Lun 01.08.2005
espectaculos

OPINION

Aparte de actuar, ¿trabaja?

› Por Osvaldo Santoro

Si el actor no hubiese aparecido, el hombre no se habría visto nunca como una criatura de este mundo y no tendría de sí mismo más que la visión atrasada de la historia que siempre dice lo que ha sido y nunca lo que verdaderamente es. Solo la filosofía parece descascarar suavemente el misterio insondable de la vida.
Menudo trabajo el del actor, lograr en su interpretación que el espectador se enfrente cara a cara, aquí y ahora, con el enigma de la existencia.
Es en el escenario, con su escenografía, donde el texto deja de ser “virtual” (palabra fea si las hay), y es el actor el encargado de “darle vida”, con su sangre, su transpiración y su historia personal.
Ese ser que arrastra en sus hombros el misterio inmemorial, el género humano muerto de miedo. Y es allí en el pecho de ese actor donde palpita el corazón de la gente. Quizás allí la admiración. Quizás allí el prestigio.
Volviendo a la filosofía, según dicen que dijo, Sócrates aseguraba, que no escribió ningún libro porque consideraba que en ellos sólo quedaba letra muerta e inmodificable. El prefería ganar tiempo estableciendo la conversación momentánea, vital y reveladora que permitía obtener en el aquí y ahora aproximaciones a la verdad. Era casi un actor. Gesticulaba para que se le entendiese, se interrelacionaba con su público.
Lo paradójico es que Sócrates no sabía que iba a ser justamente un actor, Meletto, quien a pedido de Anito y Lycón iba a tomar la única palabra acusadora en el célebre juicio que lo lleva a la muerte.
Y es una obra, Las Nubes de Aristófanes, representada años antes, la que contribuye con su sátira a ahondar la acusación.
Algunos, sólo algunos, consideran que Sócrates perdió este juicio porque no supo o no pudo desarrollar toda su elocuencia para convencer al jurado de su inocencia. En definitiva no “actuó” bien.
Nuevamente el actor.
Cuando éste decide vivir de esta profesión sabe que debe subirse 50 cm por encima de los demás y que este “privilegio” lo obliga a que todo lo que haga desde ese lugar tiene que ser importante para aquellos que le regalan dos horas de sus vidas. Sabe que no siempre están los aplausos o los halagos económicos. Pero ahí debe estar, “imprescindible” para aquel que vino dispuesto a verlo y escucharlo.
Ahí debe estar, a veces, a pan y agua, las menos con un vaso de vino y un plato de comida, cuando no jugándose la vida con su coherencia en pertenecer a una sociedad que en determinado momento lo necesita para escucharlo y escucharse.
Por qué no, emulando a Sócrates.
Claro que la simpleza, la inmediatez o la casi estupidez confunde el trabajo del actor con cualquier otra actividad que genere admiración por parte de la gente, metiendo en la misma bolsa a Michael Jackson, junto a la Spears y en el fondo, seguramente, Marcello Mastroianni, Vittorio Gassman o Alfredo Alcón. Y en ese caso se confunde, increíblemente, admiración con prestigio.
Es el vivillo que pregunta, “aparte de actuar, ¿de qué trabaja?”
En definitiva, denostado por el ignorante, halagado por los “indigentes de espíritu”, el actor, mal que le pese a algunos, se apartará del coro de la humanidad y será ésta la que lo seguirá sustentando, identificándose no como frente a un espejo sino frente a un prisma que la descompone y la vuelve a unir en todos sus colores, para que se vea a sí misma.
Casi un acto religioso.

* Profesor Nacional de Arte Dramático. Actor y escritor.

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