larrea tiene una definición que le hace justicia al tango: “Es un género tan complejo, tan cerrado, tan críptico, que la gente se asoma a él como capas de cebolla. Hay quien está en la capa más superficial, otros se van adentrando un poquito, otros algo más. Y el tango les da lugar a todos, en ese sentido es muy generoso”, apunta. “Y además es piadoso, porque nunca va a subrayar tu ignorancia. El tango te deja creer lo que vos quieras creer de él.”
–En los ’60 usted fue presentador de orquestas de tango. ¿Cuál es la mejor postal que guarda de aquella época?
–Yo era un hincha furioso de Alfredo Gobbi. Tenía que mantener a mi madre que había quedado en Bragado, con quien hice un convenio: me venía a trabajar en la radio, y en cuanto podía la iba a buscar. Mi madre aceptó, como aceptan los sacrificios todas las madres (¡cómo no van a estar en el tango si son tan sacrificadas y dolientes!). Trabajaba en una confitería presentando un conjunto español, Los Gavilanes de España. Y de pronto el mismo representante viene y me dice: ‘Mire, yo sé que a usted le gusta el tango. Reaparece Alfredo Gobbi. ¿No le gustaría ser el presentador?’. Todas las orquestas tenían su presentador, no eran profesionales, por lo general era un animador de palco, o un amigo, o el que llevaba los instrumentos, esos que después D’Arienzo empezó a llamar plomos. Para mi fuero íntimo pensé: esto lo haría pagando. Entonces le pedí por favor que me dejaran ir a los ensayos. Aquello yo lo vivía como algo casi sagrado, ver cómo Gobbi dirigía su orquesta, para mí era tocar el cielo con las manos.
–También ha presentado a Pugliese, a Salgán, entre otros. ¿Por qué lo elegían a usted?
–Creo que ellos advertían el extraordinario interés que tenía en lo que hacían. Había una diferencia: yo presentaba al artista en cuanto era de bueno musicalmente, no en cuanto tenía de pintoresco. Y además Osvaldo se divertía porque yo le ponía mucho humor. Sólo con el tema de su comunismo, ya tenía material de sobra. Por ejemplo, presentaba a toda la orquesta y decía: ese que está allá a la derecha del bandoneonista es Osvaldo Pugliese. Es la única vez que Osvaldo está a la derecha de alguien o de algo. Vuelta a vuelta él iba a Cuba, y yo decía: el maestro se va a Cuba, tenga cuidado a ver si Fidel lo convence y se hace comunista usted. Con esas cosas se mataba de risa.
Héctor Larrea tiene más de 40 años de oficio radial. Es “el hombre que inventó la mañana en la radio”, el que en los ’60 marcó ese segmento por entonces no desarrollado en una radio que se iba transformando con la aparición de la televisión. El trabajo en equipo, la participación directa con el oyente (los mensajes telefónicos, por ejemplo), y, por supuesto, la música que pasaba, fueron algunas de las innovaciones que introdujo, además de su estilo espontáneo, dirigido a informar, entretener y sentar opinión. Por algo es señalado como maestro y referencia por un par de generaciones de conductores, de Mario Pergolini a Ari Paluch, de Elizabeth Vernaci a Lalo Mir, entre los muchos que así lo declaran.
En su relato, la radio aparece en su vida mucho antes de su debut profesional. Cuando perdió a su padre, siendo un niño de diez años, aquel momento fundante al que siempre vuelve en las entrevistas: “Los lutos eran muy largos, cerrados. Había tres meses que estaban pautados, no se escuchaba radio, ni se iba al cine, ni al corso. Ibamos todas las semanas al cementerio, todos de negro. Y yo veía que mi madre sufría, no sonreía nunca. Un día le dije: mamá, hace tres meses que falleció papá, ¿podemos encender la radio? Había un programa cómico que se llamaba El relámpago, en Radio El Mundo. Fue la primera vez que la vi sonreír. ¿Sabe lo que es para un chico ver sonreír a la madre? Un chico que no tenía padre, y que lo necesitaba tanto”.
–¿Qué era la radio para usted en ese entonces?
–La sensación de tener el mundo en mis manos, esa sensación mágica. ¿Cómo moviendo una perilla pueden aparecer trece programaciones diferentes, o audiciones en otro idioma, boletines, o una voz que te da la hora, o la temperatura? Para un chico era mágico. Y sigue siendo mágico para mí. A veces digo: ¿cómo podrá producirse? No es física cuántica, pero es mágico.
–¿Guarda algún recuerdo de la radio relacionada con un momento triste o desagradable?
–Triste, muy triste, al punto de las lágrimas, cuando murió Eva Perón. Estaba en la casa de unos vecinos y recuerdo que todos se pusieron a llorar. Estábamos escuchando la radio y salió la famosa locución. Yo tenía 14 años y por Evita sentía una admiración delirante, admiración que no ha cambiado. En el ’45, durante la campaña, fuimos con mi madre y mi padre a ver pasar el tren que llevaba a Perón y Evita. ¡Qué impacto! Desde mi punto de vista, aquellos fueron años extraordinarios donde se cambiaron muchas cosas. Nosotros no recibimos muchos beneficios inmediatos, porque mi padre no era empleado, era músico, bandoneonista. Pero yo vi que cambió el país, se hizo patente la famosa movilidad ascendente, la dignidad de la gente. Yo mismo pude estudiar en el colegio secundario, y luego en el ISER. ¿Cómo no voy a reconocer esos años?
–¿Y como profesional, algún recuerdo feo?
–No. Y todos los momentos familiares los he vivido relacionados con la radio. Cuando nació mi hija, un domingo, decía que había sido muy profesional al no nacer un día de semana. Lo he pensado antes, y momentos feos no encuentro. Y mire que son años...
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux