Vie 22.08.2008
espectaculos

NARCOTANGO Y UNA HIPNOTICA VELADA EN NICETO

La boda que ya no escandaliza

El grupo de Carlos Libedinsky deja sin argumento a los puristas y a los que sostienen que el tango electrónico se convirtió en una etiqueta fácil. El miércoles, un público que abarcaba todas las edades se dejó llevar por un show impecable y atractivo.

› Por Facundo García

El “efecto novedad” ya pasó. Ahora hay otra cosa. Hay una música que se busca a sí misma. Y climas: la Décima Edición del Festival de Tango de Buenos Aires tuvo esta semana una gran velada de milonga electrónica con Narcotango, que presentó En vivo –su tercer álbum, también disponible en DVD– y transportó a los presentes por diversos paisajes sonoros. En ciertos tramos, ni el más mínimo murmullo se atrevió a romper el ambiente. Esa atención sostenida por parte de un público que hasta hace poco era difuso tal vez sea la mejor medida de cuánto ha crecido el género y de todo lo que bandas como la liderada por Carlos Libedinsky han logrado desde que hace casi una década se plantaron frente a los puristas.

La función empezó con dos labios en primer plano. La boca entera –que jugaba, tragaba, mostraba los dientes– se veía en blanco y negro a través de una pantalla gigante, marca registrada para los milongueros de la convergencia digital. Mientras sonaba “Esta noche”, y sus mutaciones trip-tangueras dispusieron los ánimos antes de que surgiera en escena el bailarín Mario Rizzo. Narcotango hizo ya cuatro giras europeas, además de sus visitas a diferentes países de América. Ese éxito no sólo se evidencia en el oficio que han ganado sus integrantes, sino en el feeling que son capaces de generar. Desde la primera impresión dejan flotando un aire porteño pero mundial, un placer en la mezcla. De hecho, el propio Rizzo arrancó su set de danza conectando finamente pasos de hip hop con compadreadas.

Y no es el único que se animó al revoltijo: del lado de los que miraban, la convivencia entre diez o doce sesentones de corbata y grupos de palermitanos desmechaditos invitaba a sospechar una simpatía oculta. Esa melange, más las parejas que andaban con ganas de bailar y los que simplemente se dejaban estar acodados en la barra, terminó de completar el panorama inicial. Después Libedinsky –compositor, arreglador, productor y guitarrista– se acercó al micrófono para hacer su lectura del momento: “Es muy bueno haber sido convocados por cuarta vez a este festival. Los artistas que tenemos una mirada contemporánea estamos encontrando espacios. Algo está cambiando”, recalcó.

La visita candombeada a “Mi Buenos Aires Querido” –uno de sus trabajos fundacionales, grabado en 2001– subió la intensidad emocional, alternando la electrónica con la tracción a sangre. ¿Sonó alegre? ¿Triste? Quién sabe, sencillamente la aplaudieron. Las razones por las que sigue vivo el impulso rioplatense de sumergirse en canciones melanco es un misterio. Lo seguro es que el hambre de lenguajes nuevos que respeten esa necesidad está, y el dos por cuatro tiene todas las cartas para ofrecer respuestas en esa dirección, ahora y en el futuro. De otra forma no se podría explicar por qué la gente se había amuchado con casi todas las pilas puestas en el acto de meterse en los sonidos. La masa humana en vilo sólo se rompía por el paso de dos reporteros de France Presse, que cada vez que iban de un lado a otro de la sala levantaban las cámaras por sobre sus cabezas, sin percatarse de que al subir los brazos dejaban al resto de los espectadores a merced de sus versallescos hábitos higiénicos.

Por su parte, Narcotango ofreció una pulcritud escénica destacable. El final del show fue a toda potencia, pero antes de irse Libedinsky pidió a los más efusivos que suspendieran las palmas y se animaran a cantar bajito, de modo que escucharan sus propias sutilezas al seguir la melodía de “Gente que sí”. Ya con menos gente, la pista de Niceto se puso ideal para mover las tabas. Es cierto: no hay todavía reglas sobre cómo se baila el tango electrónico. Aunque eso no le importa a nadie. Ahí salieron a romperla un negro y una morocha, ayudados por los tracks de DJ Inca, que tomó la posta y demostró ser un selector sofisticado. Con una pizca de voluntad, se podía ver, en un rincón, la figura de un malevo de los años treinta. Se iba borroneando hasta hacerse aire, y volvía intermitentemente. Sin embargo nadie –salvo los que creen en fantasmas– sospechaba su presencia.

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