ROSA REGAS, EL PASO DEL TIEMPO Y EL MUNDO DE LAS FICCIONES
“Para escribir es necesario un lugar libre en la mente”
Vino para ejercer su labor de jurado en el Premio Planeta, pero la visita también sirvió para presentar Diario de una abuela de verano, donde se animó a trabajar con el material de su propia vida familiar. Pero, además, Regàs analiza la Europa de hoy: “Somos más ricos porque hemos robado más y mejor”.
› Por Silvina Friera
El día de su cumpleaños entró a la clase y le dijo al cura que le enseñaba latín: “Padre, padre, ya tengo once años”. Pero el sacerdote, “parco en palabras y con una constante expresión de sufrimiento en el rostro”, le respondió: “Regàs, ya no tienes once años”. La respuesta del “padre” la dejó perpleja. “El paso del tiempo es algo que me obsesiona desde que soy una niña, no es una reflexión que haya aparecido con la edad”, admite Rosa Regàs en la entrevista con Página/12. La escritora española llegó a Buenos Aires para integrar el jurado del Premio Planeta, editorial que acaba de publicar su último libro, Diario de una abuela de verano. Una vez más, Regàs confirma su exquisita calidad como narradora, ya sea en el mundo de la ficción, lugar que escogió como refugio cuando empezó a escribir a los 50, o trabajando con el material familiar de su propia vida. A partir de la bulliciosa “invasión” de sus 14 nietos en la casa donde pasa las vacaciones, la escritora hilvana anécdotas y reflexiones sobre la infancia, la muerte, la escritura, la condición de la mujer en el siglo XXI y el confort en el que viven los europeos.
Regàs, directora de la Biblioteca Nacional, subraya que José Luis Zapatero es un presidente que se merecían los españoles. “Lo que no nos merecemos es la oposición que tenemos, que es muy violenta, insultante y descalificadora”, compara la escritora. “Zapatero no sólo ha cumplido con todo lo que dijo en su programa electoral, sino que está haciendo frente, dentro de la Constitución, a todos los problemas y conflictos que se le presentan por una actitud negativa y beligerante del Partido Popular, que todavía no ha acabado de digerir que perdió las elecciones.”
–Recientemente, España expulsó inmigrantes magrebíes, decisión que sorprendió por el hecho de ser tomada por un gobierno socialista. ¿Cuál fue su posición ante este tema?
–¿Qué podría haber hecho el gobierno español que hasta aquel momento no tenía el apoyo de la Unión Europea? ¿Abrir las fronteras y que entraran 30 millones de subsaharianos? El problema es muy grave, pero no consiste en dejar entrar o no a los inmigrantes sino en ayudar de verdad a los países africanos. El Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional lo único que hacen es engrosar la deuda y el servicio de la deuda. Si instalan fábricas en estos países ofrecen sueldos irrisorios, encima pagando royalties a las marcas europeas. Los países africanos no pueden crecer, es imposible porque están pagando el servicio de la deuda cuando ya han pagado la deuda tres y cuatro veces, y este servicio les impone un tanto por ciento muy elevado de su Producto Interior Bruto. Esto tiene que cambiar y cambiará de una manera o de otra. Si no cambia por las buenas, será por las malas, si los países ricos no reconocen una deuda histórica, si no admiten todo lo que se llevaron de los países pobres, éstos se sublevarán y acabarán tomando el poder.
–¿Hay temor en España de que se produzca un efecto contagio similar a las revueltas en Francia?
–Supongo que tanto España como Italia, Alemania o Inglaterra pensarán que “cuando las barbas de tu vecino veas cortar, pon las tuyas a remojar”. Los países deben tener políticas sociales de integración un poco más positivas y eficaces. En este sentido Francia las ha abandonado muchísimo, y aunque ahora quieran ponerlas en marcha, les va a resultar muy difícil. Realmente estos jóvenes franceses están muy marginados, no logran tener trabajos, están menos preparados, los discriminan y hay un 20 por ciento de la población de Francia que es absolutamente racista, con lo cual la única solución que tienen estos chicos es hacerse notar: “Nosotros somos ciudadanos franceses”. De la misma manera que tantos franceses se fueron a Argelia para hacerse ricos, los padres de estos jóvenes han ido a Francia simplemente para trabajar, y ellos sólo piden lo mismo.
–En Diario de una abuela de verano, usted cuestiona mucho la idea de confort. ¿Cómo incide en la vida política y social esa sensación de “bienestar generalizado” en la que viven los europeos?
–Las personas como yo, que intentamos tener un compromiso social, somos conscientes del gran gasto ecológico que producimos, mientras que los países que están menos desarrollados pagan lo mismo que nosotros. Esos países están muy violentados por el peso de la deuda. El bienestar en el que vivimos lleva a una indiferencia política y social, pero ese confort es producto de una estafa. Los países europeos son lo que son, y han tenido sus imperios, porque han expoliado a los países que ahora están en vías de desarrollo. Pero además los han seguido expoliando porque, en muchos casos, han mantenido líderes corruptos en distintas regiones, que beneficiaban sus intereses, en su momento no ayudaron a las poblaciones a crecer y se llevaron el oro, la plata, el níquel y todo lo que encontraron. Estos países menos favorecidos están condenados a pagar una deuda externa sin que nadie haya tenido en cuenta que los países acreedores tienen otra deuda, que es la deuda histórica, la de sangre. No somos más listos, más trabajadores, menos corruptos y más ricos como nos quieren hacer creer. Somos más ricos, simplemente, porque hemos robado más y mejor.
Aunque no pertenece a ningún partido político, Regàs es una mujer de izquierda que defiende sus ideas. “Que sea directora de la Biblioteca Nacional no quiere decir que tenga que renunciar a mis convicciones”, dice. Estas convicciones aparecen, también, en Diario de una abuela de verano, aunque combinadas con el oficio de la escritura.
–En el libro confiesa que descubrió que escribir un diario es más complejo que la ficción. ¿Por qué?
–En una novela el autor se desnuda con unos caracteres que no son reconocibles por la mayoría de los lectores. Hay poca gente que quizá pueda ver al autor o algunos rasgos de su personalidad. Pero en la escritura de un diario, o de memorias, siempre estás absoluta y completamente desnuda, no hay dudas. Y acostumbrada a estar siempre en la ficción, que es un mundo que yo misma me creo, tengo la esperanza de que nadie vaya a descubrir quién está detrás de esa ficción.
–También señala que es muy difícil escribir. ¿Siempre pensó lo mismo?
–Siempre. La verdad es que me puse a escribir cuando tenía 50 años. El tiempo pasa muy rápido y cuando me quise dar cuenta, vi que había plantado muchos árboles y había tenido muchos hijos, pero que al paso que iba, acabaría muriéndome sin haber escrito un libro. A mí me cuesta mucho trabajo escribir porque sé que ese momento es una entrada al interior de mí misma, que no siempre me resulta agradable, o por lo menos que me produce un poco de inquietud, de zozobra. Cuando me pongo a escribir pienso que necesito que la mesa esté muy arreglada, que no tenga papeles, pero nunca sé si es que realmente lo necesito... me parece que no, que en realidad estoy intentando retrasar el momento de sentarme y hacerlo. A mí me cuesta entrar en el mundo de ficción, pero una vez que estoy instalada ahí dentro ya no me muevo.
–Una vez que ingresa en ese mundo, ¿qué ocurre con su vida? En el libro se pregunta por qué hay que optar entre la vida y la literatura.
–Si estoy escribiendo una novela, me parece que la realidad es mucho menos contundente. A veces me ha pasado que estoy escribiendo y no me sale una palabra, miro por la ventana, veo un árbol y me pregunto qué hace ahí; me parece hasta raro que el árbol que he visto toda la vida siga estando en el mismo lugar. Estoy convencida de que no hay más inspiración que la obsesión, y en ese sentido cuando uno está inspirado quiere decir que está absolutamente obsesionado por la creación de ese mundo: ama o detesta a los personajes, ve los paisajes como son, tiene inquietud porque se da cuenta de que le falta todavía acabar de definir el conflicto o el diálogo. Y la realidad exterior es una realidad muy vaga y lejana.
–¿Por qué postergó la decisión de dedicarse a escribir hasta los 50?
–Tenía muchas otras cosas que hacer, no he sido una persona de una sola vocación, he tenido muchas vocaciones. Antes tuve mi propia familia, mi propia libertad económica, que me ha costado porque tuve que aprender a trabajar con niños. Pero además me ha gustado viajar, salir, bailar y beber... me han gustado muchas cosas y para escribir lo que hace falta no es tanto una habitación propia, sino un lugar libre en la mente donde poder fabular.
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