Mié 20.08.2008
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EL NARCISISTA CAMERUNéS QUE SE CONVIRTIó EN ARTISTA GLOBAL

Fosso, el hombre que posaba

Su difícil infancia, signada por la enfermedad y el desarraigo, no le impidió desarrollar un notable instinto para registrar imágenes. Su principal modelo es él mismo, reconvertido en una galería de personajes de toda clase.

› Por Facundo García

Esta es la historia de un chico con parálisis infantil al que su mamá no quería sacar fotos porque “entristecía” las imágenes. Entre ese pibe y el negro canchero que llega sonriendo, completamente sano y convertido en fotógrafo de renombre, se tensa el hilo invisible de un deseo: el de autorretratarse. Desde hace más de treinta años, Samuel Fosso encarna personajes reales o imaginarios y los somete a su creatividad frente al lente. Como si fuera un flogger genial y jugadísimo, con la diferencia de que en su casa de Bangui –capital de la República Centroafricana– no alcanza con tener talento y una cámara para poder salir adelante como artista. Para decirlo sutilmente, hace falta, además, una personalidad arrolladora.

Fosso la tiene. “En mi niñez sufrí de una enfermedad que me impedía moverme. De manera que en las fiestas me dejaban afuera de las fotos. Pensaban que iba a arruinarlas”, evoca. Y es difícil no verle la risa blanca y casi privada, que de pronto se hace a un lado para dar paso a más memorias. “A poco de recuperarme –se transporta–, la guerra me obligó a emigrar, y me vi ya grande, con la impresión de que me habían quitado la infancia. Tuve que ocuparme de reconstruirla.”

Samuel había nacido en 1962 en Kunmba (Camerún), aunque pronto se trasladó a la patria de su madre, Nigeria. La sangrienta Guerra de Biafra –que se inició en 1967– alteró la existencia de más de un millón de desplazados, entre los que se contaba Samuel, que encima quedó huérfano tras el conflicto. Por suerte, un tío interrumpió la seguidilla dickensiana y se hizo cargo de él. Lo llevó a vivir a Bangui y le regaló una cámara, sentando las bases de un futuro que ni él ni su sobrino adivinaban.

El chico era tan hábil que a los trece ya había inaugurado su propio estudio. “La gente del barrio venía cuando tenía que sacarse los documentos o tenía un festejo, y en los rollos siempre me quedaban una o dos fotos sin usar. Empecé a dedicar ese espacio a mí”, relata Fosso. Por aquellos tiempos su abuela –que se había quedado en Nigeria– empezó a recibir retratos de su nieto: “Le enviaba imágenes mostrándome siempre feliz. La verdad es que a veces esa alegría no era auténtica”, admite Fosso.

El hobby fue ocupando más y más espacios, hasta convertirse en otra cosa. Lo que un joven humilde no podía ser –viajero, estrella internacional, figura pública, etcétera– estaba permitido dentro del espacio íntimo de sus interpretaciones. “Es loco –reflexiona el entrevistado– que todas esas tomas en soledad hayan quedado archivadas como en una cápsula del tiempo hasta mediados de los noventa. De hecho, en mi ciudad adquirí cierta reputación como fotógrafo de eventos sociales, pero casi nadie sabe de mi proyección en el exterior.”

El anonimato del camerunés se habría prolongado, de no haber sido por los Primeros Encuentros de la Fotografía Africana, que se realizaron en 1994. A partir de entonces cotiza en miles de euros y hace giras internacionales. “Pasó como en una película. Los organizadores del evento habían enviado especialistas para buscar nuevos valores en el continente. Tras quince días recorriendo mi zona, no habían encontrado nada.” A último momento, alguien se acordó de “un jovencito que hace mucho que está en el oficio”, se quedaron pasmados ante su producción y lo convocaron.

La rutina actual incluye viajes por Europa y Estados Unidos, y elogios de la crítica. Sus piezas pueden abordar desde el look rock-glamoroso hasta el homenaje a políticos anticoloniales, pasando por la ropa de mujer y las tradiciones tribales. Mientras su figura se hace conocida, él lucha por salirse de los lugares comunes en los que se encierra a los africanos, y se reconoce “un artista global”. Lo ayuda el hecho de cultivar un género que se impone como marca de época. Sólo en Fotolog –una de las más populares redes sociales de Internet– hay más de 450 millones de fotos, y la mayoría son precisamente autorretratos. “Yo comprendo estos fenómenos de la web a partir de lo que yo intenté, que fue desentrañar mi identidad. No quería ser famoso, simplemente buscaba conocerme a mí mismo y transmitir a mis descendientes algunas postales de vida. Entiendo que les pueda suceder a otros”, evalúa.

Amén de haber aprendido la técnica fotográfica, Fosso se ha convertido en un as de la difícil y menos estudiada tarea de posar. “El proceso de posar es para mí natural. Me concentro y capto lo que considero la esencia del personaje tal como yo lo entiendo”, comenta, y copia entre risas la postura semiencorvada del tipo que tiene enfrente. “Aparte, la mayoría de los que van a sacarse fotos a mi estudio no saben ubicarse, así que a fuerza de enseñarles he ido ganando habilidad”, añade, y pone cara de foto. Está claro que tiene un arma secreta: le encanta cómo es. Ama mirarse y desde ese narcisismo saca una espontaneidad excepcional.

De todas formas, Occidente tiene la costumbre de leerlo con sesgos. En 1996 y 1997, una ola de rebeliones militares sacudió a República Centroafricana. Una madrugada, Samuel se despertó por unos gritos de la calle. Así, sin ropa, se asomó y vio cómo un comando mataba a su vecino a sangre fría. Tiempo después se dedicó a recordar la vulnerabilidad que sintió esa noche, sacándose retratos con la misma desnudez con que lo había sorprendido el crimen. “Me acomodé centímetro a centímetro para recuperar mi apariencia de esa vez”, rememora. Lo notable es que hubo críticos que leyeron esa serie como un canto al erotismo africano, cuando en realidad eran una huella del terror.

Fosso vive aún en Bangui, está casado y tiene tres hijos. Sigue con el estudio y los eventos sociales. Va mechando, eso sí, la lista de encargos con sus inquietudes artísticas. Y le cuesta horrores explicarle a su familia todo este lío de los viajes y galerías. “Es muy difícil contarles a qué me dedico cuando me invitan a una exposición internacional. No lo entienden muy bien, por lo que últimamente opté por simplificar. Les informo que me voy a sacar fotos a un casamiento en el extranjero y chau. Me despiden diciendo ‘suerte en la boda de Francia’, ‘Suerte en la boda de Argentina’ y así”, cierra.

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