LA INAUGURACION, A CARGO DE LEOPOLDO FEDERICO
Afuera del Teatro Avenida hubo protestas de la CTA y ATE contra el gobierno de Mauricio Macri. Adentro no alcanzaron las ovaciones para el director y bandoneonista, que se lució con su orquesta y con numerosos invitados.
› Por Santiago Giordano
Con un concierto que combinó emociones y momentos de altísima escuela tanguera, Leopoldo Federico, su orquesta e invitados dejaron inaugurado el 10o Festival Buenos Aires Tango. El viernes, un Teatro Avenida con buen marco de público –a pesar de que se habían entregado todas las entradas había algunas butacas vacías– celebró al gran bandoneonista, que devolvió aplausos con música de la mejor. “Lujo” e “inolvidable” fueron los adjetivos más frecuentados en una noche que dio tela para cortar desde mucho antes de que comenzase la música. Aprovechando la presumible mundanidad del evento, docentes de los talleres de los centros culturales barriales manifestaron frente al teatro de Avenida de Mayo por los “ocho meses sin percibir su salario”. Mientras, CTA y ATE distribuían volantes que entre otras cosas denunciaban “obras abandonadas en edificios culturales” –entre ellos, claro, el Teatro Colón– y advertían acerca de los efectos de la ley de autarquía del máximo teatro de la ciudad, “que impulsa la privatización y la tercerización de su producción”. Las protestas obligaron a los organizadores a colocar vallas para controlar el ingreso, transformando lo que debía ser la “alfombra roja” de una
inauguración en una entrada que mostró la misma gracia que la de un All Boys-Atlanta.
Cuando habían pasado algunos minutos de la hora señalada para el inicio del espectáculo, el ministro de Cultura, Hernán Lombardi, y el jefe de Gobierno de la Ciudad, Mauricio Macri, subieron al escenario para inaugurar formalmente el festival. Los recibió una rumorosa mezcla de aplausos y silbidos, que se discriminó claramente luego de que una voz desde las ubicaciones altas del teatro cruzara al jefe de Gobierno: “¡Ladrón, abrí el Colón!”. Tras la respuesta –“usted es un cobarde por hablar desde las sombras”– y la promesa de que el Colón estará abierto para el Bicentenario, el aplauso de la platea fiel puso el 1 a 1 con el que se cerró esa especie de partido preliminar.
Los aplausos más genuinos llegaron con la música. Con su habitual saquito blanco, el peinado inalterable y esa mirada de eterno sorprendido que taladra desde el fondo de sus anteojos, Federico marcó cuatro para que la orquesta atacara con “Gallo ciego”, de Agustín Bardi. Se ponía en marcha una maquinaria musical perfecta, alimentada por un arreglo orquestal notable. Bien agarrado a su fueye, el maestro se balanceaba hacia atrás como para dejarse abrazar por el sonido de los violines; echaba un vistazo hacia el piano, desde donde Nicolás Ledesma timoneaba seguro. Silencio en la platea, música en el escenario; Federico miró la fila de bandoneones y ahí nomás se encorvó sobre su instrumento para gatillar el primer solo de la noche, breve y romántico. Una delicia.
Después de “Sueño de tango”, de Federico y Ledesma, llegó el primer invitado: Osvaldo Requena, que se sentó al piano en “Milonguero de hoy”, de Federico y el mismo Requena. Los tangos cantados llegaron con Carlos Gari, voz del conjunto desde hace 44 años. Gari es de aquellos cantores de orquesta, rítmicamente fieles al compás, con el vibrato siempre listo y un fraseo enfático que cuando pronuncia la “p” salpica un poquito. “Naranjo en flor” y “Desencuentro” le sirvieron para llevarse una gran porción de aplausos.
Con su estilo extrovertido, José Colangelo fileteó sobre “Adiós Nonino” y “El abrojito”, antes de que Hugo Rivas –guitarrista puéro a la manera del inolvidable Roberto Grela– en cuarteto de dos guitarras, bandoneón y contrabajo, hiciera lo propio con “Danzarín” y una versión de “Romance de barrio” en la que Federico estampó su firma prodigiosa en la variación del final. Enseguida llegó el momento de Hugo Marcel, que no se encontraba con Federico en un escenario desde hacía 50 años. Con “Viejo Buenos Aires” y “Uno” el cantor dejó sentado que aún es capaz de transitar, con un estilo algo ampuloso, las zonas altas del pentagrama.
Otro gran momento de la noche fueron los solos de bandoneón. Con “Caminito” y el propio “Cabulero”, Federico desplegó su técnica formidable, su fraseo sentimental que nunca se abandona a laxitudes, su exquisito sentido del rubato. El silencio de la sala parecía devolver al bandoneón el aura litúrgica de su génesis europea, y el estruendo de los aplausos la sensación de los momentos únicos. Una buena orquesta está hecha también de buenos solistas y la de Federico es una gran orquesta. En cuarteto, trío o con contrabajo concertante –notable el trabajo de Horacio Cabarcos en “De tal palo”– llegaron otras excelentes interpretaciones.
En el final de una noche que efectivamente fue de lujo y muy probablemente quede como inolvidable, la invitada fue Susana Rinaldi, que ofreció desde la intimidad del dúo con Federico –complicidad por momentos superada por el volumen de la voz– una memorable versión de “Che bandoneón”, entre otras cosas. Antes de los bises, cuando los bandoneones se embalaban en la variación de cierre de “La Cumparsita” –otra muestra de que en el tango el arreglo trasciende al tema–, el entusiasmo de los músicos se contagiaba entre el público. Si hasta daban ganas de gritar “¡Al Colón, al Colón!”. Pero parece que para eso habrá que esperar.
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