Vie 08.08.2008
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LOS MELLIZOS BRANGELINA Y EL CULTO A LA “PAGANISIMA TRINIDAD”

El millonario “baby boom” que está matando al paparazzo

Las fotos negociadas por catorce millones de dólares de los hijos de Brad Pitt, compartidas entre People y Hola, cambian las reglas de la industria editorial, recuperando un ideal más cercano a los Brady que a la familia disfuncional.

› Por Julián Gorodischer

El miércoles antes de que dieran las ocho, en Florida y Lavalle, los presentes en la cola se decepcionaron cuando del camión descendió el ejemplar de Hola, pero el que lleva a Chaya-nne en su portada. ¿Y los mellizos de Brangelina? La derrota de los cholulos duró unos minutos; hubo un par de niñas de diez, en receso escolar, suplicando a su madre por el ejemplar “con los mellizos”, que recién llegará al país el miércoles próximo. El kiosquero informó que, aun disponiendo del número, no se los habría dado, y no ayudó a tranquilizarlas. Todavía inhallable en tan remoto confín del mundo, ese Hola tiene dueño anticipado en la mayoría de los puestos de la peatonal: hombres y mujeres devotos pagaron una seña. Las versiones pirateadas en Internet calmaron la sed de los ansiosos.

La exclusiva de hijos de famosos (posada) es desde hace un tiempo el top of the tops de los productos que compiten con los paparazzi, desplazando a las herederas borrachas, las bodas y los topless de superestrellas de las portadas. Pero para acceder al gran podio de los catorce millones que se pagaron (con declaradas pretensiones benéficas) por Vivienne Marcheline y Knox Leon Jolie-Pitt (tan evolucionados los “Jolie-Pitt” como para mandar el apellido de ella adelante, tan avanzados como para superar la convención patriarcal), la “familia ideal universal” (esa Paganísima Trinidad ampliada, o esa Babel) se carga a la antaño pareja de sex symbols. Así son las superestrellas internacionales: se refundan al ritmo de la salida de las exclusivas pagas.

Ayer: la bomba Lara Croft y el vaquero de Thelma y Louise; hoy: embobados frente a las criaturas en la tapa de Hello, Hola y People. Ya ni se cruzan miradas como en la portada anterior, cuando nacía la primogénita biológica Shiloh, y estaba viva la llama.

De manual

La primicia con bebés respeta reglas inamovibles: las fotos regresan al ideal familiar tipo “clan Brady”. Quién iba a imaginar que la dupla que mejor condensaba la voluptuosidad en la pareja estable, ese cóctel explosivo que en la ficción (Mr. & Mrs. Smith) y en las fotos robadas resumían la esperanza de mantener el fuego pasados varios años de convivencia, los mismos que combinaban un misterioso instinto multiparental, al que incluso se sospechaba menos marketinero que el de Madonna, ahora se arrojaría con tanto énfasis a la lógica institucional de la paternidad/maternidad, recubriendo sus exclusivas de todos los clisés del esquema occidental tradicional para estos casos: camisón con volado, todo en blanco, para ella; sonrisa cándida y ojos entornados despojados de intensidad para el héroe de Troya. Alguien podría decir, con razón: volcaron, o bajaron los brazos.

Les reclamaron el personaje que mejor calza a la revista del corazón: palabras grandilocuentes sobre no hacer distinción entre los genuinos y los adoptados pero luego, a lo largo de la producción de fotos, sólo se ven imágenes de los dos con los mellizos, o un solo de la rubísima Shiloh con un recién nacido en brazos, adaptación de la pareja superestelar al código dinástico con criterios acordes a la monarquía para clasificar sanguíneos e “hijos del corazón”.

Las fotos recuperan el tufillo demodé, superado por ríos de tinta al amparo de la corrección política, de los antiguos manuales escolares de familias tipo de pequeños iguales a sus padres pero en diminuto, y niñas con único móvil en acercarse al ideal materno con maquillajes y disfraces. “Me atrevería a decir que Viv se parece a Angie en espíritu, actitud y también físicamente. Es muy elegante, como su madre. Knox se parece más a mí. Le gusta la música, como a su padre”, declara Brad Pitt a la Hola española. La foto ultramasiva necesita afirmarse en el lugar común sobre familias tipo para facilitar el acceso al montón. La familia universal deberá captar a un multitarget tan vasto, como corresponde al megalómano título de “la pareja más famosa del mundo” –como los definió el alcalde del poblado francés en el que dieron a luz– que sólo puede apelar al clisé para lograrlo.

Clan Brady

“El hecho de querer formar una gran familia fue una de las cosas que nos unió a Brad y a mí”, dice Jolie. Y entonces se consolida el polo puritano contra el Holly- wood de Paris Hilton y Lindsey Lohan; se asiste a la embestida de un ideal de felicidad que les borronea incluso el costado más interesante que Brangelina supo conseguir, como la posibilidad de una convivencia larga y erotizada. Hay fijeza e inmovilidad en el género foto con recién nacidos.

Todavía el romance pescado in fraganti, o la de boda, incluso la catástrofe personal (desde Heath Ledger a Britney Spears), admitían variaciones de espacio, forma, actitud y gestualidad, marcas de autor del paparazzo. La de niños es una toma universal con distintos protagonistas: basta comparar las de nacimiento de los vástagos Brangelina (desde Shiloh a los mellizos): iguales expresiones congeladas de los padres, semisonrisas que recrean esa armoniosa pacificación que se sigue atribuyendo al nido. Nunca cambian los fondos blancos; la ropa de cama de ella está en los límites del pasaje al vestido de gala. La supercelebridad que acaba de parir sigue los parámetros más artificiales de construcción de un ideal íntimo, demuele los avances de la verosimilitud dibujándola a ella (se supone que mediante el photoshop) como pura lozanía, rubor, peinado perfectamente espontáneo sin una mecha fuera de lugar, ojos delineados y labios que se afinaron misteriosamente quitándole el premio de los na- turales más gruesos de Holly- wood.

Rige una flamante confraternidad entre paparazzi, empresarios de publicaciones y superestrellas en el mundo de la maternidad mediática: aquí no hay persecuciones ni rivalidades como las que suelen registrarse a la salida de las discos de Beverly Hills o al pie de las limusinas blancas, no, aquí la maternidad reivindica la última zona legislada, donde hay pactos millonarios, asociaciones pacíficas entre medios competitivos (¡la utopía de la industria!), dulces sonrisas posadas que retrotraen al mercado a los tiempos anteriores al asesinato mediático de Lady Di; es la ilusión de un trato reverencial de la revista a sus divinidades.

Pasión monárquica

Es que si las revistas del corazón, de monarquía y de celebridades conservan una zona crítica, ésa es la intromisión. Desde la lente infiltrada o la provocación directa de tipos como el blogger Perez Hilton (al que tantos que lo desprecian harían tan bien en parecérsele un poquito) se libra una batalla un tanto torpe, demasiado violenta, pero que todavía concibe la lucha armada (de cámaras), disputando una cuota de los privilegios que se ostentan en cualquier alfombra roja.

En la foto de maternidad, en cambio, se pierde esa batalla; se claudica: no hay intención de retratar a la superestrella en algún atisbo de su intimidad realista; se abandona el intento de demostrarles quién manda, esa ficción de que por una vez el paparazzo, por ende el público, tiene un poder mayor, vence, se mete en la galería de esa mítica casa de veraneo en la que cazaron hace mucho tiempo a Brad Pitt en bolas. Eso ya no existe en el mundo de hoy. La guerra que aconteció entonces, cuando el ídolo encaró batallas judiciales, cuando abandonó por un tiempo la sonrisa de comercial de pasta dentífrica, es cosa del pasado ante el nuevo fetiche del entertainment.

Las acciones elevadas de la foto de maternidad superestelar (ese extraño consenso que se crea entre todos los eslabones del negocio en torno de la pareja de farándula) no solamente renueva el juego dentro de la industria, sino que asienta jerarquías obsoletas, separa aún más a las castas que rigen la adoración: millones de pasivos y unos pocos líderes. La foto de maternidad, en suma, es poco democrática, es como un revival de los peores atributos de la dominación de un star system previo a la explosión del “yo” en realities y en la blogósfera, donde un anónimo del montón, ex fan, como Perez Hilton podía sentir que se acortaba la brecha con los personajes reseñados en su página de chismes.

La foto de maternidad, en cambio, hace de cuenta que esa ebullición de subjetividades todavía no ocurrió, y no casualmente instituye como su vidriera preferencial a la revista monárquica: para ser fetiche, la imagen deberá acatar todos los postulados de la foto real, sobre todo la fundación de un linaje de decenas de hijos, atribución del contacto sólo a mejillas rosas (de Brad y Angelina) y sonrisas de figurita para un protocolo de emociones moderadas. Nada en los gestos, los movimientos, las torsiones indica algún esfuerzo o desplazamiento del cuerpo; todo está bajo absoluto control en el núcleo familiar primario, que trasciende las fronteras así en la Costa Azul, donde paren, como en el Africa, donde adoptan. Hasta en discurso declarado, cuando contestan a los cómplices cronistas que los interpelan como voceros, se retrotraen a las creencias más anquilosadas sobre la potencia biológica como signo de su humanidad virtuosa.

Fértiles y vigorosos

“Si los bebés hubieran sido concebidos por fecundación in vitro, no tendríamos ningún problema en decirlo. Pero, afortunadamente, nunca hemos tenido problemas de fertilidad”, dice a la revista Angelina con ese modo de las negaciones sospechosas. La pareja superestelar retratada en situación de paternidad es lo más cercano que se puede conseguir de un astro con sus personajes de ficción; el discurso tiende a construirse en coherencia con el Aquiles o la Lara Croft, a reforzar imaginarios sobre seres más que humanos antes que a acentuar la presuntamente más moderna naturalidad con que empezaron a mostrarse Britney y los Osbourne en sus reality shows.

Si fue la propia organización del espectáculo de masas la que tendió –en el último tiempo– a desacralizar la intimidad de las estrellas, como quien desmantela una anterior dinámica religiosa, abriendo el espectro a las uniones gays y los estados alterados, la foto de paternidad como las que publican esta semana Hola y People se alista en tradiciones como la del álbum de figuritas, meros ritos sacrificiales (perder tiempo, dinero, energía) para devocionar como quien rinde tributo o cumple con los ritos de un trastorno obsesivo compulsivo.

“Shiloh y Zahara escogen ropita para los gemelos, ayudan a cambiarlos y los abrazan. Es dulce: son dos pequeñas mamás”, dice Angelina. La escena es prepsicoanalítica. No hay riesgo de que el cuadro se contamine con celos, ataques de nervios, complejos. La sagrada familia resiste y reconecta a Inglaterra (Hello), Estados Unidos (People), España (Hola) con una belleza previa al 11/S, era previa a la explosión de familias disfuncionales; todo es como debió ser en el sentido más conservador de la especie; hasta la imagen que los representaba hace unos meses (el clan multiétnico) pierde fuerza o, al menos, no alcanza a valer los catorce millones. Entonces se impone la familia escolar, síntesis de protección en la era del terror(ismo) global: último refugio.

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