A LOS 93 AñOS, MURIó AYER EL PIANISTA ADOLFO ABALOS
Era el segundo de los hermanos santiagueños más famosos y el cerebro musical del conjunto que renovó el folklore en los años ’40 y ’50. Supo ganarse un lugar aun antes de que estallara el “boom” de la música criolla.
› Por Karina Micheletto
Adolfo Abalos, uno de los músicos que marcó y renovó el folklore argentino –como pianista y como compositor– falleció ayer por la mañana, a los 93 años, en Mar del Plata, donde vivía desde 1969. El segundo de los hermanos santiagueños más famosos fue el “cerebro musical” de los Abalos, el compositor que guió varios de los temas emblemáticos del grupo, aunque firmaran todos los hermanos juntos. Pero también fue un gran renovador del piano en el folklore, un instrumento que en los ’40 o ’50 era toda una rareza en el género, aunque Los Abalos lo hayan incorporado muy naturalmente, como parte de una tradición con la que se criaron en el patio santiagueño de infancia. Lo fue durante toda su carrera: basta escuchar El piano de Adolfo Abalos, el primer y único disco que este músico grabó como solista, en el año 2000, de factura exquisita.
Adolfo Abalos permaneció activo y brillando con su piano hasta un par de años atrás: sufría de Al-zheimer y su salud comenzó a declinar hasta obligarlo a permanecer con cuidados en su casa. Su hijo Amílcar detalló a Télam que el pianista murió mientras dormía, junto a su esposa Nancy Gordillo, “el gran amor de su vida y su musa inspiradora”. Ella fue, según una de las versiones posibles, la destinataria de la bellísima zamba “Agitando pañuelos”, aunque Los Abalos siempre tuvieron la picardía de guardar más de una versión posible detrás de muchas de sus historias, y otro relato lo ubicaba al pianista observando enternecido una despedida en un andén de trenes. Los restos del músico serán inhumados en el panteón de Sadaic, en el cementerio de la Chacarita.
Cuando sacó su disco solista, el Abalos pianista decía en una entrevista a este diario que su vida podía ser resumida como “una historia de cuentos”. Algo de eso había. Seguramente no siguió la historia que estaba escrita para él, como hijo del primer dentista con título de Santiago del Estero, estudiante de Farmacia en Tucumán, y más tarde de Bioquímica en Buenos Aires. Resultó que terminó formando con sus hermanos uno de los grupos pioneros del folklore argentino, y que con ellos terminó recorriendo el mundo, tocando, por ejemplo, con Louis Armstrong en un bar de Nueva York, de casualidad. “Vino a tocar y yo lo acompañaba en el piano, los muchachos hacían manos y él se reía con esa risa fuerte, nos abrazaba y decía: ¡yeah, yeah!”, recordaba Abalos aquella aventura casual. Como parte de esta historia de cuentos, Abalos contaba cómo en Buenos Aires él y su hermano Machín armaron un grupo “por jugar, nomás”. Y cómo de casualidad los vio tocar gente de Radio El Mundo que les ofreció un contrato, por una suma que les pareció “una barbaridad”. Unos años después surgía el grupo que formó parte de la avanzada folklórica en Buenos Aires en los años ’40 y ’50, cuando todavía el género no se había manifestado como un boom, y la gente veía a estos santiagueños que hablaban con acento “como bichos muy raros”. Pronto comenzarían a abrir peñas en zonas como Barrio Norte o Recoleta, frecuentadas por un público de clase media y alta, que resultaron todo un éxito. Y también academias como la Peña de Arte Nativo, adonde por las noches se extendía la peña y de día se dictaban clases a las que asistían alumnos como Félix Luna, que por entonces no había compuesto los villancicos de la Misa Criolla, ni la famosísima “Alfonsina y el mar”. “Adolfo Abalos fue mi maestro de guitarra”, recuerda el historiador. “Los Abalos tenían un método que no era para ser músico profesional, pero sí permitía adquirir muy rápidamente los rudimentos básicos para acompañarse en cualquier género, inclusive por fuera del folklore”, explica.
Junto con sus hermanos, Adolfo Abalos sorprendió al introducir “la cosa criolla” en Buenos Aires, con un criterio integral, vocal e instrumental a la vez, y sumando además música y danza. Los suyos eran tratados musicales con sus indicaciones coreográficas, y en escena intercalaban lo que llamaban “charlas ilustradas” entre canción y canción, con explicaciones sobre ritmos y danzas. Pero la gran renovación que suele mencionarse como “marca” del grupo es la introducción del piano en el folklore, aunque Adolfo contaba que cuando eran chicos, en el campo, había muchos pianos haciendo sonar zambas. “Además, cuando toco el piano, al mismo tiempo toco el bombo y zapateo”, decía con picardía.
El disco que grabó en 2000 permanecerá como prueba del talento pianístico de Adolfo Abalos. Gustavo Mozzi, productor de aquel trabajo, recuerda el ritmo impuesto por el pianista, que aún instalado en Mar del Plata no renunciaba a la siesta santiagueña, y se tomó su tiempo para la grabación. “¿Y maestro, cómo va saliendo?”, preguntaba ansioso el productor, desde Buenos Aires. “Despacito, pero no sabe qué lindo va a quedar...”, respondía invariablemente el pianista. Así fue. “Quedó una suerte de ABC del folklore llevado al piano, con toda la gama de recursos y formas que él inventó”, describe Mozzi. Un testimonio que quedará junto a tantas obras como “Nostalgias santiagueñas”, que es el himno que hoy identifica a Santiago del Estero.
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