Mar 05.08.2008
espectaculos

RENUNCIó EL DIRECTOR DE LA ORQUESTA ESTABLE DEL COLóN

La ópera de los desaciertos

La dimisión de Carlos Vieu se suma a una ya larga cadena de desatinos, irregularidades y choques burocráticos que envuelven al teatro y que van más allá de las refacciones. Mientras tanto, en la Legislatura debe discutirse la autarquía.

› Por Diego Fischerman

Entre las distintas designaciones realizadas por Horacio Sanguinetti al asumir la dirección del Teatro Colón, hubo una que no concitó objeciones. Más allá de lo discutible que haya resultado el reemplazo del anterior titular de la Orquesta Estable del Teatro, Stefan Lano, estaba claro que Carlos Vieu era un buen director de orquesta y que sus antecedentes lo presentaban como alguien idóneo para el cargo. Pero no llegó a permanecer allí ni ocho meses. La semana pasada, de manera indeclinable y mediante una dura carta dirigida a Sanguinetti, anunció que no seguiría más al frente de la orquesta entre otras cosas por la “tensión permanente, que se aleja del clima de camaradería necesario para hacer arte y concentrarnos en el hecho musical, generándose focos de conflicto diario que no deseo seguir absorbiendo como si fuese el responsable de ello, viendo reducida mi autoridad a poder o no ensayar según los temas a discutir”.

En un texto que hace mención al incumplimiento de “ciertas decisiones fundamentales que motivaron mi aceptación del compromiso, como concursos, la renovación de la planta, la cobertura de vacantes por el proceso jubilatorio del personal, reglamentos de trabajo, sumados a la falta del repertorio propio de la orquesta, la no gratuidad original de los conciertos, las condiciones técnicas y estructurales y un comparativo bajo salario con orquestas gemelas” y al “reclamo de los 19 días trabajados en diciembre 07 que no se recuperaron en los contratos a partir de enero 08 según lo conversado”, Vieu hace saber su “voluntad de renunciar en forma indeclinable al cargo de director musical de la Orquesta Estable del Teatro Colón”. Aduce, también, la preocupación “por mi salud y por una exposición totalmente injusta y ajena a mi competencia profesional tras años de un alto concepto en el medio”. Y el director se explaya: “Soy de los que todavía creen que el talento debe estar al servicio del arte y la institución en donde uno lo expresa, y no comulgo, sin renunciar al derecho de manifestar condiciones dignas de trabajo, con actitudes que parecieran pretender lo contrario desde su metodología”.

Esta es la segunda defección de la gestión encabezada por Sanguinetti aunque la primera, de Guido De Benedetti, fue forzada por la propia dirección del teatro cuando el fugaz director del Ballet Estable se atrevió a hacerla responsable de los numerosos errores técnicos de la supuesta gala del centenario. La sensación de tembladeral se acrecienta por el hecho de que Martín Boschet, el autodesignado director ejecutivo del teatro, enfrenta un pedido de informes de la Legislatura por dos motivos. Por un lado, su alto sueldo (medido en relación con el de los músicos o bailarines, por ejemplo), que durante todo el primer semestre duplicó lo permitido por el propio jefe de Gobierno (por lo que para compensar debería trabajar gratis durante todo el semestre en curso). Por el otro, la inespecifidad de sus funciones, a las que en medios oficiales se caracteriza precisamente como “poco ejecutivas”. El descuido y deterioro de los materiales de la Biblioteca del Colón, por ejemplo, mostrarían la total ausencia de decisiones de la actual conducción del teatro.

Sanguinetti, por su parte, duramente cuestionado en el momento de su asunción por el hecho de haber suspendido la temporada de ópera de este año, ha sumado errores inadmisibles en alguien encargado de la conducción de un teatro de la naturaleza del Colón, desde la débil conformación de su equipo de trabajo y la destrucción de casi todo lo logrado por las gestiones anteriores –incluyendo la frágil pax conseguida con los gremios– hasta la falta de proyectos de coproducción y encargos de obras musicales con vistas al bicentenario, y lo poco imaginativo y en algunos casos inviable de las temporadas previstas para los años venideros. Hasta ahora, el ruido causado por la demora en las obras del teatro y su virtual clausura hasta 2010 ha amortiguado la repercusión pública de estos desatinos y, sobre todo, el hecho de que la mayoría de ellos nada tiene que ver con la cuestión edilicia. Pero lo que aquellos interesados en la acción cultural, tanto dentro del Poder Ejecutivo del Gobierno de la Ciudad como en la Legislatura y, desde ya, en la oposición, no le perdonan a Sanguinetti y su equipo es la medianía de lo que debió haber sido el festejo de los cien años y una impericia que lo llevó, por ejemplo, a llevar a cabo la proclamada “gala” sin la campana acústica indispensable.

Mientras tanto, la Legislatura corrigió los vicios fundamentales del proyecto original del Poder Ejecutivo para la autarquía del Colón, elaborando un dictamen de mayoría que espera ser tratado próximamente. Las trabas para el consenso aparecen, en este momento, expresadas por los delegados de parte de los cuerpos artísticos, quienes ven en la autarquía una privatización encubierta y desconfían de los mecanismos de control previstos por el nuevo proyecto de ley. Lo que no debería olvidarse, en todo caso, es que una vez que la autarquía sea aprobada, la dirección del Colón quedará “legalizada”, con una permanencia prevista de cuatro años y sólo removible por el jefe de Gobierno. La oportunidad de enmendar un rumbo que hasta ahora no ha hecho otra cosa que acumular desaciertos no debería ser desaprovechada.

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